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Una mota de polvo

Nov 12, 2024 | 2 Comentarios

Dos de los paises que mejor conozco son Marruecos y México. Por lo general, me siento más en paz, alcanzo más tranquilidad en el africano. Estuve reflexionando últimamente sobre los motivos y llegué a estas conclusiones.

Ambas naciones han sido asaltadas desde hace décadas por la globalización. Sin embargo, en el caso de Marruecos, un país musulmán al fin y al cabo, la religión, las costumbres ancestrales, la tradición islámica han frenado buena parte de los estragos provocados por la abusiva, ostentosa occidentalización, unificación del planeta.

Si en México no ha sido así es, en gran medida, por la relación de sus habitantes con las culturas aborígenes, mesoamericanas. En Chiapas, en Oaxaca, en ciertas regiones del país azteca puede uno hallar mucha paz. Eso es cierto. Sobre todo, cuando se visitan poblaciones cuyos habitantes tienden a mantener costumbres de hace siglos. No obstante, no ocurre lo mismo en muchas otras ciudades. Para algunos mexicanos, por ejemplo, la palabra indio es uno de los más graves insultos. Lo sé porque en una ocasión quise atacar, desestabilizar a un joven y esa fue precisamente la bala que empleé. El muchacho acabó tan destrozado que, a los pocos días, le pedí perdón. Era un incordio jugando al fútbol, siempre estaba haciendo faltas y trampas, pero no quería provocarle tal daño, tal dolor.

Basta este ejemplo para ilustrar una realidad palpable cuando se vive allí: que muchos mexicanos (sobre todo, los que pueblan las grandes capitales)  experimentan cierta vergüenza y desprecio por su raíz aborigen. La toman como un rasgo de inferioridad. Los hay -y son muchísimos- que la aman pero tienen, por otra parte, un tanto difícil volcarla al presente teniendo en cuenta el rumbo del mundo moderno. A su vez, muchos mexicanos se sienten orgullosos de su herencia española pero otros ni la nombran. También la odian. Así que, en general, (quede claro que estoy generalizando) tengo la impresión de que los mexicanos están un poco partidos, escindidos, en tierra de nadie. Por si fuera poco, además, son vecinos de Estados Unidos. Lo que quiere decir que están tan fagocitados, absorbidos por la cultura yanqui como fascinados por ella. Tan esclavizados como subyugados y cautivados por ella. Muchos aspiran a ser norteamericanos y otros tantos los detestan.

El problema de la identidad es muy serio en todo el continente americano. Aquí en Europa tal vez no terminamos de entenderlo. Pero allá, puede ser mareante, angustiante. Basta citar el ejemplo de Argentina. Como se suele decir, los argentinos no quieren ser americanos pero tampoco son europeos. Son hijos de los barcos.

Resulta, por tanto, natural que la relación de los mexicanos con la globalización sea igualmente difusa y confusa. Una especie de maremoto que no genera paz. Por un lado, el progreso es visto como un ideal utópico e irresistible, un reino que conquistar y, por otro lado, como un peligro, un corte (otro corte más) en las innumerables heridas abiertas en la cultura mexicana.

Creo que en Marruecos ocurre algo muy diferente. Es cierto que la religión musulmana y la tradición islámica convierten, a ojos de los occidentales, al país (como, en general, a todos los islámicos) en un foco antiguo. Un castillo detenido en el tiempo que no permite a muchos de sus ciudadanos disfrutar de las supuestas maravillas del progreso. Sobre todo, de la «libertad». Palabra que no entrecomillo por casualidad porque entiendo que hace referencia a una libertad impostada, la libertad sexual, la del consumo capitalista, la de las drogas, la del pop y el alcohol. Pero bien es cierto también que la fortaleza de la religión, la enorme consistencia del Islam en un tiempo líquido de dioses débiles y cultura débil, de ciudadanos desarraigados, individuos solitarios, ateos, imprime fortaleza a los árabes, a los bereberes, a todos los musulmanes. Les ofrece una casa. Un asiento en la eternidad que les permite resistir en paz y vivir con dignidad, con moralidad, sus vidas más allá de las tormentas del presente.

En México, todo es demasiado caótico. El catolicismo lucha contra el capitalismo salvaje y contra los residuos místicos, ancestrales de las culturas mesoamericanas.  Las mafias pactan con el gobierno. Son parte de la vida cotidiana. Los mayas son reverenciados pero también, a decir verdad, están olvidados. Todo está permitido con dinero, una vida cuesta no más de 100 euros, pero gran parte de la población no dispone de una renta digna. México es resultado de un salvaje y confuso mestizaje que recuerda a veces a lo peor de la globalización y algunas veces también a lo mejor. En cualquier caso, el resultado de estos contrastes no es homogéneo, claro, centrado. Genera más malestar que otra cosa. No da paz. Contribuye a la confusión, al caos contemporáneo por más que (eso también es cierto) la confusión, el caos propiamente mexicanos son más auténticos, más viscerales, más reales que la confusión y el caos europeos.

Desconozco los datos pero probablemente haya muchos más pobres en Marruecos que en México. No lo sé. Tal vez el nivel medio de la vida sea más bajo. Pero sí que percibo que el arraigo del Islam es tan fuerte en la vida de los marroquíes que, finalmente, imprime una consistencia y un sentido a la existencia difícil de encontrar en México.

Ocurre también que los mexicanos no viven en las grandes pirámides. Las pirámides son para bien o para mal atracciones turísticas. En el mejor de los casos, material de estudio arqueológico. Sin embargo, aquí, en Marruecos, la gente sigue haciendo su vida en las Kasbahs, en las grandes medinas. Continúa manteniendo sus tradiciones de siglos. Refugiándose en el desierto. El Sahara. Y eso permite mirar y asumir con tranquilidad la modernidad. Con calma, con suavidad, con cierta sabiduría. Porque hay algo, una cultura, un cielo que acompaña a esos hombres desde hace siglos, milenios, desde el confín de los tiempos. Una continuidad histórica que no se ha perdido y se siente, experimenta al saborear un té, dar una cucharada a una harira u oler un perfume.

Un mexicano mira el mundo moderno y no sabe dónde refugiarse. ¿En las pirámides, en las catedrales hispánicas, en las montañas naturales, en el rock, en el sexo, en la cultura de la droga, con los grandes traficantes? Esa duda que, por un lado, genera la profunda, enorme riqueza cultural del país, también genera indefensión.

Un marroquí mira el mundo moderno y sí sabe bien dónde refugiarse. En la mezquita, en la kasbah, en el desierto, en la familia, en el Corán, en las medinas. En una cultura de siglos, de milenios que, obviamente, no se mantiene incólume a la globalización pero a la que la globalización, en el fondo, le parece una anécdota. Una mota de polvo en medio de la eternidad. Shalam  

السعادة ليست أكثر من صنم السوق

La felicidad no es más que un ídolo del mercado

2 Comentarios

  1. andresrosiquemoreno

    1imagen…ni una sola diagonal….(casas de orta-1909-tarragona picasso)….
    2imagen….minucioso y escaso(esas señales las utilizaria el «charris» para explicar algun asunto en el s.XXI)..jajajjj…
    3imagen…la parte derecha color (arboles violetas son jacarandas)y la izq con la iglesia hemos topao.
    4imagen…arde un carricoche(la busco y no la encuentro)….
    5imagen….lujuria y bigotes…censura anacronica…..
    6imagen….wc pá los guiris….
    PD…https://www.youtube.com/watch?v=c1DJQhGtqHs….el agua se lleva en la cadera….radio tarifa…rumba argelina..la canal-1993..

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    • Alejandro Hermosilla

      1) Aquí grabó Pasolini gran parte de «Edipo rey». Estuve hace unas semanas. Volveré pronto. 2) Sí…Cierto.. parece también una de las viñetas desarrolladas en un país árabe de Tóxico. El cómic de Charles Burns. 3) Colonialismo sepulcral y colonialismo colorido. De esta mezcla surgen la pasión y el odio a Dios. La tristeza y el amor. 4) América y la llama negra. La llama de la muerte. El ángel exterminador. 5) Desfile de moda tradicional en pasarela callejera. 6) Cantinas de ficheras y donde se escuchaba a Pedro Infante convertidas en cantinas de turistas. A pesar de todo, la sordidez es patente. PD: Me recuerda a ciertas canciones (alguna hay) de influencia arábiga de Seguridad Social…jajaj

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Autor: Alejandro Hermosilla

Mi nombre (creo) es Alejandro Hermosilla. Amo la escritura de Thomas Bernhard, Salvador Elizondo, Antonin Artaud, Georges Bataille y Lautreamont.

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