Hace varios días vi Titane. A lo largo de mi vida, han existido unas cuantas películas que me han dejado completamente indiferente o directamente me han parecido mediocres. El problema con el filme de Julia Ducornau es que me ha dado asco. Es decir, Titane ha conseguido algo que no lograron en su momento ni La naranja mecánica ni Funny Games ni Crash ni Irreversible ni decenas de películas más estrenadas en la pantalla con el calificativo de subversivas. De hecho, estuve a punto de vomitar en varias ocasiones (algo que sólo Saló, por distintos motivos, ha logrado que lleve a cabo) mientras la veía de la repugnancia que todo me producía: el argumento, la actitud de la protagonista, la fría fotografía, etc…

Si he de ser sincero, (por más que reconozco que, desde luego, Bruno Dumont está increíble) no me interesa nada de lo que cuenta Titane. Creo que habla de un mundo diferente al mío. Tal vez sea la primera vez que me siento superado por el paso del tiempo y que percibo que hay una serie de cineastas (y probablemente también músicos, pintores y escritores) haciendo obras cuya temática me es absolutamente ajena. Tanto que prefiero no saber nada de ellas.

Así que para no convertirme en Boyero (alguien al que respeto) y transformar avería en un (muy probable) estufido continuo, he decidido que los próximos filmes que veré serán clásicos del tipo El hombre que pudo reinar, La huella o Robin y Marian. Si Titane es un ejemplo revitalizador y moderno del cine del Siglo XXI, yo ya no soy un ciudadano de esta época y ¡a mucha honra!

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Desde hace unos días estoy contemplando la quinta temporada de Cobra Kai y la verdad es que no me está gustando. Por supuesto, soy un fan de la serie. Uno de esos que se quedaron maravillados con la inteligente y apasionante manera en la que sus creadores revitalizaban una saga ochentera (karate Kid) y la actualizaban. Pero todo tiene un límite.

La quinta temporada de Cobra Kai da muestras de fátiga y cansancio. La serie, queda claro, es ahora un producto que tira de tópicos con la intención de continuar llegando a las pantallas más debido al dinero que genera que por la diversión que pueda provocar. En realidad, tengo la impresión de que lo tenía que decir, ya lo dijo (y muy bien dicho) en sus anteriores temporadas. Los creadores de Cobra kai se dedican ahora a estirar el chicle como pueden, conscientes de que los cientos de miles de televidentes enganchados a su producto, van a ver lo que les ofrezcan. Sea esto lo que sea.

En fin, nada nuevo. Uno de los grandes problemas de las series es cuándo y cómo acabar con dignidad.

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El día en el que el PSG fichó a Messi, varios de mis amigos aseguraban que el equipo parisino ganaría sí o sí una Champions. Yo no era de esa opinión. Recordaba, por ejemplo, el caso de los galácticos madridistas. Uno de los grandes fiascos del fútbol moderno. Un equipo que sacrificó a Makelele por traer a David Beckam y se hundió estrepitosamente por no encontrarse equilibrado en sus líneas. Por eso, la enésima eliminación del conjunto francés en Europa no me ha provocado ninguna reacción de sorpresa. Ni la más mínima. El fútbol es imprevisible pero posee cierta lógica. Sólo los genios -como fue el caso de Cruyff- pueden romper leyes y normas (atreverse, por ejemplo, a colocar -aunque sea momentáneamente- defensas como delanteros o innovar con esquemas nunca antes vistos) y conquistar inesperados triunfos.

La clave de un equipo es su equilibrio y no sus figuras. De hecho, las figuras brillan de verdad cuando hay equilibro. Si no es así, si las líneas no están bien juntas, languidecen, se desesperan o se tienen que contentar con brillar aisladamente. Ayer Messi y Mbappé dieron lástima ante un equipo, el Bayern, que ha convertido el esfuerzo colectivo y el orden en religión. Los ha llevado, de hecho, a tal extremo que casi que ha convertido la obediencia y despliegue de ambos aspectos del juego en fiesta.

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Hace unos días me referí en avería al Tour del 89. Una inolvidable carrera a la que pienso que, de uno u otro modo, continuaré volviendo durante lo que me queda de vida por todo lo que supuso (tal vez fue el fin de una forma de concebir el ciclismo) y lo que allí aconteció: el despiste de Delgado, la resurrección de Lemond y Fignon, la última contrarreloj, etc…

En fin, al volver a pensar en Lemond, Fignon y Delgado no he podido evitar preguntarme qué carta del Tarot de Marsella podía representar a cada uno de ellos durante esa carrera en concreto, y estas han sido mis conclusiones.

Creo que la carta que mejor simbolizaría todo lo ocurrido con Delgado sería El loco. Que la de Lemond sería La templanza, puesto que nunca se puso nervioso, fue extremadamente calculador y siempre supo guardar la calma en medio de la tormenta. Y en lo referente a Fignon tengo más dudas. Tal vez elegiría La Torre por su tremenda decepción en la contrarreloj final. Pero creo que escoger ese naipe no sería justo con el decidido desempeño del ciclista francés, a quienes muchos periodistas daban por muerto para el deporte tan sólo un año antes. Así que, finalmente, elijo La fuerza para él.Shalam

الانتقام حلو ولا يسمن

La venganza es dulce y no engorda