El Dalí personaje fue tan poderoso -todos los sabemos- que casi acaba comiéndose al pintor. Un pintor genial, devorado por su arrolladora personalidad hasta tal punto, que resulta mucho más fácil acordarse de sus excentricidades que de sus creaciones. Muchas de ellas me gustan y algunas las considero obras maestras. Pero si, de entre todo su ingente legado, tuviera que destacar unas cuantas, mi respuesta sería rápida: las dedicadas a Don Quijote. Creo que porque el soñador catalán las hizo sin esfuerzo alguno. Con absoluta naturalidad. Y por ello, más parecen autorretratos que descripciones. Algo lógico porque resulta difícil encontrar alguien más quijotesco que Dalí ni imaginar un caballero andante más daliniano que el Quijote. Razón por la que me fascina tanto su visión del episodio de los molinos de viento: una obra de arte en la que dialogan dos mundos separados por siglos y el tiempo pero en realidad tan cercanos que se diría que son contemporáneos, hermanos y hasta gemelos. Tanto que me resulta tan fácil imaginar al artista excéntrico cabalgando por la Mancha, pensando en malandrines, heroínas capturadas o el vellocino de oro como a don Quijote, pintando gigantes, villas, campesinos y molinos con el mismo estilo que solía hacerlo el subyugante pintor.
Realmente, quien me sobra en esta relación es Cervantes. A veces, pienso que el escritor del Persiles fue no más que un mero copista, un simple canal para que Dalí y don Quijote se reunieran en un espacio singular y utópico. Pues observándolos a los dos juntos, se podría dudar quién fue real y quién ficticio. Y estoy convencido de que muchos espectadores que no conocieran ni a uno ni a otro previamente, asegurarían que el personaje de ficción era Dalí y no el Quijote, teniendo en cuenta que resulta prácticamente inverosímil concebir la existencia de un personaje literario como el pintor catalán: una mezcla insólita entre un sátrapa, un alucinado, un anarquista y un artista desquiciado. Un soñador capaz de acabar con la realidad en dos brochazos o una frase, y de sugerir con un solo gesto o palabra más que la mayoría de escritores en libros enteros o amplios discursos.
¿Qué es lo que ve Dalí en los molinos quijotescos? Entre muchas otras cosas, el fantasma de la guerra que no hacía mucho acababa de golpear a Europa y a España con una violencia inimaginable, impensable e inconcebible. Con lo que, de forma sutil, el drama representado en el lienzo está indicando que el fracaso de don Quijote es, en gran parte, el del mundo. La oscuridad con la que observa la tragedia de don Quijote, por tanto, no alude tanto al caballero de la Mancha sino a la sociedad que no sabe comprenderlo y enterrándolo, se entierra, se encierra en una caverna de sombras en medio de un cielo enrarecido, nublado, semejante al que contemplamos en el lienzo.
Son fascinantes los detalles sombríos (esos molinos con aspecto de castillo o fantasmas) de la pintura. Tal vez porque Dalí apunta a lo apocalíptico y pesadillesco sin introducirse en lo sórdido. Ataca y describe justo el centro del cerebro del monstruo sin regodearse en él. Lo que no significa que no lo retrate con toda la negrura necesaria ni que no afronte el horror. Todo lo contrario. No más hay que echar una mirada a la dantesca escena de los molinos para darse cuenta. De algún modo, su obra, sí, ejemplifica cómo la ciencia acaba con el sueño de don Quijote y al finiquitarlo, termina, a su vez, con el mundo. Para el pintor catalán, la muerte del personaje es nuestra muerte. Su caída es la de Occidente. Cada uno de sus huesos postrados resumen nuestra decadencia. Una costilla que le duela a él, es un muro de injusticia que crece, como una sola de sus lágrimas, un signo que apunta todo un mar de desgracias detrás. Y por eso nos alegramos tanto viéndolo cabalgar acompañado por Sancho. Porque sus paseos ilustran no sólo que la vida es sueño sino que es sueño o no es.
Me llama mucho la atención, por otra parte, la escena en la que don Quijote aparece con los brazos abiertos en señal de aceptación de su destino. Creo que porque consigue poner de manifiesto la indefensión del personaje ante la realidad. Su necesidad de recluirse en su imaginación que es, en el fondo, adonde le interesa conducir a todo ciudadano el poder. ¿No es al fin y al cabo la imagen de ese delirante Quijote la de tantos y tantos jóvenes levantando los brazos porque su equipo ha metido el balón en una portería; un equipo al que dedican tiempo y dinero sin recibir nada, absolutamente nada a cambio, más que goles o la imagen de los goles que a ellos les hubiera gustado marcar?
Lo que me fascina, en cualquier caso, del lienzo es que Dalí supo captar la violencia de la lucha entre Quijote y los molinos, entre la realidad y sus deseos, con una tremenda fisicidad no exenta del habitual ambiente telúrico de sus creaciones. Muy sugerente por ejemplo, me resulta el enfrentamiento (idealizado) que se produce entre el caballero de la triste figura y el monstruo que cae abatido ante él, que se produce en la parte superior del lienzo. Sobre todo, porque ambos están moviéndose, desplazándose, contribuyendo al sentimiento de irrealidad de una obra que transmite dolor y violencia. Rocinante desplomándose al suelo frente al molino, no sólo parece desengañado y dolido sino también estar comenzando a ser poseído por el odio. Un odio que, de poder alzarse sobre sus pies, descargaría contra los carceleros de este mundo triste y desasosegante en el que ni Dalí ni Alonso Quijano encajaron. Pues los dos se vieron atrapados por innumerables telarañas, prohibiciones y leyes injustas que han acabado sometiendo a la humanidad. Haciendo gritar a Sancho no tanto de miedo sino de rabia porque probablemente no haya descanso para el caballero de la triste figura mientras los seres humanos nos veamos obligados a levantarnos día a día para luchar contra esos molinos de viento, (consumismo, estatalismo, poder político) que, por el embrujo de algún oscuro malandrín, consideramos gigantes invencibles capaces de acabar con nosotros de un solo gesto. Shalam
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