¡Cómo está el mundo! No, no voy a realizar una de mis predicciones políticas generalmente desacertadas. ¡Ja,ja,ja! Pero sí me gustaría indicar que, desde que tengo uso de razón, no lo he visto jamás tan mal. Tan mediocre, tan asqueroso, tan evadido, tan competitivo, tan psicótico y tan repugnante. Casi tan viscoso y putrefacto como un pastel revenido.
Cuando tenía 10 años, recuerdo conversaciones con amigos sobre la posibilidad del estallido de una bomba atómica o un combate bélico entre el bloque comunista y el capitalista. Y entiendo que la sensación era de desesperación. Había miedo. Pero no esta sensación de absurdo e inanidad y casi que de absoluta impotencia que hay ahora. Sinceramente, una guerra casi me parecería mejor que lo que vivimos diariamente porque en un combate a muerte existe muchas veces un aspecto heroico. Algo casi divino. Una posibilidad de acceder al más allá. Tal vez incluso de trascender. Pero la miseria, estulticia y egoísmo que veo alrededor actualmente, no tiene nombre en mi opinión.
En cierto modo, es una demolición de cualquiera de los valores humanos. Un atentado contra nosotros mismos. No es que vivamos el fin del humanismo. Es que vivimos la humillación del humanismo. La burla del humanismo. La tortura del humanismo. La execración del humanismo.
Obviamente, muchas de las personas del primer mundo poseen (todavía) una serie de derechos que, de alguna forma, les permiten ver cómo el humanismo se derrumba sin verse afectados al menos económicamente. En cierto sentido, lo contemplan caerse e incluso demolido, pero no pisoteado y orinado; tal y como yo lo percibo en México diariamente. Un país donde a veces -lo digo en serio- creo que la esclavitud de una u otra manera continúa existiendo. De hecho, hablando claro, sí existe la esclavitud. Sólo que encubierta. O al desnudo. ¿Qué más da? ¡Existe!
En fin, mi reacción ante esta marabunta de mediocridad que infecta oficinas, universidades, institutos, colegios, autopistas, aeropuertos, internet (sólo hay que leer los habituales comentarios anónimos a cualquier texto brillante) y hoy en día podemos encontrar en los rincones más insospechados, ha sido llevar a cabo dos trilogías: una onírica compuesta por Martillo, Bruja y Tormenta un poco difícil de desentrañar pues, al fin y al cabo, cada novela de la misma es prácticamente un sueño. Y otra trilogía -sin dudas la mejor de las dos- centrada en el horror existencial. El infernal mundo actual.
Ocurre que, como la palabra lo indica, estos seis libros que están conectados por decenas de orificios son re-acciones; respuestas a una situación; casi escudos; descripciones; defensas. Y mi intención no es re-accionar sino afirmar. Ser. Y para ello deberé dejar de escribir algún día (que se encuentra no muy lejano) de brujas, jardineros destructivos, artistas esquizofrénicos y egocéntricos viciosos y hacerlo sobre el amor. Porque pienso que la única forma (real) de imponerse, sin desquiciarse ni rebajarse, a esta epidemia es mantener la calma, meditar, desear lo mejor a nuestros semejantes y mejorar como personas.
Según lo entiendo, para el ser humano es bueno conocer sus limitaciones. Pero hoy en día percibo que todos queremos tener razón y no cedemos en nuestros argumentos. Pocos son capaces de conformarse con aquello que la naturaleza les dio. Todos deseamos más de lo que tal vez nos corresponda y no entendemos que no se trata de ganar batallas sino la guerra. Y para vencer la guerra es necesario que nos entendamos con nuestros semejantes. Los escuchemos. Comprendamos que todos tenemos derecho a vivir, ser felices, a la seguridad, la tranquilidad y a la armonía.
Cuando termine la trilogía del horror y la onírica, corregiré La Bosteriada -un libro sobre Boca Juniors- y otro de fragmentos literarios y sinceramente, creo que estaré sin escribir varios años.
Me dedicaré si es que no me suicido antes (que por supuesto que no) o sufro alguna enfermedad mortal y la suerte y la salud me acompañan, al trabajo diario y a ir presentando esos libros, defendiéndolos, dándolos a conocer, encontrando editorial para alguno díscolo y únicamente seguiré con Avería.
Avería no lo dejaré, eso no, de ninguna manera. En fin. ¿Cómo hacerlo si Avería es mi respiración y me ha librado para siempre de ir tocando puertas para publicar textos sobre los artistas que amo de la manera en que lo deseo? Con esto, básicamente quiero decir que necesito explorar vías para canalizar el amor. Comprender a los «otros» en un mundo donde, por lo general, no nos estamos comportando así. Damos verdadero asco y pena. Aunque, de momento, debo seguir enlazando palabras de odio y furor y terminar Puercos y Tormenta. Concluir a lo grande dos trilogías que están llegando a su fin lentamente en mi ámbito interno (y externo). Señal de que va brotando un nuevo lenguaje en mi interior. Nuevos sentimientos y actitudes. Hay una semilla ahí dentro.
Realmente, si soy sincero, no sé cómo conseguiré en el futuro escribir con sencillez sin por eso ser simple. Me da miedo ver las habituales risas, carcajadas y críticas (algunas probablemente muy merecidas por cierto) a un Alejandro Jodorowsky por ejemplo. Y por eso, además de para crecer como persona, vislumbro, repito, esos años de silencio. Buscando las raíces en mí mismo a través de las que hacer crecer árboles de bondad y no ser desequilibrado por los otros. La mirada crítica de los otros, que diría Sartre. Pues además, creo que escribir sobre el amor es mucho más difícil que hacerlo sobre el odio. Y, a excepción de los grandes libros orientales, no sé en qué tratados me inspiraré. Algo que por supuesto no me importa ahora mismo porque lo que tenga que venir, vendrá. Y con seguridad, llegará si es que está escrito que llegue. Shalam
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