Acabo de finalizar París (1970), el último libro que me faltaba por leer de la famosa Trilogía involuntaria de Mario Levrero (compuesta por El lugar (1982) y La ciudad (1980) además de la novela citada) y básicamente, sólo puedo dar las gracias a la literatura en minúsculas. Esa literatura que no se toma en serio en sí misma, trabaja en la sombra y gracias al feroz anonimato del que surge, termina por crear mundos mucho más libres y personales que los de los autores que se ven forzados a vivir y contentar al orden oficial, como es el caso de obras tan estimulantes e inclasificables como El tercer policía (1967)de Flann O’Brien.
Podría hablar de influencias, (tanto de Buster Keaton y Franz Kafka como de la narrativa onírica y fantástica crecida alrededor del Río de la Plata) así como del sinsentido de estas mágicas novelas, pero creo que además de ser una tarea ardua que requeriría un pequeño ensayo, no es necesario en esta ocasión teniendo en cuenta la fiesta narrativa a la que Mario Levrero nos invita. Y que pienso que el hedonismo es lo que debe primar en el lector al sumergirse en estos jugosos textos que perderían gran parte de su frescura, si intentáramos descifrarlos racionalmente. Por lo que me contento con saborearlos, imaginándome la sonrisa del escritor uruguayo mientras los forjaba silenciosamente. Disfrutando con aquello que escribía de la misma forma que lo harían sus lectores posteriormente. Entre los cuales, por supuesto, se encuentra César Aira. Otro maestro de la ironía, de la subversión genérica y las frases leves, ligeras, aparentemente descuidadas, que dinamitan la idea de literatura culta. Obligándola a embrollarse con todo tipo de géneros, medios e ideas hasta conseguir que sea un reflejo de este enmarañado y desesperado mundo que sin hacer ruido, en silencio y pasando desapercibido, retrató con un talento magistral Mario Levrero. Probablemente porque nunca llegó a tomarse en serio a sí mismo y fue siempre muy consciente de su futura desaparición. Shalam.
كُنْ ذكورا إذا كُنْت كذوبا
El humor es la cara civilizada de la desesperación
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