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El africano

Oct 13, 2017 | 0 Comentarios

La relación de Hendrix con la guitarra no era amorosa ni tampoco espiritual -caso de Paco de Lucía- sino, ante todo, sexual. Hendrix no tocaba la guitarra sino que se follaba al mundo con ella. Sus solos, por ejemplo, no eran demostraciones artificiales de profesionalidad. Eran orgías. Bacanales repletas de gemidos, exhalaciones y climax eróticos. Bucólicos rituales en los que el músico oriundo de Seattle desplazaba sus dedos por las cuerdas como si estuviera acariciando vaginas o senos.

Hendrix era un chamán. Un brujo de la música. Con él, el rock se convirtió en magia negra y los conciertos en aquelarres. Cualquier canción interpretada por Hendrix parece un terremoto. Es un grito en medio de la selva. Una frenética masturbación en un lago. Nadie ha alcanzado cotas sexuales tan grandes con un instrumento como él. Un hombre que se transformaba en un animal cuando tocaba y cuyos conciertos remitían a parajes salvajes y expandían continuamente incontenibles llamaradas sexuales. Fogonazos eróticos de una intensidad sin igual.

Jimi Hendrix es el rock sin inhibiciones ni complejos de culpa. El blues sin nostalgia ni llantos, transformado en una fiesta catártica. Un gancho de Muhammad Ali directo al mentón. Jimi Hendrix era una pantera rugiendo en un escenario. El aullido de un lobo en una celebración circense. Un espíritu incontenible que liberaba esperma cada vez que sus dedos tocaban una guitarra.

Su forma de interpretar música era profética y sugerente. Pornográfica y rastrera, libre y feroz. Es posible imaginar cómo eran las celebraciones de las tribus guerreras, escuchándolo tocar. Porque Hendrix lo hacía como si estuviera iluminado y estuviera besando a varias diosas negras y oscuras escondidas en los cielos o como si de él dependiera que lloviera o su comunidad comiera. Y por ello, cuando me pongo uno de sus discos, no escucho exactamente música. Siento que voy de caza con lanzas a un remoto lugar del África negra, me conecto con los bosques, arroyos o ríos y  oigo latir el pulso de los elefantes y tigres. Los timbales de la madre tierra.

Hendrix fue lo más parecido a un rey africano en el mundo del rock. Alguien que no es que se apoyara en los maestros de la guitarra para ir un paso más allá sino que, directamente, traspasó sus enseñanzas y condujo el blues a un limbo frenético y florido. Pues, a pesar de poseer una técnica exquisita, era, ante todo, un músico instintivo. Alguien que consideraba la guitarra una parte más de su cuerpo y no un instrumento musical. En sus manos, los lamentos emitidos por los dedos de Robert Johnson, Muddy Waters o John Lee Hooker se convirtieron en caleidoscópicos aullidos. Intensos orgasmos que abrían cúpulas sexuales herméticamente cerradas y convertían el calor y el tráfico de las ciudades modernas en sudor erótico. Transformando de paso la vida cotidiana en un maremoto de furia y fuego a través del que su alma de vagabundo le dijo al mundo entero que había llegado la era del caos. Y que, por tanto, en el futuro habría que bucear en las grutas del ruido para poder conectar con nosotros mismos. Shalam

نَّ الرِّجَالَ لاَ تُكَالُ بِالْقُفْزَانِ، وَلاَ تُوزَنُ فِي الْمِيزَانِ

Los espíritus vulgares no tienen destino

 

 

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Autor: Alejandro Hermosilla

Mi nombre (creo) es Alejandro Hermosilla. Amo la escritura de Thomas Bernhard, Salvador Elizondo, Antonin Artaud, Georges Bataille y Lautreamont.

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