A día de hoy, es difícil encontrar un arma más nociva que las ideologías. Tal vez sólo la televisión se le aproxime. Decía Jesús Maestro algo así (cito de memoria) como que las ideologías están dirigidas a los tontos y a los pobres y sirven para manipular a los inteligentes, para tener a todo el redil social controlado (o distraído) a excepción de los ricos que no creen, por supuesto, en ideología alguna. Creen en el dinero. Otro tema es que utilicen la ideología para manipular o controlar. Pero creer en ellas, no creen. Saben de su poder y lo ponen a su servicio.

Una afirmación por cierto que, como muestra la genial viñeta que coloco a continuación, también Miguel Brieva subscribiría.

Slavoj Zizek, por  otra parte, se muestra tan contundente respecto a las ideologías como Maestro: las ideologías son puro sometimiento. Cuesta, en cualquier caso, sacar esto en claro de sus ensayos porque, de un modo u otro, siempre dejan una sensación difusa. Casi como un disco de Autechre o de Burial.

Dije hace poco que los planteamientos e interrogantes de Zizek me resultan muy sugestivos pero no así sus diagnósticos. De sus libros salgo casi siempre más confundido que con las ideas claras. Eso no es obstáculo para que me parezcan interesantes. Así que sigo buceando en ellos con espíritu de flâneur. Sé que no voy a salir de su lectura con ninguna conclusión válida pero, por supuesto, sí que voy a disfrutar (intelectualmente) con muchos de sus pasajes, sus reflexiones, citas o conclusiones.

Hay más verdad en cualquier novela de Houellebcq (incluso en las malas) que en cualquier ensayo de Zizek pero esto no significa que Zizek no diga verdades. A veces dice muchas y bien. Claro y alto. Pero casi todas las dice como al pasar, en un batiburrillo caótico, con lo que se pierde su efecto catártico, sustancial. Lo que, por momentos, hace pensar que es más un divulgador que un filósofo. Que funciona mejor como comentarista, poniendo el foco en lo circunstancial, o como ensayista creativo que como analista.

Zizek es el amigo inteligente y bueno de Occidente. Parafreseando a Wenders, sería el amigo esloveno. El amigo del telón de acero. El amigo soviético. El anti-Duguin y el anti-Soros. El anti-Popper y el anti-Gorvachov. Pero también el anti-tribu. El anti-zar. Zizek no es ni comunista ni neoliberal. Sería más bien, un señor arcaico y moderno a la vez. Característica que deja claro que es un pensador mucho más líquido que sólido. Occidentalizado. Es un soviético aceptando la dominación blanda de Occidente para lanzar su discurso. Zizek parece decirnos: «Ok. Los comunistas no estábamos en lo correcto. Ya lo sabemos. Y por eso mismo, podemos deciros aquello en lo que el capitalismo se equivoca. Aquello en lo que no estáis en lo correcto».

A veces, pareciera que Zizek desea demostrar que, más allá del muro de Berlín, no había sólo politólogos, soviets y planes quinquenales. Había también grutas, pensadores, cavernas, luces, sombras y libros. Curiosamente, no tiene respuestas claras sobre ningún tema pero te hace libros sobre las fantasías, los sueños, cualquiera de las fracturas, de las rupturas del globalismo.

Zizek es, a grandes rasgos, un compositor pop. Anómalo, eso sí. Anómalo porque viene del Este. Sus libros son heavy metal filosófico, pausado, con tintes hipsters que suena tan bien en Eslovenia o en Ucrania como en el Bowery de Nueva York. Algún día alguien hará un vídeo, un montaje de Zizek bailando un rap y todos comprenderemos al instante quién era, su función. Sus libros son Los Simpson de la filosofía. Y él mismo, su personaje, el gran meme (ojo, no digo esto de manera peyorativa) de la filosofía globalista. Es tan fácil imaginarse a Zizek bailando Abba en un árido descampado o en un centro comercial como adoctrinando, serio y valiente, a sus prosélitos en un Congreso sobre la libertad o la pena de muerte.

Zizek disfruta hablando de los fantasmas del comunismo y del neoliberalismo, de lo que ha muerto y lo que todavía no ha nacido. Leer sus libros es a veces una experiencia parecida a visitar una gigantesca feria de arte contemporáneo. A pesar de la inmersión, de haber pasado varias horas allí, lo más probable es que salgamos llenos de dudas. Mareados y confusos. Es muy factible que contemplemos obras realmente agudas, no sé si memorables, pero, sí, cortantes. De esas que nos hacen reflexionar. Pero una vez fuera del espacio, es casi seguro que las olvidaremos.

Yo suelo olvidar todas la reflexiones de Zizek pero recuerdo cada uno de los libros de Victor Hugo o Dostoievsky que he leído. Resulta curioso mencionar este detalle porque Zizek sabe muy bien la función que cumple el olvido. A veces tengo la sensación de que el esloveno juega, como todo el arte contemporáneo, un papel de distractor. Si está en el foco es porque es un pensador que distrae, porque no concreta. No captura enemigos. Está siempre en los márgenes.

Zizek pareciera (sólo pareciera) estar en contra del consumismo, del liberalismo. Pero nos empuja a reflexionar sin descanso (a convertir el pensamiento en consumo) desde su diván. Nos anima a seguir con nuestras vidas, nuestras preocupaciones cotidianas aunque llegue el fin. Zizek pareciera decirnos que da igual que el mundo se destruya o no. Eso no debería condicionar nuestros actos. Una boutade de tintes budistas que, por supuesto, que no ha pronunciado pero que no resulta difícil extraer de sus discursos.

Zizek es el profesor del Este que nunca tuvimos. Pura nostalgia. Nos recuerda cómo tuvo que ser vivir en un país comunista desde su posición de privilegio dentro del globalismo. Retromanía.

En realidad, Zizek es un gran humorista. Eso es indiscutible. Es un maestro del humor. Estoy seguro de que si fuera capaz de urdir monólogos extrayendo diversos pasajes de sus libros, su mensaje quedaría más claro. No sería tan difuso. Como pensador, Zizek es esquivo. Sabe que tiene que expresar lo que piensa entre sombras. Pero como comediante, sería la bomba. Estáría a la altura de los más grandes y, de seguro, no se censuraría. Sería mucho más claro sin perder su perspicacia. También sus errores, claro, serían más disculpables.

Basta un maravilloso, sensacional pasaje (que dejo a continuación) sobre las ideologías que aparece en Problemas en el paraíso para tomar conciencia de lo que Zizek sería si, en vez de dirigirse al público universitario, intelectual, pudiera libremente dirigirse a las clases populares, a medio mundo. Si no tuviera que jugar a varias bandas y pudiera ser él mismo.

Yo al menos encuentro pocas definiciones más satisfactorias (y sarcásticas) de lo que hace una ideología con los seres humanos.

Ahí va:

«En nuestra vida diaria, cada vez nos parecemos más a los babuinos. Es decir, ¿por qué los babuinos tienen ese culo tan rojo, grande, prominente y sin pelo? La razón principal parece ser que las nalgas de una hembra en celo se hinchan tanto que el macho sabe que está preparada para copular. También funciona como signo de sumisión, pues un animal se vuelve y le presenta su grupa a otro, lo que quiere decir de manera implícita: «Sé que eres más fuerte que yo, así que no luchemos más.» Los babuinos que tienen los culos más rojos y menos peludos atraen a más parejas y tienen más hijos, y, a su vez, estos hijos se ven más favorecidos, pues de media tienen el culo más rojo y con menos pelo que el resto.

¿Acaso esto no se parece muchísimo a la lucha por la hegemonía ideológica? Los individuos muestran sus nalgas prominentes y sin pelo, ofreciéndose para ser penetrados por mensajes ideológicos. No hay necesidad de imposición violenta; la víctima se ofrece a sí misma, tal como quedó claro cuando hace poco nos enteramos del inmenso control digital de nuestras vidas». Shalam

إذا كان لديك أسباب لتحب شخصًا ما، فأنت لا تحبه.

Si tienes razones para amar a una persona, no la amas