Dejo a continuación un nuevo avería dedicado a Espiricom, y concretamente al concierto que ofrecieron el pasado viernes en la sala Spectrum (Murcia). El cual recomiendo leer escuchando uno de los temas de Nuevo orden mágico, su último disco: «TCI».

El trueno

Por fuerza, una banda que graba un tema titulado «El rayo no puede dañar al rayo» no ha de ser normal. Debe jugar necesariamente en otra liga. No digo ni mejor ni peor que la del resto de grupos de su entorno. Digo simplemente que ha de jugar sí o sí en otra liga. Así que el pasado viernes me acerqué a ver tocar a Espiricom en la sala Spectrum con la intención de vivir una experiencia. Con la necesidad de comprobar si el rock puede continuar provocando mutaciones enérgicas y crear conciencia a medida que lo destruye todo.

No resulta del todo sencillo definir los discos de Espiricom. Yo llevo escuchando desde hace varios meses de tanto en tanto Nuevo orden mágico y puedo asegurar que crece con cada escucha. No se agota. Es una salvaje anomalía. Es una obra instantánea y tribal que posee la virtud de convertir en ritual cada una de sus escuchas y de transformar nuestra habitación o automóvil en una hoguera. Un trueno. Hay mucho de trance y misticismo en ella pero en absoluto de manera rasgada o épica. El trance que provoca una obra como Nuevo orden mágico es casi bailable a pesar de que se encuentra basado y compuesto de ruido. En realidad, Nuevo orden es casi más una invocación a los espíritus del bosque y a viejos ídolos perdidos que un disco de rock. A su manera, es una plegaria pero una plegaria destructiva. Un ruego gnóstico por la insolación y el hundimiento de una civilización cuyos integrantes están condenados a experimentar la comunión divina por medio de drogas.

La portada de Nuevo orden mágico no engaña. Los dos miembros del grupo (Alfonso Alfonso y Fran del Valle) avivan una hoguera con sus instrumentos durante una noche cerrada. Probablemente (así me gusta fantasearlo a mí) la de San Juan. En realidad, lo mismo puede interpretarse que le dan aire y alimento al fuego con sus armas musicales como que las utilizan como material consumible. En cualquier caso, lo importante es que ambos parecen tener claro que hay que destruir y quemar el arte y la música para purificarla y purificarse, que hay que aniquilar la historia y la tradición para construir (o al menos intentarlo) una nueva manera de hacer rock. Motivo por el que tal vez en Nuevo orden mágico, la guitarra, las bases grabadas y la batería ejercen de misiles festivos y de alegres bombas de racimo. Máscaras chamánicas para provocar el baile, la risa y la reflexión.

En Nuevo orden mágico, las masas de sonido son parecidas a rayos y truenos. Son casi ruidosas invocaciones divinas y naturales. Y las letras son directamente religiosas. Panteístas. Glorifican a la naturaleza y la intuición en medio de catárticas ondas de ruido que transforman las canciones en abrasivas e imprevisibles bandas sonoras de la era industrial. Cánticos deslavazados y litúrgicos dedicados al fin de los tiempos y al comienzo de un nuevo mundo que hacen pensar por momentos en la saga de Mad Max, en los filmes de terror de Mario Bava y en los clásicos guerreros del cine post-apocalíptico.

En realidad, el concierto (lamentablemente, me perdí al grupo anterior, Joya, y no puedo decir nada al respecto) respondió punto por punto a lo que intento describir. Creo que lo mejor de todo radica en que Espiricom no hacen concesiones. Cuando otros grupos aprovecharían para convertir sus temas en improvisaciones rítmicas con las que forzar a bailar a su público, Espiricom se detienen bruscamente. En ningún caso, se adornan. Cuando parece que están entonando unas estrofas tatareables que recuerdan mínimamente a una canción de post-pop (o a lo que sea), suben el acelerador, provocan un cambio de ritmo, huyendo de lo previsible. Tranformando, por tanto, cada minuto del concierto en un ritual dedicado a investigar, destruir, corromper y honrar el rock como medio de expresión artística.

El concierto duró tan sólo una hora. Nada más que una hora. 60 minutos apenas. Obviamente, muy poco tiempo. Pero suficiente para comprender que más valen esos 60 minutos que horas enteras de conciertos diseminados por todos lados en las que los grupos lo único que hacen es exprimir el legado del rock y el pop. Cumplir todas las expectativas de su público. Obviamente, tampoco hubo bises. Alguien dijo que si los miembros de Espiricom nos escucharan gritar pidiendo una nueva canción, lo mismo nos soltaban una hostia. Y me lo creo. Con una hora fue suficiente para vislumbrar el caos. Escuchar ecos de krautrock y unos cuantos gritos de esta Europa derruida por el cáncer de las ideologías que tanto recuerda a esa extenuada que emergió de la Segunda Guerra Mundial.

Lo mejor del concierto de Espiricom es que, tras volver a casa, sentí deseos de leer ensayos de Zizek, Baudrillard, Mark Fisher y todos esos gurús filosóficos posmodernos mientras escuchaba su disco pero, al mismo tiempo, sentía ganas de arrojar esos libros al fuego clamando con ambos músicos eso de «Un Nuevo Orden Mágico, Un Nuevo Orden Mágico, Un Nuevo Orden Mágico». De las piedras, sí, también emerge de tanto en tanto la luz. Shalam

التعصب الأعمى هو تعويض مفرط للشك

El fanatismo es una sobrecompensación de la duda