Hoy se realiza un necesario y merecido homenaje a José Óscar López en Murcia. Allí se presentará un número especial de El coloquio de los perros dedicado a su figura. El cual puede consultarse aquí

La verdad es que apenas he leído dos o tres artículos sueltos pero, así, a vuelapluma, puedo afirmar que el número es excelente. Una barbaridad de esas que dejarán huella y harán preguntarse a las futuras generaciones quién fue ese hombre que convirtió a Murcia en una sucursal del espacio, de la luna. Quién era ese poeta que más que caminar por las calles parecía flotar por ellas. Quién era ese escritor que lograba que las frases de sus libros se derritieran, se evaporaran, desaparecieran y volvieran a surgir a medida que pasábamos las páginas de sus libros.

El mundo literario no se diferencia en prácticamente nada del musical o del artístico. Tampoco del científico o el deportivo. Es difícil encontrar personas sinceras, puras en cualquier ámbito. Casi todas tienen unos intereses. El hecho de que tantas se reúnan hoy en Murcia para hablar del hombre de las estrellas, de que tantas hayan participado en el especial de El coloquio, si algo deja claro es que José Óscar era uno de esos escasos, muy escasos hombres puros. Un artista puro. Un poeta que no cesaba de asombrarse. Se acercaba con interés y curiosidad a las obras de los demás. Y siempre aportaba más luces que sombras. Tal vez no estuviera internamente en paz pero nunca importunaba la paz de sus interlocutores.

Su inquietud, sus temblores eran característicos de los artistas raídos, de los artistas que conviven cotidianamente con una zozobra inexplicable para el resto de mortales. Aunque José Óscar hablaba mucho, no solía hacerlo de su vida, de sus sentimientos, de sus dolores. Tengo la impresión de que convirtió sus problemas personales en alas artísticas porque no quería molestar. Porque quería que todos volárabamos, todos disfrutáramos del viaje, de esas rutas por el espacio tan parecidas a canciones de Syd Barrett que él reflejaba en sus poemas.

En la mente de José Óscar, los cómics de la Marvel, los poetas románticos, Daniel Clowes, el arte posmoderno o un libro de Deleuze se juntaban, se fagocitaban y se unían de un modo tan disperso como libre, ralo y original. Su mirada era noble. Clara. Por eso todo el arte que había leído se transparentaba en ella. Y también lo que deseaba leer. La mirada de José Óscar era una promesa. Era una inquieta promesa de todo lo que aún teníamos que vivir, que leer, que descubrir. Era una constatación de que son nuestros defectos e imperfecciones lo que nos hace grandes, por momentos ángeles.

En fin. No quiero hacer este avería largo en exceso. Tengo la impresión de que hoy podría seguir y seguir. De que, a lo largo de la tarde, muchas personas sonreirán recordándolo y unas cuantas llorarán. Creo que no hay mejor poema, no hay mejor libro sobre José Óscar que esas lágrimas, que esos llantos. También, claro, las risas, las sonrisas. Los canutos que se encenderán en su honor. Las copas por la noche.

El día en el que se fue, el día en el que José Óscar se avalanzó sobre el monstruo del tiempo, el padre tiempo, y lo tumbó, (como si fuera Muhammad Ali)  se perdió para siempre un trozo de paraíso. Esa rama de la isla paradisíaca que, de tanto en tanto, vislumbrábamos en sus ojos. Shalam

لا تقرأ كما يفعل الأطفال من أجل المتعة، أو كما يفعل الطموحون من أجل التعليم. اقرأ لتعيش.

No leas, como hacen los niños para divertirse, o como hacen los ambicioso por instrucción. Lee para vivir.