La obra de Edgar Allan Poe es una enorme tormenta. Sus relatos están llenos de personajes medievales, espíritus caídos encerrados en castillos cuya alma no descansa. Son ante todo nostálgicos. Impotentes que no pueden reinar. Sus órdenes no encuentran eco. Los condes se asoman a las ventanas de sus palacios y otean enfermedades y violencia. No tardan en morir acosados en medio de delirios. Desean aislarse pero son derrotados por temporales e indómitos vendavales. Las mansiones en las que viven son derruidas. Están condenados a vivir en la intemperie. Quisieran estar luchando en medio de una cruzada pero se enfrentan a lo desconocido. A una naturaleza numinosa. Todos los personajes de Poe son violentos y tristes. No encuentran reposo. Viven con furia el destierro de la historia. El exilio americano. La presencia de bosques oscuros. La segunda caída en un paraíso perdido.
En Edgar Allan Poe, la tabla redonda se convierte en tabla diabólica. En güija. Las princesas son fantasmas. Los príncipes están enfermos. Los ideales caballerescos se encuentran destrozados. Las tumbas se abren enmarañando la vida de los muertos con la de ricos herederos. Y los monarcas comienzan a confundirse con la plebe. A perecer en medio de maremotos caóticos. Luchando sin esperanza. Puesto que saben que van a ser destruidos. Son caballeros travestidos. Monstruos putrefactos que saben que no existen. Remiten a esplendores perdidos. Poseen una majestuosidad fantasmagórica.
La literatura de Edgar Allan Poe no se atreve a mirar el futuro. Sólo mira el pasado. Percibe que América es un vampiro para la monarquía. La venganza de la naturaleza por siglos de tortura. Por lo que describe el nuevo continente como una tierra maldita asolada por tormentas perpetuas. Una pesadilla. Un mundo apocalíptico. Probablemente debido a que no existía una tradición histórica continuista con Europa. Y es por eso que la Inquisición, la iglesia, cualquier símbolo sagrado pierden su sentido en sus narraciones. Abonimables odas de olvido. Cruentas epopeyas que dan cuenta de un tremendo vacío existencial que el autor sólo podía llenar con el alcohol y el opio y la nación en que la vivía con su morboso apego al dinero.
En este sentido, H.P. Lovecraft va un paso más allá de Poe. Es su natural continuador en el tiempo. Pues sus dioses primigenios son tan expresivos como un lingote de oro y poseen idéntico tamaño y carácter que los grandes rascacielos. Enormes construcciones de cemento sin apenas psicología que nacen para suplir la ausencia de monarcas y anuncian el deseo colectivo de una existencia sin tragedia. Ausente de épica.
Por ello el terror en Lovecraft no está basado tanto en los sustos como en la imposibilidad de salir de una tierra melancólica cuyas vetustas mansiones no son sino pequeños escondites para no percibir la soledad del cosmos. La mirada eterna y monstruosa de Chulthu. El absurdo de un Universo viscoso sin sentido en el que no existen héroes ni reyes que comanden ejércitos capaces de mover montañas y enfrentar sin miedo a monstruos que, en el fondo, como los dibujos animados de Disney, no son más que enormes resortes para no tomar conciencia de la desesperación. La tristeza absoluta que el capitalismo intentará vencer a través de inagotables esfuerzos y contumaz energía. La construcción de un mundo de fantasía basado no tanto en una fuerza mítica y épica como en la huida del absoluto.
Aunque ninguna de las ciudades construidas sin descanso por los norteamericanos pudo borrar las llagas y las heridas de su pueblo. Ese tremendo trauma que recorre gran parte de la narrativa de un creador que, visto desde esta perspectiva, podría ser considerado uno de los grandes epígonos de la literatura de terror: William Faulkner. El escritor que con mayor ahínco puso de manifiesto la herida interna de una nación sin reyes destrozada por una guerra civil. Que menos reparos puso en plasmar el trauma y explorarlo.
De hecho, convirtió el condado de Yoknapatawpha gobernado por esclavistas sureños en un territorio maldito y narró la decadencia de los grandes terratenientes como si fuera una tragedia de dimensiones bíblicas. Construyendo una literatura llena de espíritus perdidos que, de un modo u otro, finaliza el ciclo de tortura comenzado por Poe al describir el fin de una estirpe de señores parecidos a monarcas a mano del progreso y la tecnología en medio de un enrarecido ambiente de corrosión, concupiscencia y pecado parecido al que había en Sodoma y Gomorra. Shalam
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