Desde pequeño, estoy habituado a comprar revistas musicales. Creo que a los 11 años me hice con la primera. Una Heavy Rock en cuya portada aparecía Gene Simmons, el bajista de Kiss. Y desde entonces, no he cesado de hacerlo. Pueden haber variado mis gustos, enfoques y perspectivas sobre la música pero siempre me he mantenido fiel a mi cita. Incluso ahora que estoy en México, suelo adquirir algunas a través de Internet. Necesito escuchar hablar de música a los demás. Leer entrevistas a mis artistas favoritos. Es una costumbre que me relaja de mis actividades diarias. De hecho, tan fuerte es este arraigo en mí que hubo una época en que leía más revistas que libros. Y por ello me es bastante grato hablar de cómo fueron modificándose mis hábitos a este respecto. Aunque no hay demasiado que decir. A los 13 años comencé a comprar Popular 1 y abandoné Heavy Rock, a los 14 adquirí mi primer número Rockdeluxe, a los 17 Ruta 66 y a los 23, Amadeus (dedicada a la música clásica y tristemente desaparecida) y desde entonces, he ido alternando -a veces, eso sí, con ciertos vacíos- la lectura de estas revistas con las que me he educado musicalmente. Si se revisan las líneas editoriales de estas publicaciones, se verá que, en muchos casos, son radicalmente diferentes sino opuestas. Pero yo nunca lo he experimentado así. A pesar de que los redactores de todas ellas se han tirado dardos entre sí cuando han podido, en la medida de lo posible he intentado no dejarme condicionar por su línea editorial y he conseguido disfrutar tanto con los discos de My bloody Valentine Tricky o Massive Atack como con los que Ozzy Osbourne o las nuevas formaciones de Whitesnake iban sacando cada cierto tiempo, a medida que me introducía en el mundo de la música clásica más o menos experimental y el de los soundtracks.
En muchos foros de internet y, como he dicho antes, en las mismas revistas encuentro de tanto en tanto debates sobre lo que es la buena o mala música. Obviamente, esto daría para un libro completo y no es mi objetivo delimitar una frontera que no tengo en absoluto clara. Pues como ya he dicho, disfruto tanto de Aerosmith y el italo-disco (que para algunos son dos ejemplos de arte basura) como de Stravinsky o Mercury Rev (arte de culto). Teniendo tan escaso número de años por vivir y siendo el arte un horizonte tan amplio, me cuesta comprender los debates groseros que se establecen defendiendo una u otra postura. Por supuesto que puedo entenderlos teniendo en cuenta que detrás de determinados artistas o líneas editoriales hay una visión de la realidad y un poder económico (y también político) que compite y lucha con otros por imponerse. Pero al estar yo afortunadamente separado de estos cónclaves, me dedico simplemente a disfrutar de los músicos que me aportan inspiración y felicidad sin importarme en absoluto el estilo y mucho menos cualquier crítica destructiva que se haga sobre ellos.
Comprendo, lo acabo de decir, que haya personas que sientan la necesidad de parapetarse en un frente y disparar a los que no comulguen con Black Crowes, Sonic Youth o The Del Fuegos. Es algo natural. En cierto modo, una postura ancestral que en parte, alimentó a las vanguardias: ejércitos artísticos dispuestos a morir para defender su punto de vista. Pero confío que se me respete si digo que no entiendo qué tiene de bueno esta postura. Hay tiempo para todo. Sí, ya lo sé, otro tópico pero en realidad, cierto. Ha habido épocas en mi vida (estoy en una de ellas) que no he podido soportar ni una nota procedente de un disco de música electrónica, otras en que prácticamente no he escuchado más que ópera y quien me hablara de rock conseguía ponerme nervioso y la mayoría, en que he combinado alegremente todos los estilos que se me antojaban; de tal modo que el problema era elegir qué disco escuchar y profundizar adecuadamente en sus surcos debido a la marabunta inmensa de música de la que se disponer actualmente.
Sí recuerdo, sin embargo, una etapa en que me fanaticé y adopté esta postura que confieso ahora mismo no comprender. Me ocurrió con el fútbol argentino. Quien me conozca, sabe que simpatizo con el F.C. Barcelona. Pero que no soy fanático. De hecho, soy bastante consciente de sus errores y bastante crítico con algunos de sus dirigentes. Sin embargo, en Argentina me enamoré del club Boca Juniors, su hinchada y su cancha y enloquecí de tal manera que hubiera sido capaz de pelearme con fans de su rival, River Plate, de considerar que le faltaban el respeto a mi amado equipo. Sólo pude liberarme de esta pasión, escribiendo un libro que algún día me gustaría publicar llamado La Bosteriada. Y desde luego que con el tiempo, he llegado a avergonzarme de ciertos comportamientos que tuve, por seguir hasta el fin al conjunto de mis amores. Lo cierto es que este fanatismo cuando todavía no lo era del todo, no se había convertido en una esclavitud, me dio vida, me hizo respirar, sentirme en otra dimensión pero finalmente acabó convirtiéndose en una losa. Por lo que hasta que no finalicé mi novela sobre los guerreros azul y oro y pude tomar distancia de toda la fantasía y locura que rodea a ese club de fútbol, no volví a respirar y sentirme tranquilo.
Puede que me haya desviado del camino pero entiendo que era necesario hacer este interludio, para dar a conocer mejor mi punto de vista. Hay días en los que necesito escuchar a Cinderella y otros, a Suede y me parece pertinente la crítica siempre y cuando hayan realizado discos mediocres, no se hayan entregado al máximo o los resultados que ofrezcan no sean satisfactorios pero no tanto en cuanto estas bandas practiquen un estilo que nos guste más o menos. Si alguno no me agrada -caso del country- no lo escucho pero no critico a quienes lo hacen. Eso, en definitiva, es lo que me cuesta entender de cierto integrismo musical y por lo que supongo que disfruto tanto cuando encuentro personas que hablan de una multitud de referencias musicales sin detenerse a dedicar una sola palabra mala a aquellas que no les gustan o atraen.
Cuando leo viejos cómics de Conan suelo hacerlo con la música de Manowar de fondo, las novelas de César Aira me exigen silencio absoluto, para los ensayos contemporáneos acostumbro a poner un disco de música ambient o abstracta tipo Autreche y para Las 1001 noches suelo buscar alguno de música sufí. Igual que hay determinadas novelas españolas que procuro escucharlas al compás de La Unión, Radio Futura o Nacha Pop. Y entiendo que sin cerrarme conductos y abriendo compuertas culturales, la vida es más dichosa.
Estoy ahora mismo a medio ver la versión de Alexander Sokurov del clásico Fausto y puede que esto me haya conducido a reflexionar sobre la necesidad que tendríamos de ser inmortales para disfrutar plenamente todas las obras de arte realizadas; en que tal vez sea la conciencia de nuestra mortalidad lo que nos hace parapetarnos detrás de un muro y mirar con desdén a los demás. No sé bien. A veces me pregunto qué pensará un lector medio que se introduzca en averíadepollos. Aquí pueden aparecer, por seguir con el discurso musical, desde Barón Rojo hasta Porstishead. Supongo que esto me restará lectores en el presente. Pues entiendo que uno de los problemas mayores que puede tener un blog es su indefinición. Pero además de que mi apuesta es por el futuro, pienso que este supuesto eclecticismo también puede valorarse de otra forma porque supongo que nadie -ni yo mismo lo sé- sabe cuál será el próximo tema al que me referiré y esto le añade un factor sorpresa a este espacio que me parece bastante sugestivo. ¿Quién sabe? Yo quise construir una especie de autobiografía espiritual a lo largo de los años; también una tetería donde se pudiera hablar de cualquier tema, los artistas más diversos y, en cierto modo, pudiéramos relajarnos del ritmo de vida moderno. No sé si lo he conseguido. Y a estas alturas, tampoco tiene ya demasiada importancia. Como siempre, lo esencial es intentarlo. Confiar (acaso utópicamente) en que es posible crear un lugar donde tanto los lectores de la Rockdeluxe, Ruta 66, Popular 1 o Amadeus además de, por supuesto, otras muchas publicaciones, encuentren de tanto en tanto un texto de su agrado y se sienten a tomar un té conmigo. Shalam
ربّ اغْفِر لي وحْدي
Los ladrones tendrán tiempo para descansar; los vigilantes jamás
Tengo la suerte de despertarme y poder contemplar desde mi balcón el mar todos los días. Uno de esos privilegios que no tienen precio. Muchas noches...
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