Las tres cuartas partes de libros que leo al año no los reseño. Básicamente, porque no tengo obligación y tan sólo suelo hablar de aquellos con los que tengo afinidad por un motivo u otro. Muchas veces ni tan siquiera son los que considero los mejores. No existe una explicación clara. Suele ocurrirme que mientras paso sus páginas, me digo a mí mismo que voy a hacerles un avería y ya. Ahí acaba y empieza todo.
Hace días recibí generosamente un paquete con varios libros de la Editorial Liliputienses. Y probablemente por obligación moral de devolver el regalo, al poco de empezar el primero ya supe que dejaría constancia de mi lectura aquí. Y eso voy a hacer a continuación. Aunque a esos textos, les voy a añadir unos cuantos más que he leído en los últimos días. Eso sí, que nadie espere una crítica aguda, erudita o feroz de ellos. Lo que dejo a continuación son impresiones o reflexiones provocadas por las lecturas y no tienen intención trascendente. Son meras migajas de pan. Su rastro es fácil de borrar.
En cualquier caso, ahí las dejo.
Kevin Castro. Norcoroea: el titulo, genial. La portada, una bomba. El contenido, metralla. Un disco de Atari Teenage Riot convertido en palabras. Kevin Castro dispara hacia todas partes sin detenerse a mirar dónde caen las balas. Su poesía no es visceral sino lo que sigue. Un encuentro fugaz con el lado oscuro que no es tanto una exploración o un ajuste de cuentas como una metralleta disparando contra la realidad. Kevin Castro parece escribir en una trinchera. En medio de una guerra. Y querer acabar para siempre con el pasado y el futuro de la literatura. Destruir la tradición e imponer una escritura de instantes y presentes. Las revoluciones pasan. La violencia no.
Raquel Cané. Cartas a H. El aprendizaje: Raquel Cané construye textos (cartas y poemas) parecidos a güijas. Vías, huellas que conducen a otras dimensiones del dolor. La artista argentina le pregunta a las palabras quién es. Nos sugiere que los aliens no se encuentran en el espacio exterior sino que están con nosotros porque, en realidad, somos galaxias oscuras. Incógnitas. Trasvases al más allá que de alguna mera deja entrever la poesía. La Puerta del planeta Tierra. La llave de la sangre, el misterio y las cicatrices. La artista argentina no transcribe sentimientos sino vías que conducen a otras dimensiones. Encuentros con sus ojos en medio del inmenso espejo del océano. Explora su muerte.
María Florencia Rua: Luces mal usadas: María Florencia Rua penetra en el mal metafísico y simbólico (y probablemente también el odio) no a partir de lo majestuoso sino de lo cotidiano. Por lo que no necesita castillos ni espadas ni habitaciones de tortura para hacer sentir el precipicio y abismo diario. Le basta con unas cuantas palabras. La descripción de un viaje en autobús, de un encuentro amoroso o el robo de un teléfono portátil. En sus poemas apenas hay comas. Algo que no es tanto un capricho estético como una manera de traducir el hielo. La manera en la que la desazón y el terror respiran y abruptamente se imponen a los proyectos de vida e ilusiones. La intensidad de los instantes decisivos y cortantes.
Nicolás Said Vergara. Tres cuadros de asiento: ser poeta chileno después de Vicente Huidobro, Pablo Neruda y Nicanor Parra ha de ser, en cierto sentido, una maldición. Pero también una oportunidad. Vergara compone poemas que son preguntas. Miradas trasversales a la globalización. En su centrifugadora poética van cayendo rendidos los mitos del pasado. El hielo romántico, el rock y Altazor. Y se siente vibrar a las nuevas preguntas. Se escuchan sintéticos ritmos y se pegan adiposamente los novedosos lenguajes. La poesía de Said Vergara recuerda tanto al rizoma de Deleuze como a la lírica tropical momentánea. Vive en ebullición buscando su hueco entre la tradición que se va y el futuro que ya está aquí. Es una isla fugaz. Una piedra abierta.
Manuel Fernández. Procesos autónomos:Procesos autónomos es uno de esos textos posmodernos en los que este calificativo no es utilizado peyorativamente sino de manera descriptiva. Una obra que combina lúcidamente las crónicas, el hecho objetivo, la cita periodística y frases ensayísticas o extraídas de un artículo académico con la poesía. O mejor dicho, convierte en poesía a todo lo referido anteriormente. Ciertamente, es una obra muy original que incide en la literaturización del conocimiento científico y bien pudiera ser un epígono tanto de futuras investigaciones poéticas como históricas. De hecho, me hubiera gustado que el texto se hubiera alargado más. Que hubiera tomado forma de novela. Aunque seguramente, de ser así, no sería el testimonio sobre la desintegración del conocimiento y las certezas que es. Un flash fugaz sobre el pasado de Perú que, en realidad, es una fotografía de su movedizo presente.
Lujo Berner. Home:Home es un texto que se escucha. Está lleno de samplers. De ecos de canciones que semejan olas u ondas de marihuana. Es una prueba de que la literatura se convirtió hace tiempo en una nota a pie de página del mundo del pop y el rock. De que los descendientes de Rimbaud no son únicamente escritores del cariz de Kerouac o Neal Cassidy sino músicos como Tom Waits y Bob Dylan. Por eso Home es, ante todo, una juxebox. Un gramófono del que van apareciendo de cuando en cuando blues áridos que se mezclan con versos que profieren enigmáticas visiones de Norteamérica que no son tanto una descripción precisa del país sino testimonio de cómo la omnipresencia de la cultura popular anglosajona ha logrado colonizar el subconsciente europeo. La ratificación de que el mar ya es ante todo -no importa dónde nos encontremos- el mar de The Beach Boys y todas las carreteras un embrión y bifurcación de la Ruta 66.
Cristina Elena Pardo. Mano que espeja: la mayoría de poemas de Cristina Elena Pardo me recordaron a Bowie. A «Fashion». Porque son como estrellas. Luces nocturnas y consignas publicitarias sobre la fragmentación del alma contemporánea. Sus palabras parecen cometas. Dejan flashes, regueros de luz en páginas en blanco que invocan travesías artísticas siderales. Mano que espeja no parece haber sido escrito sobre una mesa o la pantalla de una computadora sino ante un vidrio lleno de laca y pintura de labios y cejas. Es un libro que sueña ser sábado noche, discoteca poética, y que congela el deseo para que el amor no se convierta en una marca.
Tomás Carrión Vidal. Dónde está la heroína: tal vez el libro de Tomás Carrión sea un poco apresurado, pero yo no veo en eso ningún defecto. La mayor parte de los jóvenes callan porque no tienen nada que decir. No porque estén auscultuando un mundo secreto. Por eso, es positivo que existan quienes no ahoguen sus gritos. Quienes muestren sus heridas y rabia. Al fin y al cabo, esa fue la enseñanza de The Sex Pistols: que pegar unos cuantos gritos es mejor que no hacer nada. Motivo por el que siempre es de festejar que alguien se anime, sea como sea, a cantar en voz alta que reine la «anarquía». Más si en este caso lo hace como Tomás Carrión con los cojones y el corazón amarrados al recuerdo de unos versos de Lorca.
Trifón Abad. Que la ciudad se acabe de pronto: siempre es una alegría encontrarse con voces nuevas. Lo mejor del libro de Trifón es lo contenido que es. La claridad con la que escribe textos que no buscan en principio trascender y por eso acaban produciendo placer leer. Supongo que ese era uno de los objetivos del libro: provocar en principio familiaridad, una ligera sensación de entretenimiento y levedad para a continuación, pegar zarpazos. Convocar la extrañeza desde la normalidad. De hecho, una de sus bazas es hacer aparecer el horror y la angustia en medio de las situaciones cotidianas. Haber sabido bajar a los suelos las enseñanzas de Calvino y Borges. Mención aparte merece un relato como «Humo en la casa azul». Un fascinante cuento que invoca venganzas atávicas presidido por la incómoda presencia de un indígena de rostro hierático.
José Óscar López: Animal fabuloso. Animal fabuloso posee una portada que indica bastante bien qué nos vamos a encontrar. Una mezcla entre un disco de Syd Barrett y unas cuantas líneas de un poema de César Vallejo. Animal es un texto bucólico en el que se intenta recrear la magia de los bosques en las ciudades y viceversa. Me recuerda a un disco intimista de los 90. Una canción de Nick Drake filtrada por unas cuantas dosis de realismo mágico y extrañeza. Un texto lleno de nostalgia y alegría. Esa atípica mezcla.
Daniel Jándula Martín. Tener una vida: empecé a leer varias veces Tener una vida y no conseguía empatizar con el narrador y la historia hasta que me di cuenta de que no tenía por qué hacerlo, comencé a disfrutarla y ya no me detuve hasta el fin. En cierto modo, el texto es una novela de fantasmas. Una mezcla entre El sexto sentido y una novelita de Robert Walser. Hay un viaje a la Patagonia que no se produce y un agujero en una habitación que invoca la narrativa kafkiana. Y entre medias, apenas una red de palabras pronunciadas en tono menor que dan testimonio de una crisis de pareja e identidad que refleja la sordidez, falta de sentido y aburrimiento del mundo contemporáneo. El laberinto ausente de vida moderno. El material del que brota la literatura de taberna y esa otra que aspira a desaparecer sin dejar rastro pero mientras tanto, nos lega como testamento unas cuantas reflexiones memorables puesto que están realizadas por muertos para muertos. Shalam
مَنْ أَرَادَ الْعُلَى سَهَرَ اللَّيَالِي
El que quiera eminencia, pasará muchas noches en vela
Gracias