AVERÍA DE POLLOS: Inicio E Música E Cabra negra

Cabra negra

Feb 2, 2015 | 0 Comentarios

El primer disco de Black Sabbath es un disco demente. Una ceremonia de misa negra. Basta escuchar la forzada y sugestiva voz de Ozzy Osbourne para tomar conciencia de ello. Porque en algunas canciones no se sabe si está masticando un pollo vivo mientras canta, está masturbándose sobre el micrófono o siendo torturado. Por otra parte, la guitarra de Tony Iommi invoca rituales ocultos. Es un cruce entre el sonido de la tormenta y una sierra. Y sus distorsiones  se alargan y contraen como la piel quemada de un condenado a morir en la hoguera o el rabo de Satanás. A su vez, el bajo de Geezer Butler es repetitivo y obsesivo como las reflexiones de un neurótico suicida. Está repleto de majestad y gigantismo secreto y se diría que intenta invocar la presencia de algún espíritu esquivo. Y por último, la batería de Bill Ward parece haber sido grabada en un castillo, en el fondo de un pozo o en una celda donde mujeres desnudas y hambrientas apresadas por cepos hubieran estado esperando la llegada de sus captores durante semanas. Y la portada, ¿qué decir de ese desasosegante lienzo que invoca maldiciones? Probablemente sea un engaño. Otro de esos mitos que se impone a la realidad. Pero lo cierto es que todavía hoy en día no se sabe con certeza quién fue aquella fantasmal muchacha con un leve aire a la Mona Lisa y aspecto de bruja y muerta que tanto el diseñador como los miembros de la banda juraban no haber visto ni durante las sesiones de grabación del disco. Aunque lo que yo me pregunto es si no son más tétricos aún que la misteriosa presencia de la mujer, la casa de campo que aparece tras ella o el color de las ramas, las flores y los troncos partidos que la rodean.

Esta mágica creación de Black Sabbath, ante todo, posee un magnetismo visceral. Es un vendaval mágico repleto de canciones parecidas a alaridos de hechiceros. Una oda siniestra por las que sentimos desplazarse espíritus inquietos por participar en exorcismos realizados durante frías noches bajo la luz de la luna llena. Además, consigue reflejar un ambiente intemporal. Alude a macabros hechos que podrían haber sucedido hace varios minutos en las afueras de Londres o siglos atrás en un castillo medieval.

El disco, de hecho, parece un conjuro. Un brebaje envenenado compuesto con vísceras de rata y cerdo por jóvenes aprendices de brujas. Es una violación de la moral que por más años que pasan sigue mostrándose egregia y peligrosa. Continúa alumbrando todo tipo de viciosas imágenes: jóvenes vestales entregando su virginidad a sátiros vestidos de rojo que guardan con recelo una estampa de Satanás en los bolsillos, magos que intentan cambiar el curso del tiempo e intentan transformar zorros en personas y rabiosos perros de ojos negros que atacan a jóvenes en puentes arrancándoles las piernas. Aunque también es cierto que hay momentos en los que la música se torna progresiva, que invocan más bien ceremonias cuyo desarrollo se extendiera a lo largo de los días y las noches. Rituales dionisíacos en los que la sangre se confunde con el vino, la carne de toro y los cabellos rubios arrojados al suelo de varias muchachas.

En realidad, tal vez Black Sabbath no eran conscientes de aquello que estaban creando o logrando con este disco. Al fin y al cabo, no eran más que irresponsables muchachos buscando una forma de expresarse y liberarse. Pero, más allá de sus intenciones, lo que hicieron remite a un mundo mágico y sagrado, atávico y eterno que hace evocar los monumentales parajes de Stonhege, las pócimas de aguardiente preparadas por las hechiceras del Medievo, los pliegues de la frente del mago Merlín y las sonrisas malignas de los chivos con tanta consistencia que no es extraño que este encarnado lienzo sonoro tuviera una influencia decisiva en el futuro. Se multiplicara, dividiera y fragmentara en cientos de añicos y ramificaciones dando lugar al heavy metal. La denominada, no por casualidad, música del diablo. Una de esas tormentas creadas por dios al eructar. Shalam

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Autor: Alejandro Hermosilla

Mi nombre (creo) es Alejandro Hermosilla. Amo la escritura de Thomas Bernhard, Salvador Elizondo, Antonin Artaud, Georges Bataille y Lautreamont.

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