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Caramelos de ruido

May 21, 2014 | 0 Comentarios

Parece mentira que la banda sonora durante estos últimos días de un libro tan duro como Ruido sea una canción dulce y sensual de Boston llamada «Tell me». Pero así es. Tal vez he sobresaturado mi mente de estímulos violentos y necesitaba encontrar una almohada donde recostarme tranquilamente para seguir construyendo esta novela sin ser sobrepasado por ella. No se puede ir siempre al límite y, desde luego, esta melodía situada en un lugar más allá de todo tiempo y lugar me está sirviendo de mucha ayuda. Me basta con escuchar su acaramelada melodía para relajarme y, sobre todo, indagar en el lado humano -que lo tiene- del esquizofrénico escritor que retrato, comprender sus motivaciones para actuar y expresarse como lo hace y no considerarlo únicamente un monstruo.

Obviamente, suelo alternar la deliciosa escucha de «Tell me» con la de otros temas más o menos conocidos de Boston. Una banda a la que no me había aficionado como hasta estos días en los que estoy descubriendo todo tipo de gemas en su breve discografía, la cual se encuentra repleta de un ingente número de elegantes gemas sonoras que, en mi opinión, la hacen trascender con mucho el género en la que ha sido encasillada: el A.O.R.

No sé si es creíble pero precisamente, mientras escribía este texto, acabo de encontrar una respuesta que me resulta convincente a las razones por las que me siento tan bien en compañía de este grupo mientra urdo Ruido. Sólo hace falta fijarse en las portadas de todos sus discos. En todas ellas aparece un platillo volante. Algo en lo que no me había fijado hasta ahora pues siempre había sobrevolado con rapidez estas cubiertas como, en cierto modo, había hecho con la mayoría de sus canciones a excepción de «More than a feeling». Esa nave espacial nos está sugiriendo con mucha claridad que la inmersión musical que vamos a realizar nos llevará muy lejos de la realidad; a un lugar alejado de las modas y las corrientes musicales contemporáneas que de tan raro y extemporáneo que es, puede perfectamente ser considerado marciano.

No recuerdo dónde exactamente leí que el «alma mater» de Boston, Tom Scholz,  no había escuchado un solo disco nuevo durante los últimos treinta años. Como digo, cito de memoria y tal vez esté exagerando, pero creo recordar que esta era la cifra. Y si no, desde luego, era muy aproximada. Un hecho que explicaría aún mejor el sonido atemporal de sus creaciones. Obras tan especiales y singulares que apenas encuentro palabras para definirlas. Tal vez porque aún sigo sorprendido de lo bien que se ajustan a una narración esquizoide como Ruido. Aunque, repito, tal vez esto no sea tan extraño. Al fin y al cabo, el escritor que lleva el peso de la narración vive en un poblado lejos de Occidente y se encuentra en un lugar mental muy lejano. Por lo que resulta idóneo pinchar cualquier disco de Boston u otros grupos de la época para introducirse en su mente con sutileza, haciendo justicia a su propuesta personal y ética; a todo aquello a lo que se refiere con cada una de sus incendiarias palabras que, si por mí fuera, harían arder el libro hasta consumirlo por entero.

«Tell me» podría ser una canción de amor o desamor. Aunque no importa en realidad, porque transmite tanto con tan pocos elementos que supongo que podríamos hacerle recorrer decenas de senderos ya que, en esencia, a pesar de su sencillez, es inabarcable. Cuando le pongo imágenes, la visualizo como un cometa de cientos de colores elevándose por la playa. Un avión que llega a un planeta donde únicamente se hallan animales que hablan un idioma extraño pero enormemente familiar.

La canción de Boston puede servir tanto para recordar un viejo amor como para soñar con nuevas aventuras. Y se encuentra concebida, sobre todo, para disfrutar del momento presente puesto que posee la enorme maestría de combinar melancolía y alegría en su interior. Siendo, por tanto, una especie de gema espacial. La sintonía ideal para -al menos por unos días- escribir un libro excéntrico como Ruido o pasear por un parque de la mano con la persona que amamos. Sin importar si esta caminata se lleva a cabo  por los cráteres de la luna o alguno de los mares rojos de Marte. Pues en cualquiera de estos lugares y cientos de miles más de la galaxia podría sonar y nunca desentonaría. Siempre transmitiría con precisión y exactitud aquello que desea decir. Shalam

عِنْد الشدائِد يُعْرف الإخْوان

 El agua demasiado pura no tiene peces

 

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Autor: Alejandro Hermosilla

Mi nombre (creo) es Alejandro Hermosilla. Amo la escritura de Thomas Bernhard, Salvador Elizondo, Antonin Artaud, Georges Bataille y Lautreamont.

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