No pude, asimismo, evitar acordarme también de otra escena del vídeo de «Bad» que siempre había llamado mi atención. Me refiero a aquella en que, desatado, Michael abría una reja situada en la pared en la que se podía ver moviéndose el rabo de una rata o un animal que bien podía ser un monstruo sin identificar. Lo cierto es que desde que comencé a hilar estos pensamientos, también me pregunté si ese rabo podía pertenecer al demonio. O tal vez era una representación de los miedos de Michael por haber sido malo. Un símbolo a través a través del que el cantante estaba confirmando la necesidad de romper con los barrotes que nos unen a esta realidad para alcanzar aquello que deseamos. Que, en su caso, era tanto el éxito como pasar de ser negro a blanco. Un objetivo para el que era necesario ser malo o, como le ocurre al Fausto de Goethe, revolcarse en las cloacas. Pues para aspirar a la inmortalidad en vida es necesario adentrarse en los ombligos del mundo, en sus cavernas, representadas en el vídeo de «Bad», por la estación perdida del metro de Nueva York.
En fin. ¿Qué puedo decir? En el año 2012, escuché el disco en que se homenajeaba el 25 aniversario de Bad. Y para mi sorpresa, comprobé que en uno de los remixes del famoso single incluidos allí, «Bad afrojack remix», el rapero norteamericano de ascendencia cubana, Pitbull, que rapeaba sobre la pegadiza melodía decía lo siguiente: “De santo no tengo na y de diablo lo tengo to”. Y ahí ya no me quedaron dudas sobre mi hipótesis. Y terminé de comprender por qué esta canción me obsesionó tanto a lo largo de mi vida, y de dar validez a mi tesis. Pues, ¿a santo de qué Pitbull -otro hombre que había conseguido un éxito sobrenatural en el mundo musical- afirmaba ser un diablo en medio de la canción?
Es cierto que quedan otras preguntas que responder. ¿Es «Bad» en su totalidad una canción satánica? ¿Con qué tipo de ritual certificó su pacto Michael? ¿Estaban sus padres implicados en esto? ¿Qué papel jugaron los que lo rodeaban por aquella época? ¿Está toda la humanidad, sin saberlo, condenada por bailar canciones como esta, tal y como muestra nuestro absurdo comportamiento autodestructivo? Pero me parece que, por el momento, esas interrogantes quedarán sin responder.
Pienso ahora, de hecho, que el pacto entre Michael y el demonio era, en cierto modo, lógico, teniendo en cuenta la historia y origen del rock. Un estilo que no por casualidad, fue denominado como música del diablo desde aquellos movimientos de caderas de Elvis que, al fin y al cabo, no estaban tan lejos de los de un Michael obsesionado desde siempre, con ser el rey de este estilo.
Puede que ahí, en su raíz diabólica, radique la importancia del pop en nuestra era. El motivo que explique porqué se ha convertido en un arma tan poderosa, capaz de influenciar y enloquecer a multitudes, cuando se encuentra compuesto únicamente de melodías; la mayoría de ellas simples. Las cuales, no obstante, son capaces de destrozar todo orden y derribar barreras de cualquier tipo. Consiguiendo hacer de este mundo, algo diabólico. Lo que, por otra parte, tampoco me molesta excesivamente. Pues cuando veo a los jóvenes en la calle imitando a Michael, lo cierto es que siento unas ganas imensas de bailar. Salir a la calle gritando que estoy vivo aunque no sepa para qué ni por qué. Y si esto significa ser malo, pues ok, lo soy. Algo que no me desagrada del todo porque lo cierto es que prefiero morir quemándome en el infierno, saltando y gritando sin rubor que soy malo, que encerrado en una habitación sin tener contacto ni diálogo con el mundo real. Ese mundo en el que sería muy difícil vislumbrar el paraíso sin la ayuda de canciones inmortales, llenas de groove, como las de Michael Jackson. Ese ser situado más allá del cielo o el infierno. Shalam
الصبْر مِفْتاح الفرج
No hay árbol que el viento no haya sacudido
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