Hoy hablaba con una mujer enferma, forzada a estar dos años en casa sin salir, que me comentaba lo mucho que le estaban ayudando los libros a soportar su vida diaria. A superar su invalidez transitoria.

En un momento dado, me preguntó si era yo consciente del trabajo que tengo. Tu trabajo salva vidas, me dijo. Y mi lógica respuesta fue que sí, que sí lo soy. Claro que lo soy. Porque si estoy vivo es precisamente por haber leído en determinados momentos de desesperación, (cuando todo se caía y se rompía y no había más que oscuridad), ciertos libros que me sacaron a flote. No me permitieron hundirme.

Precisamente por eso, le dije a continuación, me sabe tan mal cuando compruebo cómo la literatura se prostituye una y otra vez en pos de las ventas. Por eso es por lo que me siento tan triste cuando se anuncian diariamente la aparición de obras y obras maestras que no dejan de ser libros pasajeros. Precisamente por eso. Porque es una obligación moral del arte o bien salvar vidas o bien transformarlas o bien sacudirnos. Y prácticamente, como es sabido, a día de hoy, lo que más nos sacude de tantos y tantos libros encumbrados son las laudatorias frases de las fajas o la contraportada.

Así, supuestamente, estamos rodeados de obras maestras por todas partes pero nuestras vidas se vacían gradualmente y no es extraño leer sobre decenas de suicidios semanales. El arte moralista es una estafa. Pero un arte sin ambición y espíritu, un arte (no importa que sea destructivo) que no aspire a arañar el alma de las personas es un mero sucedáneo creativo que, lejos de convertirse en un flotador, contribuye a hundir más y más a la humanidad en el pozo. O al menos, la mantiene en la ceguera. Convierte a los seres humanos en sumisos que aman la mediocridad y suspiran por la mediocridad a tal nivel que, finalmente, no añoran y desean otra cosa que mediocridad. Shalam 

لطالما كانت رفاهية الناس هي ذريعة الطغاة

El bienestar de las personas siempre ha sido la coartada de los tiranos