Uno de los conciertos de mi vida fue el que llevaron a cabo Carter USM en agosto de 1995 durante el festival de Benicassim. Debo reconocer que yo no seguía a esta banda. Me interesaban pero ni había comprado ninguno de sus discos ni mucho menos les había prestado la atención que Tomás Fernando Flores y sus compinches demandaban desde Radio 3. Me parecían un globo inflado. Un hype de la prensa inglesa que había hecho fortuna en sus colegas españoles. Y en realidad, no ha cambiado mucho mi opinión porque, aún hoy, me cuesta encontrar el momento para pinchar uno de sus discos o hacer escuchar cualquiera de sus himnos. Sin embargo, su recital aquel mítico agosto fue descomunal. Jim «Jim Bob» Morrison y Les «Fruitbat» Carte enchufaron sus máquinas, afilaron las guitarras y salieron a matar. Recuerdo que, pocos minutos después, varias personas estaban sobre mí y yo sobre otras tantas y nadie se quejaba. Aún en el suelo seguíamos bailando. Moviendo el cuerpo sobre posesos. Gozando. Gritando. Rabiando. Y no era para menos. Porque el escenario estaba en llamas. Lo que emergía de allí eran trallazos de techno punk infeccioso que derretían el espíritu. Electrónica anárquica mezclada con fogonazos de rock contagioso y ácido que remitían tanto a The Clash como a Cabaret Voltaire; a Sex Pistols y a Pet Shop Boys; a Inspiral Carpets y a New Order. Al 77 y al indie. Furia, diversión y locura mezclada con cierta nostalgia. Una mezcla imposible entre The Smiths y el bakalao. El ocaso y la lírica.
Ocurría también que aquella era la primera edición del famoso festival valenciano y el ambiente de libertad y asombro que se respiraba era inmenso. Tanto es así que Carter lograron algo que actualmente parece prácticamente imposible: convertir un estadio de 9000 personas en una rave. En un antro salvaje donde miles de jóvenes bailaban como si fuera su último día y se drogaban sin miedo al diablo. Celebrando la autodestrucción como si no hubiera futuro. No existiera el mañana. Lo mejor de todo es que el ambiente era tan festivo que, a pesar de los cientos de empujones y caídas, nadie peleaba. Todos nos levantábamos al momento y nos abrazábamos, compartíamos drogas y nos lanzábamos en ola, mientras los músicos nos ametrallaban con sus caóticos y libertarios fusiles. Sus soflamas políticas sobre el desorden y el placer. Todas esas ácidas y afiladas odas sobre la juventud de la era hedonista: «Sheriff fatman»,»Do Re Me, So Far So Good», «The only living boy in New Cross» o «Anytime Anyplace Anywhere».
Tanto Jim como «Fruitbat» han repetido en múltiples entrevistas que este es el mejor concierto que dieron jamás. Esa noche por la que mereció la pena haber formado el grupo. Y no me extraña porque parecía que todos los allí presentes estábamos sacando todos nuestros demonios. Que estábamos presenciando un exorcismo. De hecho, a medida que avanzaba esa ceremonia de comunión salvaje que provocaba estallidos de furia y júbilo por todos los rincones, en vez de mostrar síntomas cansancio, danzábamos con más frenesí. Y por supuesto, cuando aquella confrontación con el ruido finalizó, muchos continuamos la liturgia. En concreto, en torno a una hilera de coches cuyo capó se había convertido en una pista de baile con el beneplácito de sus conductores que se unían a la fiesta como si el mundo se hubiera convertido en un manicomio, una gigantesca discoteca, y no hubiera más sentido y horizonte en la vida que saltar y gritar. Como si no existiera más que el «ahora». Shalam
العجلة الأكثر تضررًا في السيارة هي التي تسبب أكبر قدر من الضوضاء
La rueda más estropeada del carro es la que hace más ruido
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