No es precisamente el mejor momento para hablar de Joaquín Sabina. El declive de su trayectoria artística lo hace razonable blanco de críticas de todo tipo. También de burlas. Así somos los españoles, así es este país. Complaciente con el ídolo cuando pisa las alturas, punzante y demoledor cuando lo abandonan las musas.
Lo más probable es que cualquiera de esas críticas más o menos razonables, más o menos razonadas, sean ovidadas a los pocos días, semanas de ser leídas. Sin embargo, siempre, en algún bar de España, de Hispanoamérica, se escucharán algunas de las canciones de Joaquín Sabina. Es difícil que salgan de la memoria colectiva temas como «Pongamos que hablo de Madrid» o «¿Quién me ha robado el mes de abril?».
El Joaquín Sabina de los 80 era muy grande. También en parte el de los 90. Eso no lo borra nadie. Antes de que persona y personaje se confundieran y los años hicieran su trabajo de demolición, Sabina fue capaz de combinar la picaresca española, el pop y el folk, con un desparpajo y talento inusuales
A ese Sabina va dedicado el último videoavería del año.
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