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Libros

Mar 24, 2019 | 0 Comentarios

Voy leyendo libros a mi ritmo, de tanto en tanto, como un náufrago borracho. Un hombre que se apoya en pequeñas tablas de madera para sobrevivir. Diré brevemente qué me parecen algunos de ellos sin ánimo de que mi opinión tenga consideración crítica alguna. Son tan sólo impresiones en voz alta que aspiran a emular una conversación con amigos en un bar.

Bajo el volcán: ¡Pero qué maravilla! Es mi tercera relectura de la novela y creo que es la primera vez que la entiendo. Que la siento y comprendo. Las frases de Lowry son llamas. Violentas visiones del infierno. El libro es un abismo. La viva imagen de un abismo. No sé si es necesario haber residido en México para comprender la profundidad de cada frase, de cada párrafo pero sí que, habiéndolo hecho, Bajo el volcán se revela como un apéndice del país. Tanto es así que a veces no parece un libro sino un parte del hígado de una tierra en que los vivos parecen muertos y los muertos vivos. Lowry nos lleva de camino al purgatorio y a cada renglón parece que descendemos más y más hacia el infierno. Sus descripciones, sí, son complicadas y es necesario prestarles toda la atención, pero una vez que se conecta con el aroma y ambiente de la novela, semejan la sensación del mezcal. Hacen daño a la vez que endulzan el cuerpo. Convierten la lectura de la novela en una experiencia. Un texto que hace arder la realidad y la visión de ella.

Alejandra Pizarnik: Diarios. Los Diarios de Pizarnik deberían ser considerados parte central de su obra. Muchas de sus reflexiones personales son poemas. Poemas sin pulir y a medio hacer pero poemas tan insólitos al fin y al cabo como muchos de aquellos por los que es bien conocida. Pizarnik no es reflexiva. Es ante todo pasional. Un alma siempre revuelta que apenas tiene momentos de calma debido a la vorágine de su mundo interior. Y eso se transparenta en cada palabra y frase. Por ejemplo, apenas hace análisis de los libros que lee. Los elogia o los detesta. Punto. Su espíritu se pega a ellos adiposamente y substrae su savia. Pizarnik poseía una relación visceral y sensitiva con la realidad. Era tan mariposa y gato como mujer y escritora. Una mezcla entre un ángel del Averno perseguida por diablillos y una poetisa simbolista. Y por eso, leer sus Diarios es una experiencia fascinante. Pues suponen asomarse al alma de un ser fuera de lo común. Una escritura trasversal que desborda los límites de lo racional y lo irracional.

Graham Greene: Caminos sin ley. Greene era un escritor sutil y agudo. Perspicaz e inteligente pero también muy terrenal. Su crónica de viajes por México es una maravilla. El escritor inglés enfoca los detalles y anécdotas con precisión y explora el ambiente de la guerra cristera con objetividad. El único pero del libro es que es demasiado perfecto. Desprende ironía y humor inglés por los cuatro costados siendo a la vez un fresco muy logrado de una época con ciertos visos de trascendencia. Porque, de alguna forma, el México que describe Greene continúa vivo. Es eterno. Como su texto. Un clásico que se mantiene joven y parece haber sido escrito antes de ayer, que muchos comentaristas despachan rápidamente considerándolo el germen de El poder y la gloria. Algo un tanto injusto porque, en mi opinión, supera por momentos a la novela. No es sólo un diario de meros apuntes para la construcción posterior de su clásico mexicano sino que posee vigor por sí mismo. De hecho, es un análisis profundo y lúcido de la violencia que subyace desde tiempos inmemoriales en aquel país y en parte también de las raíces de la violencia universal.

William Faulkner: Absalón, Absalón. Las novelas de Faulkner no se leen, se releen. Algo que en el caso de Absalón, Absalón es imperativo para cada uno de sus capítulos y casi que para cada uno de sus párrafos. Termino uno y siento deseos de volver a leerlo. Aunque lo cierto es que Absalón no se lee sino que se mastica. Es una novela fuera del tiempo, sin urgencias, y de una cadencia bíblica y absoluta. La prosa de Faulkner es parecida a la niebla y el rayo. Cada sentimiento de los personajes se disgrega por la novela como las ramas que forman parte de las enredaderas. Cada mirada pesa y cada encuentro hace rememorar tiempos pretéritos y convoca fuerzas telúricas.

Esta es mi segunda lectura de la novela. Conozco perfectamente su argumento. Pero cada vez que entro en ella, me entumece. Observo ángeles malditos perseguidos por bestias negras y pierdo la conciencia de mí mismo mientras soy sacudido por un lenguaje parecido a un torbellino. Por el destino de hombres y mujeres que parecen estatuas azotadas por el viento y la cólera de dios. Absalón tiene un solo tema. La novela en sí misma. Absalón es el rugido de una bestia. Una entraña del pueblo norteamericano. La viva imagen de la esclavitud y el delirio. Un barranco literario lleno de barro, sangre e historia. De perdedores, borrachos, soldados, viudas, harapientos  y orgullosos burgueses cautivos por el destino.

Jack Kerouac: Tristessa. En el camino ha recibido tantos elogios y desprecios que ha eclipsado buena parte de los textos de Kerouac. Un escritor al que, para bien y para mal, se le juzga por una novela emblema que probablemente ni era tan, tan importante y grande como se dijo en su momento ni es tan olvidable y floja, como está en boga afirmar hoy en día. En el camino es un hito. Una obra cuya fuerza simbólica supera el tiempo y las opiniones de los lectores de tal modo que hace inútil realizar actualmente una indagación veraz sobre ella. Sus defensores y opositores mantienen posturas extremas. Y si se quiere por tanto, profundizar en el Kerouac más desnudo y veraz, conviene hacerlo en novelas como Tristessa. Un breve y sintético texto por medio del que explora el lado oculto de la existencia. El oscuro. Refiere con ritmo y tono elegíaco sus andanzas por México. Su amor por una muchacha de una belleza frugal, viva y diabólica y los cuelgues continuos provocados por la heroína. Y lo hace casi de manera heroica y religiosa. A través de párrafos y frases que parecen mantras y solos de saxofón. Y también alucinaciones y visiones infernales. De hecho, por momentos, Kerouac parece Rimbaud y Tristessa una novela simbolista en la que la decadencia es sustituida por la suciedad y el mal olor de las calles mexicanas.

Tristessa, sí, es una novela viva y en ebullición. Tanto un lamento como una herida. La prueba de que Kerouac no era un charlatán. Ok, sí, de acuerdo, no era Flaubert, pero tampoco una estafa literaria. De hecho, en esta novela convoca a las potencias de la noche con tono ciego y perdido y las describe con mayor rotundidad que muchos novelistas mexicanos puede que porque se mantuviera totalmente ajeno a la realidad política y social. Kerouac buscaba la droga, el sexo y el amor con la convicción que sólo poseen los iluminados. Esos seres que nunca serán totalmente aceptados por la sociedad a los que Tom Waits ha consagrado la mayor parte de su obra. Por lo que el libro, sí, es un delirio. Una ola salvaje. Un chute de oscuridad y agonía épica. Shalam  

لَيْسَ الدَّلْوُ إِلاَّ بِالرِّشَاءِ

El cubo no sirve de nada sin la cuerda del pozo

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Autor: Alejandro Hermosilla

Mi nombre (creo) es Alejandro Hermosilla. Amo la escritura de Thomas Bernhard, Salvador Elizondo, Antonin Artaud, Georges Bataille y Lautreamont.

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