Dejo a continuación el texto que ayer leí en la presentación de Bruja en la Universidad Lasalle de Puebla. No sin antes agradecer a Manuel Nuño Bustamante, Ana karen Rojas y José Avalos Martínez por su invitación y excelente trabajo y advertir que nadie espere aquí uno de mis clásicos textos en tercera persona. Siempre es bueno salir de la zona de confort. Buscar nuevos retos o formas de expresión. Para mí lo natural al hablar de mis libros es hacerlo a través de performances, música, rituales, gritos, sensaciones o ambientaciones. Incluso una vez arrojé gotas de mi sangre a un Martillo. En fin. Podré ser mejor o peor en ello pero, desde luego, que así es como me siento cómodo. Pero como ya he dicho que me gusta quebrar límites y fracturar fronteras pues, en esta ocasión, me he decidido a realizar un texto -digamos tradicional- sobre una de mis novelas.
Ahí lo dejo.
Bruja
Bruja es hasta ahora el libro que más me ha costado hacer pero también el que más me ha emocionado al terminarlo. Yo nunca sé qué pasará a los personajes con los que trabajo y cuando escribí las últimas páginas, he de reconocer que lloré. Porque sentí que había transcrito un mensaje del más allá. Había compuesto un poema místico, traducido un lenguaje secreto, más que escribir un libro. Y eso me hizo sentir inmensamente dichoso. Consciente de que probablemente ese detalle tal vez permitiría que la novela atravesara el tiempo aunque, obviamente, en principio tal vez fuera incomprendida o pasara desapercibida. Algo que tampoco me importa demasiado porque yo busco transformarme escribiendo, convertirme en un vampiro y lectores cómplices.
Nada me provoca más desasosiego que un lector me diga de un libro mío que no está mal, hasta el punto de hacerme sentir que sería bueno estrangularlo. Pues a mí hay dos posturas que me dan placer: la de quienes amaron el libro y la de quienes lo comenzaron y no pudieron terminarlo. La de quienes se sintieron impactados por él y la de quienes no les gustó nada. Fueron incapaces de empatizar. Para mí son absolutamente complementarias y hasta necesarias. Pues ambas dos son las que me empujan a llevar los textos al extremo. Arriesgarme sin miedo a caer por abismos literarios que no sé si podré controlar.
¿Qué es Bruja? Seré sincero y volveré a repetirlo. Me cuesta expresar con palabras lo que es. Porque Bruja es un libro para leer. No para explicar. De hecho, creo que hay dos temas de la banda sueca Opeth -«Heritage» y «Persephone»- cuya escucha puede ayudar a comprender mejor esta novela que lo que yo pueda decir de ella. Como algunos lienzos, visiones, alucinaciones y fantasmagóricas escenas de films de horror.
Al escribir Bruja, sentí por momentos que estaba hilando. Trabajando con las Parcas para componer uno de esos imponentes y vetustos vestidos que portan las brujas de cuento. Y para ello, en cierto modo, intenté recrear un lengua decadentista, simbolista -a mitad de camino de Baudelaire y Poe- en la que radica, creo, la primera gran dificultad del libro. Pues en tiempos de tecnología rápida y barata, escribir un texto con el pulso de un escritor maldito del siglo XIX más que una osadía o una aventura, es casi un suicidio. Pero yo creo que ahí radica el reto.
Los escritores que amo muy pocas veces se adaptaron al sistema. Al contrario, impusieron sus propias leyes. Y fue así que magnificaron sus creaciones. Le dieron verdadera relevancia a la literatura. Y, hoy en día, a veces siento lástima porque ante el impulso de las nuevas tecnologías, los escritores hayamos en cierto modo rebajado nuestras pretensiones. Entendamos la sencillez y la claridad (y hasta la brevedad) como única salida y no como una opción estética más.
De hecho, tengo la impresión de que muchos de nosotros estamos intentando adaptarnos a Internet y al mundo de las nuevas tecnologías pero no luchando por que estos medios se adapten a nosotros. Hacerlos nuestros. Y, obviamente, teniendo en cuenta que no tengo nada que perder y que concibo la literatura como un arte -y no como un hobby o una profesión- decidí caminar por los caminos opuestos. Contrarios. Porque para acceder a Bruja hace falta -y casi que se lo exijo al lector- paciencia, concentración absoluta y dedicación plena. Un suicidio, supongo, en tiempos donde incluso los lectores más fieles a veces no pueden concentrarse en leer un texto que tenga más de las escasas líneas que suelen tener los estados de facebook y twiter. Y donde los fantasmagóricos discos de Scott Walker apenas son escuchados en los calabozos de castillos cerrados por unos cuantos insomnes y desterrados. Viejos lunáticos y locos, jóvenes con mirada de lobo que apenas tienen unas míseras monedas.
En cualquier caso, no quisiera que pareciera que esta apuesta por la paciencia es una actitud transgresora sin soporte alguno. Para mí, realmente, era absolutamente necesaria. Intentaré explicar los motivos.
Bruja es la segunda parte de una trilogía onírica. Martillo, la primera, representaba el lado masculino. Y por ello, todo allí era acción y la trama era un viaje por el mundo árabe lleno de espejismos en medio de parajes horrorosos y antiguas ciudades perdidas que son, en realidad, un reflejo de nuestro mundo actual. Al contrario, Bruja representa el lado femenino. De hecho, en las primeras 60 o 70 páginas no sucede absolutamente nada. Porque estamos penetrando en ese enorme útero que es el castillo de la bruja, pretendo que el lector se convierta en un bebé y asista como una estatua al parto de la novela que, poco a poco, comienza a moverse y eso sí, cuando lo hace ya no se detiene. Aunque su ritmo nunca llega a la celeridad de Martillo. Es mucho más sinuoso y sutil porque -no lo olvidemos- estamos recorriendo los pasadizos del alma femenina oscura, pervertida y extremadamente intuitiva. Y en fin, si a ese ritmo lento le unimos el hecho de que la acción se desarrolla en medio de un mundo onírico donde es bastante difícil precisar qué está exactamente sucediendo y que estamos navegando en un medio de nebulosas lingüísticas, lagos y sombras literarias por las que aparecen personajes de diversas épocas, se recrean (y modifican) las historias de los cuentos infantiles al tiempo que se diseccionan las entrañas de las que brota el capitalismo, se entenderá aún más la dificultad de esta especie de abismo novelado. Este precipicio infinito hacia ninguna parte. Una especie de misa negra con ciertos aires kitsch que intenta visualizar el mundo de las brujas y, en concreto, la novela La letra escarlata como si hubiera sido filmada por David Lynch o como si Scott Walker les hubiera consagrado una de sus imponentes creaciones y que mira a los maestros de la literatura de terror del siglo XIX como si fueran sus contemporáneos, estuvieran todavía vivos y, en cierto modo, la novela fuera una carta y diálogo oculto -lleno de simbolismos y guiños cómplices- con ellos y sus creaciones.
En cualquier caso, estoy convencido de que si el lector atraviesa estas escarpadas colinas, disfrutará. Gozará. Sentirá -o al menos eso creo- qué es una experiencia literaria. Por qué hay determinados lugares a los que sólo puede acceder la literatura y le pertenecen exclusivamente a ella y no al cine, la pintura, el cómic o los videojuegos.
Realmente, mucho más allá de esto no puedo decir de Bruja. Un libro cuya fuerza procede, eso sí, no tanto del pasado sino de este horripilante presente que atravesamos. Que está escrito mientras alrededor mía, morían decenas de personas y era milagroso el día en que no había noticia de un asesinato. Horror cotidiano del país mexicano y el mundo capitalista que se puede sentir por cualquiera de los intersticios de una novela que es un escudo contra el feminismo invasivo y opresor pero también una defensa de la mujer. Una nocturna visión de su papel de víctima. Una novela que es tanto un tratado antropológico sobre la brujería como una ópera wagneriana. La cola de un demonio recién cortada moviéndose en el suelo y una pesadilla de David Lynch tras contemplar La semilla del diablo. Una mujer persiguiendo a Lars Von Triers para castrarlo y la incineración de esta época de plástico.
En suma, es una invitación a quemar el presente y dejarse llevar por las brumas de un lenguaje cuya intención es transportarnos lejos de esta era para que podamos comprenderla mucho mejor. Pues está escrita con la idea de que si conseguimos llevar el lenguaje al límite y cruzar el «otro lado» de la fantasía, nos daremos de bruces con la verdad. La auténtica realidad. Seremos capaces de convertirnos en el lobo, la abuela y Caperucita a la vez. Vislumbrar los senderos del mal a través de una bola de cristal o una tirada de cartas de tarot. Leyendo los signos de la naturaleza y el color del cielo, como lo hacían las antiguas brujas.
En fin, finalizando ya, confesar -por si no se habían dado cuenta- que Bruja es una novela por la que, en cierto sentido, fui poseído. Y que, cada vez que releo, me hace sentirme una hechicera. Una vieja y bella nigromante que camina perdida por las brumas de un bosque en compañía de dos enanos que no cesan de picotear mis manos y pies con alargados alfileres. Y hay determinados momentos en que me transporta hacia los cielos. Logrando hacerme sentirme como una alondra que surcara las montañas siguiendo las órdenes de un nocturno caballero que la dirige y controla desde un nebuloso castillo.
Básicamente, por tanto, el libro me ha enseñado a ser hombre, mujer, animal e insecto. Fuego, agua y sangre. Es decir, me ha mostrado cómo ser bruja. Romper espejos con mi mirada y conseguir que, sin necesidad de golpear fuertemente, se escuchen con más fortaleza los martillos en las inmediaciones de las ciudades encantadas. En definitiva, me ha convertido en esta mujer muerta que ven ante ustedes clamando por su misericordia para no morir quemada por enésima ocasión en la hoguera en medio de un mundo en el que como en el del pasado y probablemente el del futuro, únicamente ya se escucha una palabra: «Chulthu, Chulthu, Chulthu». Shalam
إِنَّ الطُّيُورَ عَلَي أَشْكَالِهَا تَقَعُ
Reírse de todo es propio de estúpidos y no reírse de nada también lo es
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