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Héctor A. Murena: el paraíso perdido (2)

Nov 8, 2013 | 0 Comentarios

Prosigo aquí con el texto sobre Héctor Murena cuya primera parte colgué ayer en el blog:

Pienso, sí, que la interpretación del escritor argentino es muy válida para ahondar en la mayoría de símbolos que recorren la obra de Poe. Pensemos, por ejemplo, en aquellas decadentes mansiones de tantos cuentos del norteamericano –La caída de la casa Usher, Berenice, Ligeia, El gato negro-. Todas ellas parecen estar a punto de derrumbarse. Son una especie de recintos fantasmas, “no-lugares” donde la vida “verdadera” no existe y se respira un aire viciado más propio de un ataúd que de un hogar. De hecho, se diría que a sus habitantes no les importa morir o vivir pues se encuentran exiliados de sí mismos, condenados a un eterno monólogo. En definitiva, viven en una especie de ámbito infernal cercados por una culpa que no pueden explicar. Una culpa que es la que sufre todo exiliado cuyo lugar –como el de tantos personajes de Poe- es ninguno y lo más que puede es construir un simulacro de una vida real, fabricarse una especie de purgatorio hecho a su medida donde intentar ocultar su infelicidad. Siendo, en última instancia, esas gigantescas mansiones símbolo de su encierro. De su miedo a la naturaleza y al nuevo continente. La experiencia con lo desconocido.

Igualmente, es al trasluz de la interpretación de Murena que muchos otros de los sortilegios de las narraciones de Poe pueden ser entendidos acaso con mayor profundidad. Por ejemplo, es desde esta perspectiva que puede cobrar otra cariz esa insólita narración que es El hombre de la multitud. Pues ¿no es este cuento una especie de retrato sagaz sobre el alma impávida, demoníaca de un exiliado?, ¿No es este hombre que no cesa de ir hacia un lugar y otro y que parece no tener rostro y podría ser cualquiera -especie de Baterbly activo- una metáfora de todos aquellos hombres sin residencia fija, destinados al anonimato, a ser nadie?, ¿Y no son esas tentativas de volver a la vida después de la muerte de tantas de las heroínas femeninas de las obras de Poe, metáforas del intento de volver a la tierra de origen siempre frustrado?, ¿No podrían vislumbrarse las acometidas de aquellas fantasmagóricas mujeres como signo de su imposibilidad por reintegrarse a una nueva vida y a un nuevo tiempo?, ¿No eran Las aventuras de Arthur Gordom Pym una manera de sublimar y conceder aliento heroico, épico a todos aquellos seres que salieron de sus tierras en busca de lo desconocido?, ¿Y no es el triste, oscuro final de Gordom Pym como el del protagonista de El manuscrito hallado en una botella otra metáfora eficaz para describir el naufragio del alma de tantos europeos al enraizarse con lo desconocido? ¿No eran aquellos fantasiosos paisajes de El dominio de Armheim, El cottage de Landor o La isla del hada, utilizando ahora las palabras de Murena, el envés “por sus insólitas características, del nuevo estado de alma que se plasma en el destierro” como su revés, las tiránicas profundidades de los fondos marinos plasmadas en Descenso al Maelström?, ¿Un título como El enterramiento prematuro no está ya, en parte, aludiendo al incipiente fin de las ilusiones vitales de tantos emigrantes, al enterramiento de un “ser” que fue negado, utilizado y, en muchos casos, denigrado?  ¿Y no es Eureka un intento de un alma desesperada por encontrar un sentido, de la forma y manera que sean, a la existencia de un mundo que se le escapaba a cada segundo, que se agotaba constantemente?

“Piénsese además en los emparedamientos vivos frecuentes y en los casos de catalepsia, que son representación de la muerte en vida que experimenta el espíritu entre las rejas del mundo brutal y ahistórico del exilio”, indicará el escritor argentino.

En todo caso, aunque ya hemos ahondado bastante en la visión de Murena sobre la obra de Poe y, considero, ya tendremos bastantes claras bastantes de sus características, pienso que aún nos resta por esclarecer mejor algunas más para comprenderla en su último sentido. Y para ello es necesario, entre otros aspectos, tomar conciencia de cuál es el espacio habitual en que se desarrollan las narraciones de Poe: Europa. Un hecho que puede ser entendido, siguiendo nuestras coordenadas de análisis,  como un signo de la necesidad por parte de Poe de regresar al origen o, probablemente, reinventarlo, desde su emplazamiento en América. Pero que puede ser leído, asimismo, de otra manera a partir de la que Murena fundamenta su teoría: el parricidio.

Para Murena, la Independencia americana debía ser leída como un acto edípico cometido apresuradamente por los hijos americanos no deseados y, tantas veces, castigados por el padre occidental, en contra de su tiránica presencia. Por lo que sería, en esencia,  un acto parricida.

Señala Murena: “Poe (…) representa la voluntad de discontinuidad, la voluntad de ruptura con el espíritu europeo. Pues, según una hermenéutica americana, siendo América una desterrada de la historia, lo que la obra de Poe simboliza es, hablando en los términos más exactos, una voluntad de parricidio espiritual, de parricidio histórico, de aniquilación de la paterna Europa”.

Gran parte del arte y usos sociales americanos, por ende, -vistos desde este prisma- son un ataque a Europa. Un intento por huir de su influjo y demostrar que la existencia americana es tan o más auténtica que la occidental por más que esté fundada –y de ahí su no-existencia y su visible contradicción para Murena- en el lenguaje, costumbres y modos de ser del continente europeo. Sin embargo, en esa rebeldía –como la del hijo adolescente- contra su padre europeo también radicaba, según el ensayista argentino, tanto la vitalidad como la esperanza del continente americano. Pues en la medida en que América expresara con sinceridad esa rebeldía, mostraría sin ambages –como lo hace la literatura de Poe- la dimensión de su alma.

En este sentido, Murena entiende que la literatura de Poe –gracias a su talante pesadillesco y a su carácter rebelde- fue la primera que mostró de manera descarnada, con absoluta rotundidad, el cansancio del alma europea. Fue la primera manifestación que al proceder, lógicamente, de América, intentó abolir su historia o al menos señaló sin pudor alguno su decadencia. Indica Murena: “Para los europeos, Poe fue un dictamen de senilidad, la necesidad de atacar el anquilosamiento histórico, la historia, la necesidad de matar lo muerto para vivir”. (…) “Poe es el primer golpe dado por América contra las puertas de Europa. Es el primer azote con que el alma europea, después de su viaje a América, refluye sobre sí misma, para minar y romper la vieja residencia. Porque América es el alma europea expulsada del antiquísimo recinto de la historia, desterrada, contemplando su remoto asilo, embargada por una secreta, incesante pregunta sobre las causas de la presunta culpa que motivó el destierro, cayendo tras la máscara de la vida próspera y saludable, en el pozo de una nostalgia que elige la propia destrucción como medio para redimir la culpa y golpear al mismo tiempo vindicativamente los cimientos de la cerrada casa natal”.

Es más, Murena nos sugiere que la buena acogida en Europa del modernismo o distintas tentativas estéticas procedentes de América, se debió en gran medida a que, de alguna manera, rejuvenecían la savia y talante del viejo continente. Y que si no llegaron a cuajar del todo en el continente americano fue porque no se atrevieron a radiografiar con la certeza y exactitud que lo hizo Poe al monstruo americano. No tuvieron tentaciones parricidas sino evolucionistas o separatistas. Y es por ello –por lo que añado yo- que hoy en día, el escritor norteamericano todavía nos resulta interesante.

Poe, en definitiva, retrató una verdad intemporal. Plasmó un estado del alma y de la evolución del espíritu humano justo en el momento en que se estaba produciendo. Retrató el crecimiento de una América infante o adolescente que todavía no entendía su función en el mundo y ante esta situación, únicamente podía gritar de rabia y desesperación. Algo que habían realizado anteriormente otros artistas pero nadie -debido a las condiciones extremas de esa segunda caída en el tiempo americano- con la angustia radical que lo hizo Poe. Un escritor cuya imborrable semilla se filtró directa o indirectamente en las obras de algunos de los artistas más importantes de ambos continentes durante buena parte del siglo XX: André Breton, Luis Buñuel, Salvador Dalí, Tim Burton, Thomas Pynchon, Federico Fellini, Roger Corman, Alan Moore, Neil Gaiman o  David Lynch.

En cualquier caso, para comprender mejor el impulso parricida de las narraciones de Poe es necesario tener en cuenta otra circunstancia: el que al estar los países americanos alejados de la sombra del padre occidental –detentador de la ley, la historia y la idea de realidad- la mayoría de ellos se hayan visto obligados a regirse por una especie de no-ley. Algo que, como nos lo han enseñado Deleuze y Guattari y nos lo ha recordado Slavoj Žižek, no significa que no exista una ley. Significa, más bien, que la ley está diferida, postergada, anulada de la vida cotidiana “visible” de esa sociedad pero, en última instancia, tan o más presente que la ley primitiva. Lo que la hace más peligrosa porque, gracias a su ocultamiento, puede ser manejada por cualquier tirano o poder fáctico desde la sombra sin tener que rendir cuentas de sus acciones; además de que puede crear una conciencia psicótica en los integrantes del cuerpo social al no conocer cuáles son los límites y alcances de la ley ni cuándo les golpeará, absolverá o dejará indefensos.

En gran parte, cuentos como El rey Peste o La máscara de la muerte roja responden perfectamente a los parámetros de esta interpretación. Narraciones como El método del doctor Tarr y del profesor Fether podrían ser leídas como análisis mordaces sobre la imprevisibilidad de la ley e incluso, en algún sentido, Tú eres el asesino como un recóndito y sibilino retrato de la necesidad parricida americana.  Y, al fin y al cabo, ¿no es El pozo y el péndulo, una narración que simboliza y ejemplifica a la perfección todas estas premisas?

En fin, espero que se entiendan mejor ahora las razones por las que los personajes de los despiadados relatos de Poe intentan por todos los medios posibles comunicar su malestar y expandir su solitario y malvado mensaje al infinito: porque, de esta forma, se pueden vengar de un mundo y una sociedad en que no pueden encontrarse a sí mismos y en la que se sienten más víctimas que culpables. Y pueden además intentar herir a ese inmisericorde padre (Europa) que los dejó desamparados en una tierra inhóspita. Además de que expresar sin reparos su disconformidad, seguramente, es un camino tortuoso y desesperante, sí, pero también eficaz para golpear al dios sordo y mudo a sus ruegos que los ha encerrado en un amplio y gigantesco recinto, América, cuya abrumadora extensión les hace tomar conciencia, con mayor precisión, de la magnitud de su desamparo.

No obstante, antes de finalizar, sí me gustaría indicar que para Murena esta rebeldía americana antes o después, sería acallada teniendo en cuenta que América, aun en contra de su voluntad, tiene que solidificarse y enraizarse dentro de las coordenadas occidentales para afirmarse a sí misma. Pues América, como un adolescente déspota e irreflexivo, -por más que esté cargado de razón y verdades- podrá llegar a rebelarse contra su padre, Europa, pero tiene escrito y marcado con líneas de fuego su destino: correr la misma suerte del joven que, una vez que ha completado su proceso de maduración, se ve obligado a reconocer a la ley del padre como aquella que puede otorgar un sentido a su existencia. Dado que sólo así, podrá encontrarse preparada para pronunciar su propio y exclusivo sí a la existencia.

Exactamente, Murena ya lo dijo con claridad en su momento. Todos somos hijos de nadie pero los americanos aún lo son mucho más por haber perdido las raíces europeas y  será en el momento en que reconozcan este hecho, la imposible vuelta al hogar occidental (Itaca, el paraíso perdido) que conseguirán hacer de este exilio una fuente de poder que resalte su especificidad y concite respeto y admiración en el mundo. Pues adoptar un papel de víctima se antoja totalmente innecesario teniendo en cuenta que el problema del exilio es consustancial, como muy bien supieran los gnósticos, a todo ser humano y que, precisamente, por vivir esta experiencia en su límite más radical, son los argentinos, todos los americanos, aquellos que podrían dar lecciones al mundo de cómo se vive en ese estado de equilibrio inseguro. Contribuyendo al crecimiento de la rosa de los vientos. Aquella flor que concede el secreto eterno de la vida a todo aquel que se digna sin miedos ni complejos a oler sus pétalos y beber su jugo.

Concluyendo ya, señalar que nadie –que yo conozca- ha sabido leer a Poe como Murena. Nadie ha comprendido con tanta exactitud como él la magnitud de la tragedia que describe. Confío haber dejado claro porqué. Por haberse atrevido a diagnosticar sin miedos “ese drama” -el exilio americano- “que al cumplirse en millares de seres a una determinada altura de los tiempos produjo una demencia oculta, una desesperación embozada cuya magnitud y consecuencias permanecen en gran parte aún sin nombre” que tan bien describen los relatos del escritor norteamericano.

Confío, eso sí, en última instancia, que el tiempo vaya poniendo en su lugar a Murena y su obra tome la relevancia que merece. Pues, como ya dejé dicho, fue un ensayista de unas prestaciones magníficas que ha escrito junto a Eduardo Mallea, Scalabrini Ortiz y, sobre todo, Martínez Estrada, las páginas más relevantes sobre Argentina. Y si no se le estudia o conoce más, creo que se debe a que su análisis es tan depurado, tan veraz y, al mismo tiempo, tan único y diferente que acercarse al mismo en estos tiempos de medianías intelectuales y pensamiento plano y obtuso, asusta. Ya que Murena es un pensador incorrompible que, desde luego, no deja resquicio alguno a la ambigüedad.

Murena de hecho, siempre habló claro y alto y su vocación profética, simbólica y mística no debió caer jamás en el olvido en que se encuentra ahora mismo. Las claves de su pensamiento, ya lo dije, se encuentran en El pecado original de América. Un libro que, estoy convencido, siempre, absolutamente siempre –por más que pasen años de silencio hacia el mismo- se volverá a releer. Porque el escritor argentino fue uno de esos escasos hombres capaces de decirnos directa y frontalmente esas verdades sobre nuestra naturaleza que, en su mayoría, nos negamos a ver y reconocer. Shalam

عِنْد الشدائِد يُعْرف الإخْوان

 La adulación es como la sombra. No nos hace más grandes ni más pequeños

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Autor: Alejandro Hermosilla

Mi nombre (creo) es Alejandro Hermosilla. Amo la escritura de Thomas Bernhard, Salvador Elizondo, Antonin Artaud, Georges Bataille y Lautreamont.

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