Hace varios días tuve un sueño. Concuerdo con quienes piensan que no tiene mucho interés narrar nuestras experiencias oníricas. Los sueños hay que vivirlos, sólo en algún caso contarlos y en mucha menor medida, dejarlos escritos y publicarlos. En este en concreto yo me encontraba caminando con una chica colombiana por una playa española que, de repente, se transfomaba en un inmenso desfiladero perteneciente al país americano entre cuyas rocas aparecian las metralletas amenazantes de un grupo armado. A continuación, la chica y yo huíamos a través de caminos pedregosos hasta llegar a un pueblo de arquitectura hispánica en el que nos sentíamos completamente a salvo.

Si aludo hoy a este sueño en avería es por un motivo en concreto. Por la impresionante sensación que me causaron los desfiladeros a través de los que la chica y yo caminábamos. Cuando, minutos después, los rememoraba en la cama aún me sobrecogía su desmesurada estructura abisal que bordeaba mares inhóspitos. Más tarde, intenté encontrar imágenes parecidas y únicamente me venían a la mente algunas de las rodadas por Buñuel tanto en El perro andaluz como en La edad de Oro. Un hecho que me hizo tomar conciencia de nuevo de la importancia del cineasta aragonés. Puesto que aún a día de hoy (en la época donde prácticamente es posible lograr cualquier efecto videográfico) cuando tengo que buscar imágenes de un filme para ilustrar un sueño pienso en Buñuel y no en uno de los muchísimos y valiosos cineastas modernos. Algo hay, ciertamente, en Larra, Bécquer, Quevedo, Cervantes, Galdós y también Buñuel que es absolutamente universal sin dejar de ser profundamente personal. Una sabiduría ancestral que supera los siglos y ayuda a restar aires de grandeza a la narcisista época cultural que atravesamos. Shalam

لا تمسك بمن خرج، ولا ترفض من يصل

No retengas a quien se va, ni rechaces a quien llega