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Ruido del arte

Nov 4, 2013 | 0 Comentarios

Me complace decir que hace una semana terminé de corregir El jardinero y que cuando vuelva al texto a partir de ahora, será para perfilar pequeños detalles antes de su publicación. Creo que la historia del conde y la vil serpiente ya ha dado todo lo que podía ofrecer y ha cumplido su cometido en mi vida. En diversas entradas de averíadepollos se puede seguir parte del proceso que experimenté escribiéndola y no quiero volver a ella mucho más sino únicamente cuando sea necesario. A partir de ahora, por tanto, me centraré en la corrección del libro Ruido del arte. Una novela que se iba a llamar El arte del ruido pero dado que en los últimos años aparecieron dos textos de Pep Torres Zapata y José Luis Gámez con el mismo título, además de la previa existencia del tratado futurista de Luigi Russolo -traducido aquí como El arte de los ruidos- he decidido denominar de manera diferente con el objetivo de diferenciarme -aunque sea levemente- de los libros citados.

¿De qué trata Ruido del arte? Realmente, prefiero ahora no hablar demasiado de ello pero sí diré que, en gran medida, es un monólogo. Una reflexión sobre el arte y la música contemporánea (y por extensión de la sociedad occidental) realizada por un hombre maduro y drogado que se encuentra en una pequeña discoteca. ¿Cómo surgió? Todo comenzó en junio del año 2000 durante la celebración del festival de música electrónica Sonar en Barcelona. He de reconocer que hubo momentos en los que disfruté bastante de aquel festejo experimental. Me agradó sobremanera contemplar la interpretación llevada a cabo por Stockhausen en el teatro Tivoli de su Hymnen. Los conciertos de Marc Almond, Chicks on Speed y Fangoria me resultaron francamente estimulantes. Y me divertí recorriendo exposiciones, consultando fondos discográficos y disfrutando del ambiente de liturgia que se creaba durante algunas actuaciones. Sin embargo, tal vez porque fuera mi segunda visita al evento o porque no terminaba de convencerme el cartel de artistas presentado, pasé bastante tiempo ensimismado y dando vueltas sin rumbo. Y por momentos, me sentí confrontado con sonidos y conciertos que me disgustaban pues me parecían contradecir las mínimas leyes artísticas. De hecho, se me antojaban una trampa comercial camuflada tras ciertas soflamas intelectuales cuyo deseo último era manipular al espectador. Hacerlo bailar y consumir como borrego haciéndole creer que era «cool». Gran parte de aquellas actuaciones me parecían un experimento a pequeña escala de adocenamiento y lobotomización de la sociedad. Eso sí, debo reconocer que ciertas performances como las de Death in Vegas, Coil, Gentle People o Merzbow me resultaron sugestivas y que de tanto en tanto, me deleitaba asistiendo a shows que no hubiera podido contemplar en otro espacio. Recuerdo, por ejemplo, uno protagonizado por los dos miembros de Pan Sonic (Vassanen y Vainio) junto a Err Einheit (antiguo integrante de Ensturzende Neubaten) que me dejó estupefacto. Absolutamente fuera de mí porque frente a mis ojos se desarrolló una sesión de ruidismo sutil y brutal, repleta de experimentación y elementos teatrales (se utilizaban taladros, muelles e incluso una plancha metálica en la que se rompían piedras) que agigantaba el sonido, conduciéndolo a otra dimensión. Que es adonde creo que se fue mi mente pues, en un momento determinado, a pesar de no haber tomado drogas, probablemente por la intensidad de lo escuchado, creí ver a Einheit golpeando a un cerdo ante mis ojos, haciéndolo gritar mientras el volumen de su interpretación alcanzaba extremos intolerables.

No sé bien lo que ocurrió pero a partir de aquel momento, mi experiencia cambió. No creo que sea necesario drogarse o beber para llegar a estados alterados de conciencia. También es posible hacerlo a través de la música, el sonido. Y ningún lugar como el Sonar para experimentarlo. Recuerdo que conforme me desplazaba por diversos espacios sentía que los afilados compases procedentes de los enormes equipos de música se clavaban en mi piel y la atravesaban, modificando mi visión de la realidad. De tal forma que percibía toda clase de ruidos penetrar por mi cuerpo que no me dejaban descansar ni relajarme y me hacían su esclavo mientras me dirigía a otros conciertos donde había más ruidos y más y más ruidos que me perseguirían hasta el fin de los tiempos porque -así comencé a pensarlo- vivíamos en la sociedad del ruido. En un tiempo de ruido capaz únicamente de construir un arte del ruido. El ruido de los automóviles que me asaltaban cuando salía a tomar a aire, el de las televisiones, los cientos de edificios en construcción por aquel entonces y, asimismo, el ruido de mi confuso cerebro incapaz de encontrar paz. Y, por tanto, proclive a dejarse perder y confundirse en la marea y ola del ruido que se desplegaba ante mí, tal y como ocurrió cuando, sin detenerme a pensar lo que estaba haciendo, acepté el éxtasis que me ofrecía uno de los amigos con los que me había dirigido a Barcelona y las escasas fibras sensibles y racionales que me restaban indemnes, saltaron por los aires. Haciéndome experimentar un viaje del que apenas tengo recuerdos pero entiendo que fue lo más parecido a una exploración submarina. Los asistentes al festival, por ejemplo, éramos como los monos de la famosa película de Kubrick adorando un monolito -los focos de la pista de baile, la tarima del dj- que, en realidad, era un centro de poder a través del que manipularnos y controlarnos. Negarnos el pensamiento y la libertad que únicamente podríamos recuperar haciendo un esfuerzo por orientarnos en el laberinto de ruidos que nos exprimían, torturaban y confundían, e intentando acceder a ciertos conocimientos y experiencias que, dentro de la marea de sonidos, era difícil retener pues se iban y volvían como si fueran agua; líquidos o desperdicios que no pudiéramos recuperar e integrar en nuestro ser debido a la fuerza con la que caían desde un precipicio.

En fin. Desde el momento en que ingerí la droga hasta que volví a la casa que alquilaba en Murcia, apenas pude dormir escasos minutos en que tuve sueños que anunciaban la llegada de un nuevo hombre y cambio de conciencia en la humanidad. Y tal vez para que yo entendiera el mensaje, se me enviaban imágenes de 2001: una odisea del espacio en las que simios se confundían con naves espaciales mientras al fondo se escuchaban los berridos de Nietzsche y se veía a Richard Wagner tarareando los primeros compases del poema sinfónico de Richard Strauss Así habló Zaratrusta por las calles de una ciudad en penumbra. Secuencias que me dejaron perplejo, asombrado y me mantuvieron en vigilia durante muchas más horas ya que sentía tanto el ruido de la droga como la música recorriendo todo mi cuerpo. Algo que dado que soy prácticamente hipersensible, me generaba continuamente más nerviosismo. Inquietud que intenté calmar dirigiéndome a una piscina comunitaria al aire libre por si allí podía relajarme.

Un deseo que estuve a punto conseguir hasta que los ruidos de una excavadora me sobresaltaron, obligándome a continuar despierto por un tiempo indeterminado durante el que leí el cómic El amnios natal de Alan Moore. Una obra impresionante cuyo contenido conecté con el sueño que había tenido horas antes sobre la necesidad de construir un nuevo hombre y enfocar de novedosas formas nuestra sociedad.

¿Qué es lo que hice tras estar casi tres días sin dormir? Me senté en mi escritorio y solté como un poseso todo lo que llevaba dentro -esa inquietud que no me permitía reposar- en un texto llamado El arte del ruido que redacté bajo las siguientes condiciones: no podía levantarme de la silla hasta que no escribiera 10 páginas cada día.  Y debía redactar cada página sin corregir bajo el impulso de mi mente y corazón. Pues de esta manera, no sólo se beneficiaría la narración sino que, dado el esfuerzo realizado para componerla, probablemente terminaría durmiéndome al finalizar mi tarea diaria. Como así fue. Algo que me hizo feliz y permitió que fluyera como debía hacerlo esa novela de 50 páginas a la que dediqué exactamente 5 días de mi vida que sin embargo, como otras mías compuestas por aquellas épocas, no me atreví ni decidí a enviar a ninguna editorial. Pues era consciente de que a pesar de que era atractiva e interesante, tenía ciertos fallos y errores y podía ser mejorable. Y sería bueno esperar al momento adecuado en el futuro para terminar de trabajarla.

Un momento que como dejo constancia hoy, ya ha llegado. De hecho, creo que lo escrito hace más de una década no ha perdido vigencia y que dados los últimos acontecimientos acaecidos en el mundo y mi mayor experiencia, estoy en condiciones, si es que los dioses lo quieren y ayudan, de ofrecer un texto valioso y espontáneo, dúctil, flexible e incisivo que deje constancia -aunque sea de refilón- de lo que, en parte, es actualmente nuestra época: un tiempo de ruidos incapaz de generar algo diferente al ruido. Desde la música hasta las obras de arte o las personas que únicamente saben y aspiran ya a comunicarse a través del ruido, tal y como Lautreamont profetizó un siglo atrás. Shalam

 وعاد بِخُفّيْ حُنيْن

 Si eres paciente en un momento de ira, escaparás a cien días de tristeza

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Autor: Alejandro Hermosilla

Mi nombre (creo) es Alejandro Hermosilla. Amo la escritura de Thomas Bernhard, Salvador Elizondo, Antonin Artaud, Georges Bataille y Lautreamont.

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