
Un bigote común
José Luis era, sí, cualquiera de nosotros pero ninguno de nosotros podíamos ser como él. Algo que intuyó perfectamente Carlos Saura. El director al que debe en gran medida su prestigio artístico. Un prestigio que nunca estuvo en su primera escala de valores y objetivos pues apenas hizo gala y ostentación de sus trabajos con Carlos Berlanga, Rafael Azcona, Marco Ferreri, George Cukor, Pedro Olea o Juan Antonio Bárdem. Hablaba de ellos con la misma naturalidad y entusiasmo con la que lo hacía de sus colaboraciones con Mariano Ozores o su participación en las comedias del destape. Obras que por otra parte, son la imagen de toda una época y aunque sólo sea por su interés sociológico, han ido revalorizándose con el transcurso de las décadas hasta volverse una postal imprescindible de una España que no puede ni entenderse ni concebirse sin su bigote. Un bigote que era la firma y sello de su personalidad, exudaba masculinidad por los cuatro costados y remitía tanto a cuarteles militares como a una vida en blanco y negro llena de fúnebres trabajos, hogares faltos de entusiasmo e innumerables sacrificios por los que se iba perdiendo la vida y libertad de todo un país. Un bigote que era, sí, un bigote burgués y nobiliario pero también un bigote mediocre. Un bigote de canción de Astrud. De «hombre que lo hace todo». Una mata de pelo bien tiesa y negra que la mayoría de los funcionarios y trabajadores españoles de grado medio llevaban estampados en su rostro haciendo gala de adhesión a las normas de su tiempo.

Autor: Alejandro Hermosilla
Mi nombre (creo) es Alejandro Hermosilla. Amo la escritura de Thomas Bernhard, Salvador Elizondo, Antonin Artaud, Georges Bataille y Lautreamont.
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