No he escrito un poema en mi vida ni creo que me decida a escribirlo jamás puesto que no me siento en absoluto cómodo en este género. Pero el saxofonista Alberto Ferral y el pianista Erick Lemoine me han animado a urdir uno con motivo de un concierto en el que van a participar, y obviamente no he podido decirles que no. Supuestamente, el texto tenía que encontrarse relacionado con la muerte puesto que va a ser entonado o leído -si es que entendí bien- en el transcurso de un evento celebrado con motivo del día de muertos o algo similar. Y bueno, pues ok, ahí va. Se llama «Naufragio pirata» y lo escribí ayer en menos de cinco minutos cuando me despertaba entre pesadillas soñando con salir de la situación existencial que relaté en la entrada de ayer y matar o asesinar a unos cuantos puercos en compañía de una manada de corsarios.
Naufragio pirata
Existe un mensaje enterrado entre las astillas de un barco pirata naufragado
en medio de las sucias aguas de un océano revuelto
entre muñecas de trapo que sonríen con la boca desencajada
y restos de viejos cofres de bronce descuartizados
Un papel doblado y quebrado sobre el tronco de una palmera sin frutos
y viejas plumas de antiguas golondrinas y gavilanes
que respiran ahora por la boca de los cráneos de corsarios muertos hace varios siglos
y sables enrobinados que se hacen añicos en contacto con los tentáculos de los pulpos
y los ruidos que emiten los tiburones y cientos de cangrejos sin ojos, que dice así:
«Vivir es una batalla por aniquilar el muerto que seremos.
Un anciano espíritu que nos aguarda tranquilo en un sillón.
vestido con mocasines de plata y un gabán de terciopelo que introducirá su lengua en nuestros labios cuando abandonemos este infierno
o bien enfurecidos o bien entristecidos y hasta, en algún caso, aliviados
por librarnos de este pérfido tormento.
Nuestro desconsuelo sin fin en torno al que bailan ininterrumpidamente niñas de ojos rabiosos
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