Resulta sorprendente en cierto modo, el presente auge de la microescritura. Hace 20 o 25 años hubiera sido inconcebible esta situación. Pero el desarrollo y evolución de las sociedades modernas desde la aparición de Internet ha puesto a este género narrativo en el primer foco de atención literario. Pareciera que cualquier escritor debiera probar hoy en día su ingenio y versatilidad en la suerte de las «pocas y escasas líneas», y hacerlo bien para que lo sintamos contemporáneo nuestro. Dentro de las corrientes y flujos movedizos de la época.
La flota literaria actual no se encuentra tan marcada ahora por la levedad y ligereza como por la brevedad. Calvino, Pitol, Buzatti, Levrero son ya pasado remoto. Clásicos, sí, incontestables pero de otro tiempo, y no tanto nuestros coetáneos porque escriben todavía pensando en párrafos. Su medida es la página. El punto y aparte al que debe seguir otro párrafo. Pero ya no la frase o la palabra, como le ocurre al escritor de microcuentos, que mide el tamaño de su genialidad en segundos. Vive más del ingenio y la inspiración que de la constancia. Y se alimenta de ese instante en que, inesperadamente, todo cobra sentido, las palabras vienen solas y se alistan sobre el papel con su forma definitiva casi por arte de magia.
Alejandro Jodorowsky, por ejemplo, lleva varios años asegurando que el twitter es la literatura del futuro. Y nos guste o no, es justo reconocer que ciertas frases de facebook valen por varios artículos de periódico. Así como que algunas de las disertaciones más o menos extensas colocadas en su muro logran sintetizar genialmente las enseñanzas contenidas en muchos ensayos. Incluso los blogs de algunos escritores están empezando a ser más interesantes que sus libros. Más precisos, concisos, exactos y reales. Una muestra radical de arte en movimiento que se antoja más trascendente cuanto más cotidiano y próximo nos resulta; cuanta más apariencia de banalidad posee, encontrándose por tanto, más próximo a su desaparición.
Hace varias semanas leía un artículo excelente, Laambición delrelato, en donde muy inteligentemente, el escritor norteamericano Steven Millhauser desarrollaba una disertación sobre las diferentes intenciones del cuento y la novela. Llegando a la conclusión de que el relato ocultaba una ambición, un deseo secreto tras su pequeñez: ser capaz de contener el Universo en unas pocas páginas. Y que, precisamente, su posibilidad de decir mucho con pocos medios era lo que hacía que se acabara imponiendo a un género vasto, gigantesco como la novela que caía actualmente tumbada al suelo por su propio peso, debido a su pretensión exhaustiva, faustiana. De alguna forma, el género novelístico estaría entonces cumpliendo ahora una especie de castigo divino por haberse creído capaz de contenerlo todo, absolutamente todo entre sus páginas; haber pensado que era capaz de absorber y plasmar cada una de las experiencias del ser humano.
Lo cierto es que cuando las consulté, las reflexiones de Millhauser me parecieron muy apropiadas. Estaba yo leyendo GuerrayPaz y si bien la novela me parece una obra majestuosa, no terminaba de atraparme. Seguramente, como he descubierto hace poco, porque la traducción de la edición que leía no es muy recomendable. Pero esto era una cuestión que hace varias semanas desconocía. Y consiguientemente, no aminoraba en mucho el deseo que sentía por aquel entonces de condenar, de algún modo, la creación de Tolstoi. Su extensión, dilatación y monumentalidad de hecho, no permitían que fluyera con ella como me habría gustado. Al contrario que cuando, descansando de esta lectura, me sumergía en la de Historiasdelapalmadelamano de Yasunari kawabata. Un texto integrado por una escritura ágil, fina y delgada que parecía irse, desplazarse a otro lugar conforme me acercaba a ella y se negaba a entregarse a mí al revés que la novela de Tolstoi. Enciclopedia narrativa que sentía que deseaba imponérseme, ansiando, reclamando mi admiración, respeto y reconocimiento. Mi total rendición hacia sus capacidades y logros.
Millhauser además, planteaba una cuestión que no había tenido hasta entonces yo muy en cuenta: el hecho de que el microcuento como género se postule como un infinito, inmenso Aleph. Es decir; que su intención sea contener todo el Universo, condensar gran parte de los misterios de la historia y los personajes así como todos los tiempos existentes y por haber, en tan sólo unas minúsculas palabras. Realmente, esta visión me aclararía y permitiría comprender mucho mejor las ilusiones y objetivos que, conscientemente o no, perseguía uno de los padres, Robert Walser, de la microliteratura. Pues su pretension, por ejemplo, de disminuir la escritura, llegando hasta el extremo de escribir sus textos con letra minúscula, no tiene tanto que ver, desde este prisma, con la humildad del escritor o con una enfermiza timidez sino con una búsqueda. Una forma desesperada de reencontrar la experiencia divina o sagrada en Occidente. La experiencia primera. Augural.
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