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Los justos

May 25, 2024 | 2 Comentarios

Debido a que hoy, entre las 5 y 8 de la tarde, estaré firmando ejemplares de El jardinero y Un reino oscuro en la librería Santos Ochoa (Cartagena), dejo a continuación un pasaje de esta última novela. Una costumbre habitual cuando participo en eventos de este tipo.

En este caso, el pasaje es una diatriba sobre la justicia en general que no creo que merezca más comentario. Todo el que no sea ingenuo sabrá perfectamente cómo ha funcionado la justicia (con sus honrosas excepciones) desde que el mundo es mundo. Lo saben muy bien quienes disponen de una jugosa agenda de contactos y los que apenas poseen el dinero justo para sobrevivir. Hasta aquí todo correcto. Otro tema es soportar (y aceptar pasivamente) diariamente loas a jueces, abogados o fiscales (por no hablar de los elogios referidos al manido sistema garantista, signifique lo que signifique eso) que, por lo general, no son más que propaganda, lavados de cara cuyo objetivo es estupidizar a la población. Mantener el poder blindado y dar una ilusión de justicia (y providencia) absolutamente irreal. La justicia, al fin y al cabo, no es más que un código utilizado como arma para doblegar, someter o defender a quien convenga. Quien desee profundizar en el tema puede leer, por ejemplo, la obra de teatro (Los justos) de Albert Camus, a la que hago referencia en el título de este avería.

En fin, sin más, dejo a continuación el mentado pasaje:

«En verdad, los jueces ilustrados intentaban ajustarse al código. No a los hechos ni a los sentimientos sino al código, a los miles de artículos escritos en enciclopédicos libros. La mayoría de los magistrados ilustrados seguían el dictado de normas impuestas por códigos escritos en libros enciclopédicos. Se remitían al código, al número del código, al párrafo segundo del cuarto código escrito en un libro enciclopédico. Sólo hablaban de códigos y hablaban en código. Nadie los entendía porque no eran más que un código, una toga con código, dos piernas y un código, una cabeza con código. Un cuerpo que citaba y seguía obedientemente artículos de un código escrito en un libro enciclopédico. Si el código decía que caminaran a cuatro patas, lo hacían. Y si decía que debían suicidarse, lo hacían sin dudar. De hecho, la postración, seguimiento y fijación de los leguleyos, jueces y fiscales con los códigos era tan grande que todos ellos se habían convertido, a su vez, en un código que había que leer. Un código que había que interpretar. Un código que había que subrayar hasta memorizar.

Muy al contrario, nuestro rey no seguía ningún tipo de códigos. Aborrecía los códigos y se carcajeaba al leerlos. Puesto que juzgaba a quien deseaba y quería como deseaba y quería. Si ordenaba que un súbdito se cortara una de las manos, éste debía agarrar una espada y ejecutar la orden sin miramientos. Si dictaba con voz severa que un siervo tragara su saliva, éste debía arrodillarse inmediatamente y beberla. Y además tenía que agradecerle al instante el haberle concedido el privilegio de poder disfrutar de tan delicioso licor. Nuestro soberano era un despiadado aniquilador de códigos y leyes. Demostraba con su sola presencia, con un bostezo o un simple movimiento de manos que la justicia no existía. En los juicios de palacio, ciertamente, no importaban en absoluto ni los hechos juzgados ni si el acusado era culpable o inocente porque no se juzgaba más que al rey, esto es, si el monarca era lo suficientemente maquiavélico y cruel para poder mantenerse en el trono; si poseía una negra mente y un negro corazón que le permitieran emitir negros veredictos sin necesidad de someterse a códigos negros. Y, desde luego, que el nuestro la tenía. Generalmente, de hecho, no se equivocaba en sus veredictos porque sabía con un inmenso sentido de la justicia que si dejaba vivos a unos conspiradores podía ser asesinado por esos conspiradores y que si dejaba vivos a los súbditos leales podía ser asesinado por esos súbditos leales. Por lo que sus juicios solían ser muy rápidos. Tendía a despacharlos en pocos minutos. A veces incluso en segundos. Básicamente, acostumbraba a condenar a muerte a todas las personas que se encontraban frente a él. Se alzaba sobre su trono, pronunciaba la fatal sentencia y se marchaba inmediatamente. Aunque cierto es que conocía muy bien los miedos del corazón humano. Sabía que no existía pavor mayor que la incertidumbre experimentada por los condenados a muerte respecto al exacto momento y lugar en que serían golpeados y llegaría su hora final. Por lo que, a veces, ordenaba a sus soldados que ejecutaran sus sentencias de muerte varios años después de haberlas dictado, mantenía con vida a sus víctimas porque les había preparado un destino peor». Shalam

من الصعب أن تجد السعادة داخل نفسك، لكن من المستحيل أن تجدها في أي مكان آخر.

Es difícil encontrar la felicidad dentro de uno mismo, pero es imposible encontrarla en otro lugar

2 Comentarios

  1. andresrosiquemoreno

    1imagen…robados y serviles….
    2imagen…la bolsa de new york…..
    3imagen….amadeus…..
    PD…https://www.youtube.com/watch?v=7xukWqOGF3E…la cinta blanca-2009….a la fuerza ahorcan…..los hijos de la 1ºguerra mundial….los padres de los de la 2º……

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    • Alejandro Hermosilla

      1) El crepúsculo del poder. 2) Aquí se escucha una canción de Piaf de fondo sobre las mentiras. 3) Delicias de palacio. Me imagino en la cocina a unos cuantos chefs ultimando unos deliciosos y minúsculos canapés. PD: No me terminó de convencer este filme aunque comprendo su punto de vista y su intención.

      Responder

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Autor: Alejandro Hermosilla

Mi nombre (creo) es Alejandro Hermosilla. Amo la escritura de Thomas Bernhard, Salvador Elizondo, Antonin Artaud, Georges Bataille y Lautreamont.

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