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La piel azul (1)

Ago 14, 2022 | 2 Comentarios

Dejo a continuación un nuevo avería dedicado al célebre cómic de Peyo: Los Pitufos. El cual, debido a su extensión, dividiré en dos partes. Hoy publico la primera y mañana, la segunda.

La piel azul (1)

Los Pitufos es una maravilla. Uno de esos cómics eternos que deberían encontrarse siempre entre los imprescindibles de la historia. Sus méritos son muchos. Pero, en primer lugar, destacaría el hecho de que Peyo fuera capaz de dotar de una personalidad muy marcada a cada uno de los pitufos. Lo que permitía al lector que, a pesar de su ingente cantidad, pudiera diferenciarlos perfectamente y, posteriormente, se identificase con uno u otro. Lo habitual, de hecho, es que todos los fans de Los Pitufos tengamos uno favorito. En mi caso concreto, mi preferido es el pitufo gruñón y, a continuación, el pitufo bromista. Aunque, en realidad, casi todos me parecen irresistibles.

Ese, sin dudas, fue uno de los grandes logros del escritor belga: apuntalar con firmeza los rasgos del carácter de cada uno de los pitufos. Puesto que resultaba realmente difícil no enamorarse de cada uno de estos pequeños personajes de piel azul. Pero además, esto le permitió llevar a cabo todo tipo de rocambolescas historias en una pequeña aldea sin que el lector se sintiera abrumado por la tremenda cantidad de personajes. Lo que permitía, por ejemplo, que el lector siempre se sintiera en control de cada historia. Nunca se perdiera. Un mérito en absoluto menor.

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En realidad, al principio no existía esta afortunada diferenciación entre cada uno de los pitufos. Básicamente porque su primera aparición se produjo en 1958 dentro de un episodio, La flauta de los pitufos, de una serie ajena (Johan y Spirlou) que se publicaba en el semanario Le journal de Spirou. Otra esmerada y socarrona creación de Peyo centrada en una mágica Edad Media en medio de la que la presencia de esos diminutos, afables y parlanchines seres resultaba totalmente natural.

Desde luego, el episodio en el que los pitufos se dieron a conocer era realmente delicioso. En el mismo asistíamos a la lucha entre unos ladrones y el carismático Spirlou por hacerse con la flauta a la que hacía referencia el título del capítulo: un instrumento fabricado por los pitufos que permitía a quien lo tocara, hacer bailar a todo el mundo a su alrededor. Controlar la voluntad de la gente. Pero, más allá del ajetreado argumento de aquel capítulo, lo que fascinó a los lectores del semanario fue la presencia de esa especie de gnomos azules que, además, poseían un divertido y cómico lenguaje propio.

Todo en los pitufos remitía a su propio nombre. Los pitufos no trabajaban sino que pitufaban. No se peleaban sino que se pitubaban. Y un problema para ellos era una pitufa. Los pitufos, sí, tenían su propia jerga pero eran fácilmente entendibles. Totalmente comprensibles. Lo que, en tiempos en los que los lingüistas y semióticos intentaban establecer nuevos parámetros en las lenguas y el mundo occidental se volvía cada vez más artificial, nos devolvía al primitivismo puro y duro. Al sano infantilismo artístico. De algún modo, la forma de hablar de los pitufos era dadá. Era musical. Todos comprendíamos sus pitufadas instintivamente como comprendemos un redoble de batería o un riff de guitarra. Y eso, unido a su irresistible look y a su pristina inocencia, provocó el furor en el público que, pronto, inundó de cartas la redacción de Spirou, solicitando con tanta insistencia saber más de ellos que los directores de la revista animaron a Peyo a que (sin dejar de lado sus apariciones en Johan y Spirlou) les dedicara su propio espacio. Dicho y hecho. El 2 de julio de 1959 aparecieron en la sección de minilibros de Spirou las primeras páginas de ni más ni menos Los pitufos negros. ¡Un clásico de la historieta acababa de nacer!

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La primera obra en solitario protagonizada por los pitufos no pudo ser más esplendorosa y certera. Ni más ni menos que «Los pitufos negros». Una maravilla que muchos han querido leer como un preludio de las famosas películas de zombis de George A. Romero y compañía. Aunque, en realidad, tiene muchas otras lecturas puesto que, al fin y al cabo, su tema central es una infección vírica. Así que, de un modo u otro, puede imbricarse perfectamente con algunas de las más ásperas y acuciantes enfermedades experimentadas por la sociedad moderna, caso del Sida o el coronavirus.

La lucha entre los pitufos negros y los pitufos azules funcionaba perfectamente. Era realmente espectacular. Lo curioso es que, a pesar de que el cómic en cierto sentido retrataba una de esas apocalípticas situaciones propias de la modernidad, no perdía su inocencia. Los pitufos eran personajes plásticos. Personajes que reinician su vida de un cómic a otro sin tener el cuenta el pasado. Entre los pitufos (no importa la situación tan terrible que hubieran atravesado) no existía el rencor. Los pitufos no eran exactamente infantiles sino que le recordaban a los adultos uno de los grandes aspectos de la infancia. Un territorio en el que los odios no se enquistaban ni eran eternos y los prejuicios eran vencidos por la vitalidad.

Es muy habitual, cuando somos pequeños, que odiemos intensamente a un niño o que nos enfrasquemos en una pequeña aventura como si no hubiera mañana. Pero también que, días después, nos reconciliemos con el niño aborrecido, dejemos de lado la fascinación por una excursión y que, en definitivas cuentas, nos abracemos de tanto en tanto con los otros muchachos de la pandilla como si no hubiera un mañana y los acontecimientos vividos sólo fueran experiencias para hacer maś fuerte el grupo, el clan. Esto es algo que ocurría, episodio tras episodio en Los Pifutos, provocando el reconocimiento melancólico de muchos adultos que se identificaban con esos gnomos que, también como los niños, se conocían más por sus motes o apodos que por su nombre real.

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La grandeza de Los pifutos, lo que lo convirtió en un cómic irresistible, radicaba en que mezclaba perfectamente ese ansia infantil reconocible para la inmensa mayoría de adultos con una lúcida radiografía muy sagaz del comportamiento humano que podía, a su vez, extenderse a diversos sistemas políticos.

Por ejemplo, El pitufísimo, (el famoso episodio en el que, debido a la marcha del Gran Pifufo, se llevan a cabo elecciones que encumbran como jefe del clan a un pitufo que, pronto, se comporta como un auténtico dictador) era no sólo una sagaz crítica a los sistemas despóticos. También una demostración de cómo se pueden comprar y ganar elecciones furtivamente, un lúcido retrato de la megalomanía humana y, a su vez, una demostración clara de lo que termina ocurriendo en un sistema político en el que no existe separación de poderes, en el que la voz y voluntad del amo son los únicos filtros para impartir justicia. Shalam

من مات يدفع كل ديونه

El que muere paga todas sus deudas

2 Comentarios

  1. andresrosiquemoreno

    1ºimagen….la pregunta es: quien es primero el huevo o los pitufos?….lo primero siempre es el huevo…el pitufo con forma de frankurt evolucionando a pitufo blue (pasao por agua)….sonrisa
    2ºimagen….debe ser el cumpleaños del pitufo «anciano rojo»…..
    3ºimagen…..entre hamelin y la portada de la velvet warhol….jaja
    4ºimagen…..no esta claro que tengamos que eliminar a los pitufillos…..
    5ºimagen…..voy a exterminar el mundo de color…vivan los grises, negros!!!
    6ºimagen….avalancha pop….una piedra ñac arrastra a otra…….(cine mudo)….
    7ºimagen….que habra dentro de la caja….sonrisa…(belle de jour…1967..buñuel)..(el rey blue siempre esta alegre)
    PD: https://www.youtube.com/watch?v=fND_Y6OgsDs….after hours….velvetunderground….very descriptivo..

    Responder
    • Alejandro Hermosilla

      1) Un pitufo mira emocionado la salchicha y otro medio asustado. Eso me llama la atención..jajajaaj 2) Estampa bruegueliana de los pitufos. 3) Dos acróbatas de circo divirtiendo a los pitufos. 4) Primera imagen antes de que suene justo la canción «Felicita» interpretada por Romino y Albana. 5) Venganza africana. 6) La invasión de los ladrones de piel 7) Un reino pitufoscuro. jjajaj PD: Parece un sketch de «Mad Men».

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Autor: Alejandro Hermosilla

Mi nombre (creo) es Alejandro Hermosilla. Amo la escritura de Thomas Bernhard, Salvador Elizondo, Antonin Artaud, Georges Bataille y Lautreamont.

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