AVERÍA DE POLLOS: Inicio E Literatura E El paraíso destrozado

El paraíso destrozado

Dic 7, 2016 | 0 Comentarios

Dejo a continuación un texto sobre William Blake que no entrará en Puercos porque pienso que no es lo suficientemente potente y cruel. Le faltan complejidades, y sinuosidades simbólicas. Y entiendo que puede funcionar mucho mejor dentro de avería, como sincero homenaje al misterioso artista inglés, que en las páginas de una novela donde el lenguaje debe arder y expulsar mierda, oler mal, o desaparecer para siempre y jamás.  Ahí va:

5fa5135a586797973cde370214d04c23«Para William Blake, el paraíso era una cárcel porque tenía la forma de un jardín; el jardín del Edén. Ese reino donde Yahvé obligaba a Adán y Eva a vivir en la ignorancia.

Los jardines eran además sinónimo de civilización; el refugio del mal; materia fangosa; naturaleza controlada; espíritu domado. En definitiva, un zoo hecho a medida del placer del diablo -el señor de este mundo- al igual que las leyes y edictos. Violencia estatal, demoníaca ejercida en contra de los hombres libres, como la que Blake se vio obligado a sufrir en la Escuela Superior donde comenzaría su formación como pintor. Un manicomio educativo.

Enseñaban allí estética y conceptos artísticos, profesores que idealizaban ciertas nociones de arte absolutamente rígidas y no eran capaces de emitir una palabra que no estuviera prevista o hubiera sido escrita previamente en un libro. Ni siquiera podían subir las escaleras que daban a las aulas si no era por el tramo habitual. Belleza, equilibrio, armonía y solidez eran conceptos enaltecidos por seres que no eran capaces de pintar un lienzo. Hombres contrahechos más preocupados en adiestrar y domar que en mostrar, asombrar. Porque en esas paredes elegantes y pulcras decoradas con leves dibujos de rosas y una frase vacía sobre la juventud y la sabiduría, la educación era básicamente condicionamiento. Un cuartel aniquilador de la creatividad y la osadía donde por la mañana, un poeta joven les hablaba sobre textos angélicos y por la tarde, les aguardaba insinuante cerca de los lavabos. Los maestros miraban con superioridad a sus alumnos e imponían artistas muertos, visiones esquivas de la vida que destruían todos los ánimos y esperanzas juveniles.

Blake sufrió allí violaciones físicas y mentales por parte de jardineros que hablaban como perros y maestros que presumían de su cultura. Aquel lugar, de hecho, estaba repleto de jardines donde habían caído ingentes cantidades de semen y mierda. Viscosas experiencias que no le permitían al artista inglés profundizar en los pintores por los que realmente se sentía interesado. Ahondar en la perfidia y la villanía sacra que se intuía en Caravaggio o en los retratistas barrocos españoles cuyo salvajismo le proporcionaba claves para interpretar un mundo del que, muy pronto, fue expulsado y denigrado. Como si fuera Adán. Un hombre desterrado de los palacios culturales por su ansia de saber y que, por tanto, intentó forjar una rebelión gnóstica contra el mundo.

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William Blake se sentía horrorizado por la Biblia. En concreto, por El Antiguo Testamento, que para él era el relato de cómo el diablo se había hecho con el mundo tras tomar posesión del espíritu del pueblo judío. Por lo que se propuso pintar los personajes y episodios bíblicos que le conmovían desde una mirada pura. Como si no hubieran sido seducidos por Yahvé. Pero también se ocupó de retratarlos siendo seducidos por el demonio hebreo. Lo que, obviamente, le provocó el desprecio de sus contemporáneos. Algo que ya esperaba. Pues había perdido toda ilusión de poder transformar el mundo activamente tras participar en los Tumultos de Gordon.

Unas revueltas promovidas por la Asociación Protestante en contra del levantamiento realizado por la Corona Británica de las restricciones que se habían impuesto tradicionalmente a los católicos ingleses que, muy pronto, se convirtieron en populares. Aunaron masas de gente de todos los extractos sociales deseosas de descargar su descontento y solicitar justicia para las causas más diversas.

Blake se cruzó con una de estas multitudes cuando caminaba hacia una tienda de arte donde además de comprar los materiales necesarios para sus grabados, en su sótano podía inhalar unas hebras del escaso opio que a finales del siglo XVIII circulaba por Londres. En sus proximidades, comenzó a escuchar gritos violentos y de odio procedentes de una muchedumbre hacinada en torno a la prisión de Newgate e, inmediatamente, se unió a ella. Dejándose arrastrar por la confusión y el odio que para él no eran sensaciones negativas. Eran efluvios secretos, misterios instintivos a través de los que detener la razón y comenzar a enfrentar la totalidad.

Blake agarró una pala y junto a un mar innumerable de violentos visionarios, entró en aquella jaula liberando a los presos. Con los ojos descompuestos de ira, arrojó fuego a las celdas, clavó dagas en el vientre de jardineros, escupió a criados y servidores reales y vibró al observar el caos reinando en la ciudad durante varias horas; enamorándose de la libertad de la revolución y convirtiéndose al anarquismo divino y místico para siempre.

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Muchos de aquellos hombres clamaban también por la liberación de las colonias americanas y Blake se sintió reconfortado. Porque para él, América era un caos que debía formar parte del mundo de los sueños. Una nocturna selva que había que permitir que continuara hablando su lenguaje secreto e inexplicable para Occidente. Rebeldía indomesticable. Pero, tras varios días de exaltación en los que cientos de ciudadanos se agolpaban en los techos de las casas como perros liberados, las revueltas fueron sofocadas y trajeron consigo la formación de la primera fuerza policial británica. Es decir, más represión. Más muerte. Un hostigamiento contra cualquier idea nueva y reveladora que lo acabó aislando del mundo que deseaba conquistar.

Una decepción que sería aún mayor tras tomar noticia del reinado cruel instaurado por Richelieu en Francia tras la Revolución Francesa. Una jauría de asesinatos cometidos por jardineros entre rastros de sangre de azadas y verdugos descabezados, que le hizo retirarse del mundanal ruido.

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Los escasos pintores con los que William Blake se había relacionado, sabiendo de su talento, guardaron silencio sobre la obra que estaba creando. Intentando conducirle a la inopia, asesinarle en vida. Le llamaban irónicamente “el iluminado” e intentaban bloquear sus posibles apariciones en público o cualquier exhibición de unos cuadros que, con el tiempo, iban cobrando mayor perfección y pureza.

Siendo, por tanto lógico, que Blake retratara a sus contemporáneos y el ascenso de las fuerzas burguesas con el rostro de monstruos deformes que, más tarde, inspirarían la escritura de H.P.Lovecraft o que viviera sus últimos años como un eremita. Sin casi contacto con nadie a excepción de su humilde esposa, encerrado en su mundo de poemas y visiones y trabajando en innumerables obras donde continuaba con su interpretación liberadora de la Biblia que, no obstante, no ha llegado a conocerse del todo. Porque entre los lienzos que los familiares de Blake destruyeron tras su muerte, existía verdadera metralla. No sólo cosmovisiones en las que aunaba el cielo y el infierno o retratos iluminadores sobre la Buena Nueva anunciada por Cristo en los que la que la iglesia quedaba totalmente excluida sino lascivas imágenes de Yahvé convertido en un sátiro. Un espíritu malévolo penetrando en el cuerpo de Abraham, retratos de mujeres judías abiertas de piernas supuestamente violadas por el dios bíblico o su nuevo profeta, Moisés, tras la huida de Egipto, escenas de sodomía vistas con buenos ojos por Jehová y visiones malditistas de los patriarcas de Israel que en sus lienzos aparecían todos como crueles camorristas, políticos insanos cuyo único fin era la avaricia. La acumulación de poder y no la misericordia. Casi como si fueran poetas. Gremio que siempre despreció a Blake pues no entendían que un pintor notable pudiera dedicarse, a su vez, al más noble arte jamás visto sobre la tierra. “Él es pintor y no poeta”, solían decir cuando alguien les interrogaba sobre sus facultades. Aunque muchas veces utilizaban otro calificativo -“comentador bíblico”- con el que despachaban en pocos segundos sus creaciones.

Existen poemas de esa época en los que Blake aparece retratado como un estúpido, un engreído, un obsesivo, un loco o un depravado. Hubo quienes le llegaron a desear la muerte por atreverse a practicar dos artes distintas y, según decían, hacerlo sin ningún talento en absoluto. Y enemigos más sutiles, como aquel poeta joven que le había dado clase en la Universidad y durante toda su vida no hizo un solo comentario sobre él ni sus creaciones. Continuó hasta el fin de sus días mirando sonriente a alumnos a los que aguardaba días antes de la fecha de los exámenes en las inmediaciones de los jardines ligero de ropa y dictando clases sobre la función del arte en La República de Platón. Apuntando en la pizarra el nombre de viejos poetas y escultores de la antigua Grecia entre sonrisitas disimuladas a sus alumnos favoritos. Shalam

أَنَا أَمِيرٌ وَأَنْتَ أَمِيرٌ فَمَنْ يَسُوقُ الْحَمِيرَ

La peor decisión es la indecisión

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Autor: Alejandro Hermosilla

Mi nombre (creo) es Alejandro Hermosilla. Amo la escritura de Thomas Bernhard, Salvador Elizondo, Antonin Artaud, Georges Bataille y Lautreamont.

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