Otro par de libros que he leído últimamente han sido Paris-Austerliz de Rafael Chirbes y Unos meses de mi vida de Michel Houellebecq. Ambos son dos golpes secos contra el establishment. Los dos escritores transgreden límites con sus historias. Chirbes, por ejemplo, lo hace narrando una áspera historia de amor homosexual desarrollada en París que huele a duro episodio biográfico. Lo mejor de la novela (cuya anécdota recuerda a varias de las narradas en sus Diarios) es que refleja sin rubor las exigencias de una relación furtiva como la que viven el narrador (un pintor de familia acomodada) y Michel, su amante (un obrero aficionado al alcohol). Chirbes no hace concesiones. Se introduce en un agujero solitario en el que reinan los celos, las exigencias y el despecho como contraprestación de la saciedad del deseo sexual. Las páginas de Paris-Austerliz huelen a semen arrojado en papel higienico, a trabajo de fábrica y a tienda de comestibles. A desesperación. De hecho, la crudeza con la que se encuentra descrita la relación amorosa es tal que ambos amantes parecen por momentos perros esclavizados a sus instintos. Además, Chirbes aprovecha su novela para hablar no tanto de la París de postal sino la experimentada por inmigrantes y viajeros casuales. Todos esas almas cuyas sórdidas experiencias chocan de lleno con la belleza de una urbe que podría, en el fondo, ser cualquiera y si destaca por algo es por su oscuridad.

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Por otra parte, lo que me fascina del libro de Houellebecq es su franqueza al narrar sin ningún reparo su vida íntima y sexual. Cómo es capaz de imprimir racionalidad cartesiana a sus delirios eróticos. La prosa del escritor huele a ropa interior usada y a polvo recién realizado en un cuarto de baño. Casi que se puede sentir cómo las palabras de sus libros segregan esmegmas. Y, a pesar de esto, transmite cierta ternura. Un grado de apasionamiento que traspasa cualquier perversión que haya en sus aventuras sexuales.

Michel es un escritor valiente. No tiene miedo de decir su opinión sobre cualquier tema. Su libertad acaba imponiéndose a cualquier reparo y dogma. Houellebecq es libre porque es anárquico. Sabe que lo importante no es el tema del que escribir sino lo que ocurre para que escribamos sobre ese asunto. Aquí, en este libro, expone cómo fue (supuestamente) engañado para que las imágenes de uno de sus frecuentes coitos con desconocidas (alentados y permitidos por su mujer) pudieran ser comercializadas como un filme porno. También se defiende de las habituales acusaciones de islamofobia vertidas contra él. En este caso, de unas realizadas durante una entrevista con el filósofo Michael Onfray. Pero, en realidad, tampoco importa mucho de lo que habla porque Houellebcq, en el fondo, siempre habla de descontento, odio y sexo.

En realidad, Houellebecq escribe de orgasmos como el escritor que alude a los libros que lee. Con absoluta naturalidad. Su angustia, de hecho, transmite morbo. Deseo. El autor francés deja claro que el amor suele surgir donde sólo hay sexo y desconocimiento personal. Que la pequeña llama entre dos desconocidos que no se verán más suele ser más auténtica que la sostenida por años de matrimonio. No seré yo quien lo contradiga ni tampoco el que lo ratifique. Lo que sí tengo muy claro en cualquier caso es que sus libros logran erotizar cada línea y capítulo escritos entre sus páginas hasta el punto de que no hay nada que me parezca menos erótico, transgresor y deseable que contemplar el filme porno protagonizado por él. Si necesito excitarme (en todos los sentidos) ya tengo sus novelas y ensayos. De hecho, creo que actualmente nadie describe a las mujeres como él. Básicamente, como si todas fueran sus posibles amantes. Shalam

الأنا صماء وعمياء

El ego es sordo y ciego