Pasan los años y Nightclubbing (1981) continúa siendo sinónimo de elegancia, sensualidad y fiereza. Como casi todo lo que hizo musicalmente Grace Jones desde su reinvención en Bahamas con su anterior Warm Leatherette (1980).
Seamos francos. Siendo realmente notable y muy disfrutable, el anterior trabajo, Muse (1979), a Warm realizado por Grace Jones, había sido demasiado convencional para una mujer que parecía capaz de romper cualquier molde e inventarse un nuevo tipo de ser humano. Símbolo mutante de transgresión, rebeldía y elegancia. Muse era, al fin y al cabo, un tratado de ensoñadora música disco lleno de guiños a Moroder en el que Grace Jones parecía imitar o querer convertirse en la nueva Gloria Gaynor y Donna Summer y no tanto ser ella misma. Craso error. Porque si existía alguien inimitable en las fronteras de la música contemporánea era ella. La heroína de un mundo apocalíptico capaz de merendarse con un movimiento de caderas y un susurro al punk y al rock, sepultándolos bajo una fosa de burbujas de champagne.
En fin. Si tras la decepción de Muse, se trataba de dar dos, tres o cuatro pasos adelante, desde luego que Grace lo consiguió en Warm Leatherette. Puso rumbo a Nassau (Bahamas) y en compañía de unos cuantos músicos de reggae y los productores Alex Sadkin y Chris Blackwell, forjó un disco tan personal que más que reinventar el funk, parecía habérselo inventado allí mismo. Porque Warm Leatherette era un tratado de música futurista suavemente contenida. El ataque de una pantera a la que le bastara con caminar lentamente y rugir suavemente para ahuyentar a sus enemigos. El dub adentrándose en los palacios de la moda. Un disco hecho para enseñar a las mujeres a disfrutar su cuerpo, leer el Vogue o acceder secretamente a un elegante club nocturno. Una mezcla entre las bases bailables del Some Girls de The Rolling Stones y el cuerpo de varias modelos tomando el sol en una playa nudista. Las ondas expansivas emitidas por el cerebro de los integrantes de Chic y George Clinton al dormir. Lo cool llevado a su máxima expresión. Un paso más allá de donde lo habían dejado años atrás Mile Davis y los primeros artesanos de la música disco. Un enorme automóvil parecido a un jaguar desplazándose ágilmente por las autopistas. Y varios cubitos chocando unos contra otros en el interior de una copa de ron caro. Una maravilla, sí, que, sin embargo, aunque parezca mentira, fue llevada un paso más allá en Nightclubbing.
Existe algo indefinible, una corriente muy especial -tal vez el pliegue de una falda de cuero abriéndose una y otra vez- recorriendo de principio a fin ese negro traje de terciopelo negro y azul que es Nightclubbing. Un disco que consiguió aunar de manera muy particular soul, funk y reggae. Porque a la naturaleza cálida de estos ritmos, les imprimió gelidez. Cierta frialdad que los condujo a otra dimensión y los dotó de una estatura más adulta. De tal manera que no desentonarían por supuesto en un club pero tampoco en medio de una exhibición de arte contemporáneo o una fiesta privada de la jet-set artística. Acompañando un anuncio de Martini, a una pareja que lleva a cabo un recorrido nocturno por las espectrales calles de Venecia o a los ojos de una mujer eligiendo ropa interior en una tienda de lujo.
Desde luego, Nightclubbing es un disco sobrio. Marcado por una Grace Jones inteligentemente contenida, que esconde a la fiera en un armario junto a varios abrigos de visón, y se dedica a subrayar las partes cantadas con una entonación fuerte y profunda pero nunca sobrecargada. Como si tuviera una rodaja de limón en el mentón que proporcionara sabor y frescura a su voz y, a la vez, le recordara la necesidad de frenarse. No subrayar demasiado ni los graves ni los agudos.
De hecho, su trabajo en el disco es más bien minimalista. Sus cuerdas vocales son, por ejemplo, un instrumento más, idéntico al sensual bajo o esos teclados espaciados extraídos de las calles de Jamaica que, una vez remodelados, adquieren por momentos exquisitos tintes pop y dadaístas ideales para contemplar un desfile de moda extravagante.
Lo cierto, en cualquier caso, es que sin dejar de ser un disco comercial, muy comercial, Nightclubbing es también, muy experimental. Violenta lujuria musical. Un arriesgado proyecto que podría haber firmado David Bowie -intuyo, de hecho, que buena parte de su difuso Tonight fue muy influenciado por esta lujosa costura- que, en parte, se atrevía a continuar explorando los diversos límites de la música soul allí donde los dejó anclados el duque blanco tras Young Americans y Station to Station. Aunque, obviamente, aparte de las raíces reggae de Nightclubbing, el acercamiento al soul de Grace Jones se parece más a lo que hubiera hecho una modelo cubista de Picasso de poder salir del lienzo y comenzar a cantar, que al de una tradicional vedette soul. Pues aquí hay tanto incursiones afrodisíacas en la música africana, cerebrales excursiones por las pulsiones de la música disco como una aguerrida voluntad de mirar hacia adelante que han permitido que este LP parezca haber sido grabado hace tan sólo unos días.
De hecho, medio trip-hop surgió de esta centrifugadora rítmica que despejó el camino para el éxito del Diamond life de Sade y exploró paisajes mentales y musicales que posteriormente transitarían Massive Attack o Tricky. Cientos de músicos que para encontrar las vías que unen sensualidad y experimentación, belleza y vicio, han tenido que digerir de un modo a otro un obra que a veces parece un fruto prohibido, una rama extraída de una isla paradisíaca y otras, unos salvajes tacones o unos excéntricos pendientes. El mar calmo en medio de una tormenta y la luna llena radiante en un cielo despejado.
Realmente, Nightclubbing es una mirada a los abismos desde el mundo de la sensualidad. Pura vanguardia sonora cosida con los tejidos del mainstream. El momento en que las panteras africanas se bañaron en las aguas del Caribe y el desierto fue conquistado por el mar y viceversa. Un disco que es pura masturbación femenina. El castillo más alto de una sirena transgresora que lo mismo se desnudaba en un avión que iba vestida con un traje de 10.000 dolares a un concierto punk. Con idéntica soltura se ponía a bailar la conga en medio de un celebración avant-garde que a eructar en una cena de su compañía de discos. Y, consecuentemente con estas actitudes, consiguió innovar, transtornar y deformar la música en un disco en el que no existe una sola melodía disarmónica, hay varias canciones con estatuto de clásicos radiables y la contención prima por encima del ego y los rugidos de una fiera inclasificable e intratable. Una visionaria que, al nacer, rompió el molde de la mujer futura. Invocando el devenir de la femineidad en el siglo XXIII. O el XXVII. Shalam
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