La naranja mecánica es un filme visualmente fascinante. Un ultraviolento poema moral. Su banda sonora es apabullante. El sonido es filarmónico. Posee una densidad inigualable. Resuena y amplía los motivos musicales hasta envolver completamente al oyente. La fotografía se encuentra varias décadas adelantada a su tiempo. Es tan moderna que prácticamente es inimitable. El vestuario por supuesto es sumamente original. Creó un estilo propio e inconfundible. Identificó el color blanco con la destrucción y los golpes convirtiendo los uniformes de cricket en ropa de vándalos. Por otra parte, las interpretaciones en general son muy buenas. Malcolm McDowell está soberbio. Es la viva imagen de la violencia. Su imagen se convirtió en icónica y eterna gracias a su apasionada encarnación de Alex. Y si tiene un hueco en la historia del cine es por el desparpajo con el que siguió las rigurosas órdenes de Kubrick.
Sin embargo, no creo que la película sea una obra maestra. Para mí, como en gran medida ocurría también con La chaqueta metálica, la primera parte es prácticamente perfecta. Pero tanto el episodio del aprendizaje conductista de Alex en prisión como los reversos morales que sufrirá habiendo sido ya convertido en un angelito social me sobran. No me terminan de convencer. De hecho aunque el debate sobre el libre albedrío de los individuos en las sociedades modernas es un elemento esencial para comprender el filme, en realidad, a mí no me interesa lo más mínimo. Como tampoco la polémica desatada por haber modificado el director británico el sentido último de la novela. Más que nada porque considero que la libre adaptación llevada a cabo por Kubrick del texto de Anthony Burgess es bastante pulcra. Muy acertada. Una demostración de que el genio cinematográfico era tanto un lector meticuloso como un tirano estético que convertía cualquier obra que le gustaba en suya y hacía de sus pasiones deberes. Obligaciones morales.
Para mí, repito, La naranja mecánica termina justamente cuando Alex es arrestado. Hasta ahí es insuperable. Es una obra que preludia el punk y anticipa el ocaso de la cultura pop. Techno maquinal. Un sutil e inteligente escupitajo a la era Woodstock. Es un enorme y fascinante fresco erótico y violento que dialoga majestuosamente con Sade y las teorías criminales de su época. Una cabalgata nihilista que sublima con tal destreza la violencia que por momentos, sí, repugna pero en otros, se hace sumamente atractiva. Pero insisto que a la obra le perjudica su aspecto moral o el debate sobre la naturaleza del bien y el mal que suscita. De hecho, me hubiera gustado contemplar 30 o 40 minutos más de actos salvajes, peleas o destrucción y que el filme hubiera terminado o bien con el arresto de Alex o bien con el alocado personaje libre y suelto realizando junto a sus drugos otro acto vandálico ante la indiferencia e impasibilidad de la fría sociedad moderna. El verdadero símbolo negativo de este intenso y megalomaníaco filme cuya escalofriante modernidad convirtió de golpe las imágenes de las revueltas del 68 en juegos de niños y los westerns en películas de vaqueros para zampahamburguesas. Shalam
إن الدول العظيمة تقوم بدور العصابات والصغار كالبغايا
Las grandes naciones actúan como mafiosos y las pequeñas como prostitutas
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