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La entrevista imaginaria

Ene 5, 2014 | 0 Comentarios

No es un género demasiado practicado pero tal vez debería serlo más. Me refiero a la entrevista imaginaria. Yo en concreto, únicamente he realizado una en mi vida que apareció en un monográfico que dirigí sobre el escritor Mario Bellatin para la revista El coloquio de los perros. En realidad, fue muy divertido escribirla y surgió de un tirón, fluyendo sin problemas. Tal vez porque cuando la redacté, me encontraba a medio hilvanar La risa oscura y la intensidad con la que percibía la literatura del escritor mexicano, me permitía realizar experimentos de este tipo sin inmutarme. Algo de lo que no sé si sería capaz ahora mismo puesto que sinceramente, me siento incapaz de acercarme a cualquiera de sus libros. Tal vez por el hastío lógico que sigue a un trabajo más o menos creativo o ensayístico realizado sobre cualquier artista. De hecho, he de confesar que actualmente me siento un tanto vacío al rememorar sus creaciones y que me planteo si sus actitudes vanguardísticas no terminarán tal vez por quedar confinadas a la retaguardia. Aunque por supuesto, eso no puede borrar lo mucho que disfruté redactando La risa oscura y leyendo muchas de sus novelas. Las cuales se encuentran tan próximas a los postulados del arte contemporáneo como a los de la propia literatura. Y por tanto, permiten todo tipo de lecturas y visiones contradictorias que contribuyen a enriquecer la cultura moderna.

Sin más, dejo a continuación la entrevista tal y como apareció en El coloquio de los perros:

Entrevistar a Mario Bellatin no es, en absoluto, fácil. No sé cuántas de las personas que lean esta entrevista conocerán Poeta ciego, pero la experiencia que he vivido para poder realizarla se asemejaría, en algún caso, a la sufrida por los discípulos del retorcido Maestro —el pedagogo Boris, el Hermano de las Gafas de Cristales Gruesos y, sobre todo, La extranjera Anna— durante esa extraordinaria reflexión sobre los límites del lenguaje y la capacidad de manipulación que posee la literatura  —no estoy de acuerdo en absoluto que el libro verse sobre sectas o al menos, no en su estructura profunda— que se nos ofrece en esta inclasificable narración.

El escritor mexicano tiende a complicar hasta tal punto cualquier asunto relacionado con su persona que un mero trámite puede convertirse en un sinuoso y, en ocasiones, retorcido galimatías. En un principio, la entrevista se iba a realizar en Ciudad de México, donde fui a visitar su famosa Escuela de Escritura —en la que vi pintores, escultores e incluso clowns pero ningún escritor—, aunque tras varios retrasos e inconvenientes, preferimos aplazarla para otro momento. Más tarde, se planteó que yo redactara tanto las preguntas como las respuestas de la misma y que él se dedicaría únicamente a supervisarlas. Pero como estuvo varios meses sin contestar mis mails, finalmente no me atreví a realizarla temiendo su enojo.

Fue entonces que se me ocurrió hacerme pasar por un editor norteamericano —son públicas y notorias las ansias del escritor mexicano por conseguir éxito en el mercado literario anglosajón— interesado en publicar en USA algunos de sus libros más desconocidos y que al fin, recibí respuesta suya. Rápidamente, descubrí mi identidad y le recordé que me había dado su palabra de realizar una entrevista que me aseguró que, esta vez sí, se efectuaría.

De esta forma, a mediados de este mes de enero, por fin, llevamos a cabo una ciber-entrevista. Mario Bellatin se conectó al messenger puntualmente, pero para mi sorpresa llevaba puesta una máscara de un luchador mexicano, Wagner, sobre su cabeza, lo que me hizo dudar si había decidido gastarme una nueva broma y era él quien estaba respondiendo mis preguntas. En todo caso, y dado el relieve de sus contestaciones no quise indagar más en la tan complaciente como cruel personalidad del artista mexicano: un “ser” cuyo comportamiento y actitudes —por más que él afirme y asegure todo lo contrario— son seguramente mucho más literarias que sus propios libros.

 —EL COLOQUIO DE LOS PERROS: ¿Hasta qué punto crees realmente que estás renovando la literatura? ¿Piensas que estás aportando algo que hasta ahora no se había hecho? ¿En qué consistiría esto?

 —MARIO BELLATIN: Es difícil de decir. Hay días que pienso que mis libros deberían ser vendidos en el apartado de autoayuda, puesto que, según la persona y el estado de ánimo en que sean leídos, estoy convencido de que pueden provocarle al lector cierta reacción de tensión y de incomprensión que ignoro qué consecuencias puede tener, pero apostaría que le hará vivir la vida con más intensidad.

 —ECP: Esa sí es una característica de tus libros: la intensidad. Sobre todo por el trabajo de depuración del lenguaje.

 —MB: ¿Piensas esto de verdad?

 —ECP: Sin duda. Creo, además, que esto es lo que les da un tono, por así decirlo, neutral.

 —MB: Tal vez sea así. Yo, en realidad, no sé bien qué es aquello sobre lo que escribo. Y no quiero planteármelo. Pienso que hacerlo sería un gran error, como estructurar o pensar en un argumento o un ritmo a priori para un libro.

 —ECP: Sin embargo, todas tus narraciones parecen muy pensadas hasta la extenuación.

 —MB: No lo creo. Yo simplemente me dejo llevar. ¿Has visto alguna vez un baile sufí?

—ECP: He llegado a ensayarlo.

—MB: Entonces sabrás que se trata de adquirir una técnica para luego fluir con ella y a través de ella.

 —ECP: Sí, pero en el baile hay un componente directo que no tiene la literatura. Para provocar esta sensación, es necesario trabajar, pulir el lenguaje con el fin de conseguir el efecto que se quiera provocar.

 —MB: Sí. Pero si te fijas, el escritor pule y trabaja para conseguir el mismo efecto que el bailador sufí —que también ha realizado todo tipo de ensayos— cuando danza en directo: la instantaneidad. En cualquier caso, te diría que para mí la literatura no ha sido nunca tan importante como para pararme a pensar demasiado respecto a aquello que indicas.

—ECP: Estoy de acuerdo. Pero hay que tener en cuenta que, si bien las palabras del libro ya se encuentran fijas cuando se las lee, no así las piernas del danzador que se moverán constantemente mientras realiza la interpretación. Por otro lado, me sorprende lo que indicas sobre la literatura porque has dedicado tu vida a esta actividad.

 —MB: Si tú lo dices. Realmente, no he dedicado más horas de mi vida a escribir que a meditar, pasear a mis perros o a observar moverse los peces en mi acuario. Siento una sensación de paz indescriptible cuando lo hago. La mayoría de los argumentos de mis libros han nacido allí. Salón de belleza, en concreto, tras darles de comer a mis peces. Me hallaba en un alterado estado de excitación observando cómo devoraban todo aquello que les arrojaba y, por momentos, parecían estar a punto de comenzar a pelearse. Para conseguir tranquilizarme, me decidí a realizar mis habituales ejercicios y movimientos de karate frente al espejo que tengo en mi salón de entrenamiento. Me encontraba en un estado de excitación y concentración absoluto cuando, de repente, sonó el teléfono. Era un profesor de una universidad mexicana que deseaba invitarme a dar una charla a sus alumnos. En ese momento, me sentí invadido en mi intimidad y reaccioné indicándole que se había equivocado, que en realidad había llamado a un salón de belleza y que si requería mis servicios sexuales para hoy —me hice pasar por un peluquero homosexual— había de saber que no podría ofertárselos pues me encontraba muy ocupado.

—ECP: Increíble.

 —MB: Sí, pero lo mejor fue que el profesor siguió hablando como si no hubiera escuchado nada y consiguió que aceptara dar esa charla en Tijuana.

 —ECP: ¿Cómo pudo ser eso?

—MB: Porque le prometí que si me pagaba el dinero suficiente para ir a su universidad sería el primero a quien atendería en mi lista de clientes.

 —ECP: Je.

 —MB: En realidad, aunque esta última anécdota no sea real, me parece muy adecuada para dar a entender las muchas relaciones e imbricaciones que hay realmente entre la prostitución y lo literario.

 —ECP: Siempre ha sido así, ¿no?

 —MB: Pero últimamente mucho más.

 —ECP: De esto tratan también tus libros. De todas formas, esto me plantea una pregunta. ¿Dónde te sitúas tú y tu literatura en el posible debate que se podría abrir a partir de tu afirmación?

 —MB: En todos los sitios y ninguno al mismo tiempo. Así le dijo el profeta Zacarías a Zorababel cuando éste le preguntó por el lugar en el que podría encontrar al Dios Jehová.

 —ECP: Pero eso —me refiero a mi pregunta en concreto— es como decir nada.

—MB: Pero es que nada se puede indicar sobre un mundo que ya lo dice todo por mí. Diga lo que diga, exprese lo que exprese, soy culpable. Porque tampoco importa que seamos inocentes. Importa el dinero. Más que el libro. Y yo quiero y lo necesito. Pero aún más crear buenos libros, aunque una vez terminados no tengan demasiada importancia para mí y no ocupe más tiempo en ellos que el que dedico a decorar con un color u otro las paredes de mi cuarto.

—ECP: Y a todo esto, volviendo al principio de la charla, ¿por qué y para quién escribes? ¿Qué es para ti la escritura? ¿Qué es, verdaderamente, lo que piensas que estás renovando?

—MB: Si te soy sincero, no tengo respuesta a ninguna de tus preguntas. Jamás me he planteado cuestión alguna sobre estos temas. Probablemente, porque no considero a la literatura —como lo han hecho tantos otros— como una actividad demasiado importante. Renovarla debería ser como renovar el vestuario, ¿no? En esencia, la persona seguiría siendo la misma. No importa el vestido. Supongo que para renovar la literatura —aunque te vuelvo a repetir que no sé qué quieres indicar con esto— haría falta cambiar el abecedario, que en vez de 24 letras, hubiera 30. O tal vez ni esto sería suficiente. Yo lo único que he intentado es construir personajes que no sientan, con los que no pueda identificarse el lector. Pero, ¿renovar la literatura? No sé bien a qué te refieres.

 —ECP: Sin embargo, tus libros y charlas están llenos de referencias a esto.

 —MB: ¿Es eso cierto? Pienso que no. ¿En cuál de ellos hago alusión a esto?

—ECP: Por ejemplo, en cierto modo, en Underwood portátil modelo 1915.

 —MB: Pero ese libro no lo escribí yo.

 —ECP: Entonces, ¿quién?

 —MB: Lo ignoro. Tal vez tú puedas indicármelo.

 —ECP: Sí. Se encuentra escrito por Mario Bellatin.

  —MB: Ah.

—ECP: Y creo que tú eres Mario Bellatin. O tal vez no porque no puedo verte la cara a causa de la máscara.

—MB: Supongo, en realidad, que todo es una cuestión de imaginación. Tú imaginas que yo soy Mario Bellatin y yo debo responder como tú imaginas que debería hacerlo. O como se supone que debería hacerlo un escritor. En ese sentido, puedo estar de acuerdo en que tal vez yo sea Mario Bellatin, pero para ello tienes que imaginar que lo soy, no creer que lo soy, lo que tal vez te explique mejor mi punto de vista sobre la literatura o, como dicen algunos críticos pedantes, “lo literario”. Debe haber alguien que imagine qué es la literatura, alguien que nos convenza a todos que algo es literatura y que, de tal o cual forma, puede ser renovada, pero, en esencia, si Mario Bellatin no sabe ni desea conocer —puesto esto sería contraproducente ya que limitaría su capacidad creativa— qué es la literatura, ¿cómo la va a renovar? En cualquier caso, la considero una ciencia y una diversión. También un arte y un entretenimiento. Un deporte y un mero pasatiempo. La imagino y la concibo de muchas maneras. ¿Cómo voy a renovarla? La puede renovar quien considere que la literatura se puede definir. Un profesor puede renovarla. Algún escritor que cifra reglas de cómo se ha de escribir, puede renovarla. ¿Pero alguien que se considera un creador puede cifrar sus esperanzas o anhelos en renovar algo que no se sabe hacia dónde va ni hacia dónde se dirige? […] Si Mario Bellatin ocupa tanto tiempo de su vida en la literatura es porque no sabe qué es y no desea saberlo, pues se siente fascinado cuando se pierde en sus confines como cuando cocina, repasa su colección de sellos americanos  o contempla un amanecer; actividades que, por cierto, muchos de los escritores “puros” despreciarían al ver citadas al lado de esa palabra y arte impoluto, mágico y sagrado que es para ellos, la literatura.

—ECP: En realidad, supongo que todo este problema es producto de una visión romántica de la literatura y de cómo espera recibir el público el libro aquello que lee,  cuáles son sus expectativas.

—MB: Sí, todos creen que son el escritor que aparentan ser, que son el libro o la persona que muestran a los demás en su vida social. Pero yo no puedo serlo.

 —ECP: Que es el gran tema de tu literatura.

—MB: Como te dije, yo no escribo libros, porque de hacerlo sería Mario Bellatin y todos sabrían lo que podrían esperar de mí. Por ejemplo, todos creerían que soy imprevisible, porque lo imaginan así, porque lo desean, no porque yo lo sea. ¿Qué voy a saber yo de quién soy o de mis libros? Mis libros solo le sirven a una parte de mí, no a una totalidad. Y esto no ha de invalidarlos, como pensarían tantos escritores románticos o modernos y postmodernos todavía influenciados por esta visión y perspectiva artística que unos cuantos hombres han considerado una verdad en mayúsculas. Se escribe un libro como quien realiza una mesa, y nadie puede inmiscuirse en el placer o en los porqués o para qué Mario Bellatin realiza esto. Lees sus textos o no, pero no los evalúas o comparas con aquello que tú eres, sabes o esperas porque entonces estás intentando —es lo habitual, por otra parte— que ellos respondan o sean aquello que tú deseas o imaginas que deberían ser, que no es necesario ni tan siquiera que sea auténtico y verdadero, pues estas nociones, en términos literarios no tendrían que usarse, ya que, en este campo, son similares a lo falso y ficticio […] De todas formas, soy consciente de que lo que yo piense no tiene mucha importancia. Demasiados hombres a lo largo del tiempo —entre los que hay demasiados críticos que en su día fueron muy destructivos con auténticas obras maestras de la literatura— han considerado que lo que decían era demasiado importante o tenía su trascendencia. Incluso han llegado a cobrar por ello. O han creado una escuela que con el tiempo, lógicamente, ha desaparecido. Si bien la intención de Mario Bellatin no es acabar con este estado de cosas —aunque le gustaría— porque si no, se vería obligado a pedir limosna, lo cierto es que se sentiría bien si se considerase que todos sus libros y pensamientos son leves, no tienen más interés que el goce o disfrute y no tienen atisbos de trascendencia.

—ECP: Desde luego, la trascendencia es un tópico contra el que lucha tu literatura.

 —MB: Mario Bellatin siempre dijo que había que gozar en el presente, que había que disfrutar se fuera o no trascendente, y que no hacía libros para ser recordados o estudiados en la universidad, pues su mayor deseo es que pudieran ser disfrutados.

 —ECP: Razón por la que, pienso, muchos contemporáneos no entienden tu obra.

 —MB: Pero esto no es problema de Mario Bellatin.

 —ECP: Pero sí te concierne.

—MB: En realidad, a Mario Bellatin no le conciernen demasiados asuntos relacionados con sus libros. Nunca se ha entristecido o enfadado por una crítica ni tampoco ha disfrutado cuando lo han alabado porque Mario Bellatin no se considera el autor de sus libros. Los ha escrito, pero no ha dejado su “ser”, como los escritores románticos consideraban, en ellos, por lo que tampoco tiene una opinión formada sobre estos. Son sus criaturas, pero hasta cierto punto. Como pueden serlo, por ejemplo, los hamsters y peces que hay en su casa. O las películas de otros directores. No le importa tanto haberlos escrito como que existan. Y en el mundo romántico del que todavía no hemos salido importa tanto quién lo escribió y el que llegara a escribirlo como lo escrito. Pero Mario Bellatin no piensa así, porque él no se identifica con su personalidad, dado que considera que no tiene ninguna, que es lo mismo que indicar que las tiene todas. Porque, en realidad, es un bailarín sufí que se encuentra en un lugar y en otro al mismo tiempo y no cesa de desplazarse y moverse sin que esto implique aceleración o signifique que sea imposible el reposo o la pausa en la actividad a la que se dedica. Lo que, al fin y al cabo, es una demostración de que podemos serlo todo y nada al mismo tiempo, que es lo que Bellatin desea conseguir: llegar a escribir sin escribir.

 —ECP: En todo caso, tú también has creado una Escuela de Escritura, ¿no es cierto?

 —MB: Pero en ella se tiene prohibido enseñar escribir. Los alumnos aprenden a barajar cartas, bailar ballet o dibujar, pero nunca a escribir.

 —ECP: ¿Por qué?

 —MB: Pienso que Mario Bellatin desea que la mente del estudiante se abra, conecte con todos sus chakras y puntos sensibles y emotivos para, ante todo, disfrutar creando. Ser capaz de afrontar nuevas e imprevistas situaciones que tal vez, años más tarde, y cuando se esté fuera de la escuela, provocarán que el futuro escritor opte por tomar decisiones arriesgadas e inéditas o al menos se plantee la posibilidad de efectuarlas. En cualquier caso, estoy convencido de que será una persona más creativa y, probablemente, más preparada para tomar riesgos por sí mismo sin depender de la opinión de los demás.

 —ECP: Se ha llegado a escuchar de todo sobre esta Escuela. Por ejemplo, que en una ocasión montaste un ring de boxeo y obligaste a todos tus alumnos a luchar entre ellos para así aprender lo que sería un combate y poder describirlo desde todos los puntos de vista en un libro. O que durante una semana tuviste a varios de tus alumnos barriendo y fregando las paredes de la residencia para mitigar algunos defectos palpables en su concepción de la vida que, probablemente, le perjudicarían en su futura carrera literaria.

 —MB: No he oído hablar que Mario Bellatin hiciera nada de esto en ella, pero podría ser cierto. De Mario Bellatin se ha dicho de todo. Seguramente porque todos se imaginan quién es sin distinguir, como dije anteriormente, entre aquello que desearían que fuera y lo que es. Pero esto no le concierne a Mario Bellatin, cuya única misión en la Escuela es romper el velo que impide a tantos jóvenes acceder a la revelación de la experiencia artística y de la realidad y vivir una auténtica catarsis. Por ello, Mario Bellatin organiza temazcalis en el patio de la residencia y organiza partidos de voleibol, para que el aprendiz de escritor sienta que forma parte de una comunidad a la que debe hacer, o bien pervivir o bien destruir, transmitiéndole algo —el libro— que tiene esa potencialidad en su interior. Mario Bellatin ayuda a la construcción de ciudadanos y artistas libres. No de autómatas. Ni seres frustrados. Como tantas otras escuelas —incluida aquella peruana— a la que fuera el escritor mexicano de chico.

—ECP: Pasando a otro tema, pienso que, visto lo que propones, si es que he entendido aquello que indicabas, no te complacerá demasiado hablar de ninguno de tus libros en particular o los de otros escritores.

 —MB: Depende. Mario Bellatin piensa que hacer un recuento de sus libros según el sistema tradicional no aporta nada ni a los libros ni a él ni, en el fondo, al lector. Acaso únicamente información. Otro asunto son las sensaciones que nos transmiten. Hace un tiempo, cuando escribió Flores, se encontraba en un estado melancólico del que pensaba que nunca jamás saldría. Rememorar esos momentos le parece que nos dice tanto o más de Flores que el libro en sí mismo, cuyo significado ignora y, en definitiva, no importa. Porque lo que a él le interesa de su literatura son más los estados de ánimo que transmite, los lugares insólitos a los que te permite llegar que su contenido o finalidad. No hablemos ya de su significado, que únicamente importa en cuanto puede provocar o transmitir un sentimiento —generalmente de desesperanza o frialdad, pero no importa del tipo que sea— u otro. Y en cuanto a los demás escritores, les sucede algo parecido. Es capaz de citar líneas de memoria de ciertos libros de Robert Walser o Mihail Bulgakov, pero olvidar su argumento. Le importan algunos capítulos de muchos libros, así como investigar en las motivaciones que conducen a un personaje a decidirse a realizar una u otra acción, pero le da mucha pereza investigar otros asuntos relacionados con ellos, como el tipo de narrador, desde qué lugar nos son contados o incluso qué es lo que cuentan. Le interesa, en definitiva, la sensación que puede extraer de su lectura.

 —ECP: ¿No crees que hay algo borgeano en tu idea de la literatura?

 —MB: Es probable. Aunque Mario Bellatin desea aclarar que para él todos los libros  no son el mismo libro. Porque a Mario Bellatin le importan —repito— las sensaciones que le provocan. Algunos le ponen rabioso, otros le transmiten frustración. Esto es lo que le interesa de estos libros. Que pueden provocar un estado de ánimo diferente en él, de la misma forma que saborear uno u otro alimento le evocará diversas sensaciones que no tienen por qué ser siempre similares. Mientras escribía Jacobo el mutante pasó una crisis de ansiedad de altas consideraciones. Necesitaba estar solo, refugiarse en el silencio. Y, sin embargo, cuando lo estaba terminando, comenzó a ir de fiesta en fiesta, estallando en carcajadas y bailando sin cesar. Por ello, Mario Bellatin piensa que para comprender este libro en su dimensión total hay que encontrarse en un estado somático un tanto engañoso y ambiguo. Porque es solo así que se puede disfrutar. […] Todo libro —como conocen los sufíes— tiene múltiples sentidos y significados. Cualquiera de ellos, en ocasiones, puede ser válido y en otras, únicamente uno de todos los posibles. Pero las lecturas de un libro pueden y han de ser tan amplias que basar o, más bien, constreñir su sentido a un único significado, no tiene razón de ser. Más interesante sería hacerlo teniendo en cuenta las sensaciones que nos produce que multiplican aún más sus significados y le dan un carácter personal al relato, cuyo sentido depende más del lector y de las circunstancias que esté atravesando que de sí mismo. De todas formas, Mario Bellatin no tiene reglas ni las ofrece para acercarse a los libros. Tal vez mañana no piense como lo está haciendo ahora mismo. Lo que es seguro es que ahora mismo no puede evitar acordarse de la sensación de debilidad y desasosiego que sentía cuando escribía Perros héroes o de la carta suicida que le escribió una anciana recluida en un asilo tras haber leído El jardín de la señora Murakami.

—ECP: Por cierto, hablando de El jardín de la señora Murakami, ¿qué hay de tu relación con Japón o la literatura y arte japoneses?

—MB: Es nula. No existe. En muy escasas ocasiones he podido terminar de leer un libro creado por un autor japonés. Sin embargo, hay algo que me interesa de todos aquellos que he comenzado a leer antes de abandonarlos: el sentimiento de angustia y agobio que me provocaban. Esto me animó a intentar imitarlos. Me parecía una prueba de resistencia así como un motivo sumamente interesante construir un libro para provocar en el lector esa indescriptible sensación de vacío que me transmitían muchos de los libros japoneses que leía. Y he de confesar que me divertí bastante creándolos, lo que me sorprendió. Y me hizo redescubrir la literatura japonesa, de la que quise formar parte de una u otra manera, por lo que El jardín de la señora Murakami no se publicó con mi nombre en Japón, sino con un pseudónimo nipón. Además, empecé a vestir con atuendos propios de este país y a sentir una atracción morbosa por las sheikas que luego protagonizarían varios libros míos —ya lo sabes— como El  gran vidrio y Vigilia Yazuka.

 —ECP: Vaya, compruebo que vuelves a hablar de ti mismo en primera persona.

 —MB: Porque ha habido un instante en que creías que yo era quien imaginabas que era.

 —ECP: ¿Y quién imaginas tú que eres?

 —MB: A veces, siento que soy un escritor, pero la mayoría de las veces Mario Bellatin se siente como un personaje de un libro todavía por escribir, un libro que podría llamarse La risa oscura, en el que el escritor mexicano terminara sus días dirigiendo un monasterio situado alrededor de un frondoso bosque de abedules en el sur de Japón.

 —ECP: ¿Por algún motivo en concreto?

 —MB: Porque esto le hace feliz. Como escribir. O, en ocasiones, fregar los platos o pasear. Y mirar el techo tumbado en mi hamaca mientras acaricio a un loro que me traje de Jamaica. El problema es cuando la escritura se hace un trabajo. Ese es el problema. El estado burgués. Y no tanto el odio y la violencia. Por ejemplo, siento envidia de Franz Kafka cuando confesaba que para él escribir era un tortura, porque esto significa que toda su persona estaba implicada en esta acción y que aunque deseaba dejar de realizarla no tenía más remedio —casi por imperativo divino— que agacharse frente a los folios y pasar el lápiz por encima una y otra vez. Para Franz Kafka, escribir era una tortura, y esto es admirable, porque no había hecho de este ejercicio un trabajo, no se había aburguesado, que es lo que me preocupa realmente. Por eso pienso que escribí El jardín de la señora Murakami, para no aburguesarme. Porque sufrir y angustiarme son sensaciones que me indican que estoy vivo o que Mario Bellatin no es uno de los muchos robots que aparecen en sus libros. Me preocupa la pereza y la abulia —aunque estas al menos son soportables— más que el odio, la fricción o la lucha, que son motivaciones —sí, puede que tortuosas— para continuar escribiendo pese a quien pese. A veces incluso a pesar del mismo Mario Bellatin, quien, cuanto más odia narrar, más atrapado y fascinado se siente por los atributos de una actividad que podría condenarlo al infierno.

 —ECP: ¿Eres consciente de lo que provocas en tu interlocutor o en el lector?

—MB: Hasta cierto punto. Mario Bellatin es un invento creado por un mundo literario ávido de sorpresas, estéril y que tiene como único condimento el vacío. Es por ello que tiene muy en cuenta al lector y al público. Porque en un mundo tan gris, es necesario que haya alguien que lo golpee, lo provoque y le irrite para hacerlo sentir vivo o plantearse determinadas cuestiones que no pasan tanto por lo intelectual —ya lo ha dicho— como por lo sensorial. Mario Bellatin es como esos poetas románticos que morían por salvar la poesía y los libros míticos, mágicos de las culturas legendarias. O una especie de Ali-Babá cuyo cometido fuera cortar uno de los dedos a Scherezade cada vez que ésta le contara una historia que no fuera de su agrado al sultán de Arabia. Pero también puede ser Mario Bellatin un entrenador de fútbol como Cicerón capaz de hacer discursos de mucho relieve. O un hombre que se siente acobardado si le falta uno solo de sus perros o cuando en una conferencia escucha que los asistentes allí presentes rasgan un folio en el que puede haber grabada una frase de uno de sus muchos libros […] En cualquier caso, he de dejar claro que Mario Bellatin no es un actor, pues siente en lo más profundo de su ser que tiene una misión en la vida, escribir, y debe cumplirla, y por ello está dispuesto a dar la vida o a pasar —como ha hecho en tantas ocasiones— más de veinticuatro horas al día escribiendo para después dormir y bostezar, que es lo que, en el fondo, desea que hagan todos sus lectores cuando se enfrenten a sus libros, bostezar de aburrimiento, pues considero que esto es sinónimo de inteligencia, ya que ni siquiera Mario Bellatin sabe a qué se refieren unos libros como los suyos que pueden causar tanto sopor como sorpresa y dolor y conseguir que, durante unos instantes, podamos pasear sin resignación.

 —ECP: Dicho esto, poco te puedo decir. ¿Qué tienes que indicar a aquellos que te consideran un farsante?

 —MB: Que tienen razón.

 —ECP: ¿Por qué?

 —MB: Eso no se puede explicar. Se siente o no se siente.

 —ECP: ¿Y cuáles son tus sentimientos a este respecto?

 —MB: Muy nobles, porque Mario Bellatin respeta todas las opiniones, lo que también le permite decir su opinión allí donde lo considere, aunque moleste, pues uno de mis objetivos es vivir sin resignación.

—ECP: ¿Sabes que me recuerdas mucho a un músico, Javier Corcobado, que respeto y admiro y tiene una gran cantidad de fans en México? Tal vez te gustara escucharlo. Recuerdo los primeros versos de una canción que no comprendo bien por qué me recordaron a ti: «No te puedo entender, amor, / porque llegas a mi vida para quedarte». ¿Cuál es tu relación con el amor, por cierto?

 —MB: A Mario Bellatin no le interesa el amor. Se sintió tan decepcionado tras su última relación con una poeta checa que no desea que le mencionen este tema. En realidad, me extraña la gente que cree en el amor. Yo quiero creer, pero no puedo. Si acaso, la única manifestación que he encontrado a través de la que demostrar que tengo fe en el amor es la literatura. Lo que sí le gusta a Mario Bellatin es experimentar con todo aquello que puede provocar amor o a lo que la mayoría de las personas llaman amor. Tal vez por sus desengaños, le gusta mirar al amor de reojo, indirectamente, como si él no se sintiera implicado en el juego que comprometerse con otra persona implica. De una u otra forma, esto queda bien reflejado en mis libros. Mis últimas relaciones fueron tortuosas y tal vez por miedo a volver a revivir los sentimientos que le causaron decidió que lo mejor era prácticamente censurar este tema en sus libros. Sí. Hay muchos personajes de los libros de Bellatin que tienen relaciones sexuales, pero en la mayoría de los casos es pagando o en base a una relación contractual no explícita que no implica compromiso entre las personas que participan de ella.

 —ECP: Te preguntaba esto en realidad porque tengo entendido que hace no mucho organizaste una especie de exorcismo o performance pública durante una tarde en el parque Chapultepec y debido a que únicamente se pudo visualizar ese día apenas hay información sobre ella. Y se dice de todo. ¿Me podrías indicar en qué consistió?

—MB: Tras su último fracaso amoroso, Mario Bellatin juró no entregarse a ninguna mujer y dedicarse por entero a sus pasiones: la cocina, el automovilismo, la meditación, las artes marciales y la literatura. La performance consistía en el juramento público que realizaba Mario Bellatin de estar cinco años sin tener relaciones con nadie. Una bruja veracruzana le había dicho que si conseguía este logro, encontraría a la mujer de su vida pero debido a su dificultad, el escritor pensó que lo mejor que podía hacer era un juramento público que entregó fotocopiado a todos los presentes y  firmó con su propia sangre. Luego varios brujos danzaron en torno a un Mario que parecía estar sumergido en un trance del que nunca despertaría […] Fue emocionante escucharlo leer con lágrimas en los ojos aquellas palabras en las que afirmaba y aseguraba que no mancillaría su honor y se comprometía a mantenerse casto durante los próximos cinco años. Cuando se subió a su antigua motocicleta Harley Davidson escoltado por los muchachos con los que solía viajar por todo México y partió, muchas de las personas que habían estado presentes en el acto, derramaron muchas lágrimas. Alguna mujer —en concreto, una anciana que había salido de un asilo únicamente para contemplar este acto— lloraba en carne viva y clamaba a gritos por la salvación del alma de Mario Bellatin. Luego le escribió una carta en que le comunicaba que se suicidaría si no lo volvía a ver y que ella también se mantendría durante cinco años casta esperando a unirse con el escritor a quien, en ocasiones, denominaba mi delicioso lapán y, en otras, mi príncipe mágico.

  —ECP: Impactante.

 —MB: Pero algo muy natural en el mundo de Bellatin.

 —ECP: Entonces, realmente, ¿crees que a pesar de tu juventud has creado un universo propio?

 —MB: La palabra joven es una palabra bastante mal entendida, porque la edad no importa en cuestiones artísticas. Importa la visión. Y Mario Bellatin la posee, como el resto de personas. Lo que diferenció, sin embargo, al hechicero mexicano del resto de sus contemporáneos es que él explotó esta visión, él se alimentó de la creencia que los demás poseían de él y que les hacía deducir que tenía un universo propio. En realidad, todos lo tenían, pero pocos estaban dispuestos a abusar de él y desarrollar una personalidad y un mundo —solo en apariencia propio— a partir de lo que se podría denominar —jugando a ser crítico serio— un consenso “social” y “cultural” […] Lo que he hecho y continúo realizando, pero pocos son conscientes de ello, es recabar varios de los conceptos de auto-promoción artística establecidos anteriormente por Andy Warhol y desarrollarlos al límite adaptándolos —obvio— a los parámetros de mi personalidad y esa absurda actividad sin sentido, la literatura, a la que se suele dedicar el escritor Mario Bellatin. Sucede que la mayoría de críticos que se dedican a la literatura o bien no tienen la formación artística suficiente —puesto que únicamente conocen los flecos del estrecho mundo literario— o si conocen a Andy Warhol es de forma superficial. No han penetrado como lo hizo Mario Bellatin hasta el fondo en sus enseñanzas para aprovecharse de ellas y ponerlas en práctica. Mucha gente piensa en Warhol como un excéntrico profeta del arte contemporáneo, pero si fue profeta es porque anunciaba realidades. Me sentiría orgulloso de que alguien pensara que Mario Bellatin fue una de esas realidades que auguraban el principio de una nueva época.

 —ECP: Por esto supongo que a Mario Bellatin le gusta jugar tanto con su imagen y no desprecia, sino que se aprovecha, de los códigos consumistas y capitalistas por los que, aun mínimamente si lo comparamos con otros espacios, también se rige la sociedad literaria.

—MB: Exactamente. Buena definición. El primero que lo intuyó fue Duchamp. Warhol dio un paso más allá. Y yo pienso que Mario Bellatin se encontraría como algunos artistas del pop-disco —véase el caso Lady Gaga y anteriormente Modern Talking o Milli Vanilli— entre aquellos que han empezado a imponer este nuevo estado de cosas a la realidad.

—ECP: Pero, ¿me puedes explicar en qué consistiría exactamente este estado? Más que nada, para aclarar al lector.

—MB: Aunque no es del agrado de Mario Bellatin explicar ciertos aspectos o temas que deberían ser sabidos y conocidos por una mayoría de personas, te diría que ese nuevo estado de cosas se encuentra basado en tres aspectos fundamentales: 1) auto-promoción del artista y su atractiva personalidad sin importar la obra realizada en sí misma, 2) el desarrollo de todo tipo de actos pseudo-artísticos que completan el trabajo del artista y, en ocasiones, lo explican, lo redefinen o son más importantes que éste y el tercero es un secreto. Lo ha de descubrir el aprendiz de artista por el camino, pero es muy personal. Cada uno ha de encontrarse con este último aspecto por sí mismo o volver a estudiar a Andy Warhol, pero te diría que es dependiendo de cómo enfoques este último punto que conseguirás o no el éxito. Si lo comprendes y lo sabes utilizar, ya es tuyo. Te lo puedo confirmar.

 —ECP: Suena bien. Centrándome en esta última parte de tu discurso, y ya terminando, ¿tú consideras que has alcanzado el éxito?

 —MB: Vivo de la literatura. No es tan común como parece. Y lo más importante es que cuando me acerco a la Escuela que dirijo en el Distrito Federal no tengo que tratar con escritores sino con clowns, fotógrafos o corredores de medio fondo. Más que éxito, te diría que siento alegría por haberme podido fabricar y construir una vida lejos de los parámetros considerados como normales. Muy lejos.

 —ECP: En cierto sentido, toda tu personalidad, como tus libros, está demasiado lejos de estos parámetros, por lo que es bastante normal lo que comentas. Lo que no es tan usual es lo que te comenté antes: que hayas conseguido o al menos dado la imagen de haber construido un mundo a tu alrededor a tu imagen y semejanza. Por cierto, ¿y qué me puedes indicar de aquellos cursos que organizas de tanto en tanto en que varias personas se reúnen para construir un libro?

—MB: Es otra más de las dimensiones que ha desarrollado Mario Bellatin alrededor suyo. Y, en realidad, otra de las facetas a través de las que está intentando atacar y acabar de una vez con el concepto “romántico” de la literatura que todavía impera en general en todos los ámbitos —universidad, librerías, lectores, críticos— relacionados con este campo. Intento crear un texto entre personas anónimas que no se conocían previamente y tal vez tengan escasos conocimientos literarios. Se trata de demostrar que no existe la “musa” y que lo importante es el trabajo, que con trabajo todos podemos crear textos literarios más o menos válidos que luego, sí, habrá que pulir o desarrollar con fantasía e imaginación pero que, en esencia, ya son legibles e incluso publicables. Todos los días se trabaja durante horas y horas una idea. Cada uno de los discípulos que participa en el ritual ha de trabajar durante varios días un texto cuya extensión no sea mayor de dos páginas. Mario Bellatin intenta, en primer lugar, —y para ello da consejos, ideas y realiza correcciones— que todos los participantes en la celebración tomen conciencia de que si trabajan un texto durante horas y horas, el resultado probablemente será bueno, porque la literatura depende más del trabajo que de la inspiración […] En este sentido, no importa tanto el tema del libro sino la visión desde la que se desarrolla. Como para la realización final, es necesario que todos los participantes adapten sus escritos a los de otros —como si fueran una orquesta musical— para dar armonía y relieve al concierto. El director Mario Bellatin apenas es aquí una voz neutra que fustiga la conciencia de los violinistas o golpea al contrabajo y las coristas para que el espectáculo cinematográfico pueda ser disfrutado y asegure un mínimo de calidad […] Para Mario Bellatin es una actividad bastante reconfortante porque le permite tomar contacto con la realidad de la calle. Salir del castillo en el que vive, medita y realiza sus entrenamientos en Viena y reencontrarse con el pueblo y el público real que, de una u otra forma, siempre nos permiten la regeneración. Es como una cura de desintoxicación del tabaco.

ECP: Bueno. Finalmente, decirte que ha sido un placer. Estoy muy satisfecho con los términos en que se ha realizado esta entrevista. Tan sólo una cosa más. Últimamente estuve introduciéndome en tu facebook y me reí mucho con tus entradas.

En muchas de ellas apareces como un monstruo rabioso y feroz que odiase a la cultura española. La acusas de poseer un lenguaje muy poco compacto y, por tanto, difícil de utilizar -a diferencia del inglés- para un escritor, de haberse creído -como país- que formaba parte del primer mundo y, por ejemplo, celebras la independencia de México no tanto por la liberación de muchos de tus compatriotas sino más por lo que esto pudo suponer de afrenta y humillación para el orgullo de los españoles. No creo que merezca la pena contestarte porque es lo que buscas -además de, supongo, utilizando las premisas de Warhol, volcar la atención en ti- ni por supuesto enfadarse. Tú puedes considerarte como quieras. Pero no creo que puedas introducirte en el mercado anglosajón. Y, sin embargo, en España estoy convencido de que tu público va a crecer y te será fiel. ¿Qué consigues con todo esto?

—MB: Las palabras tienen una carga emocional contra la que Mario Bellatin lucha. Él aspira a no transmitir, a no dar significados. Prefiere lógicamente provocar interrogantes que respuestas. Creo que mejor contestación no puedo darte. Siendo clemente.

 —ECP: O justo. Como Carlos V.

—MB: Únicamente puedo decirte que las palabras despistan demasiado y yo intento que sean lo más certeras posibles para inquietar. Depende del receptor su reacción, no de mí, porque yo ignoro aquello que quiero decir. Mario Bellatin únicamente señala aquello que consideraba que debía expresar, sobre todo porque nadie lo hace.

—ECP: Eso es muy interesante.

 —MB: Es como la atracción que sienten muchas personas por mis libros o la personalidad de Mario Bellatin. Parecen fascinados e interesados en conocerme, pero también se ofenden cuando escuchan las palabras que el escritor dice. Esto puedo entenderlo, pero no lo comparto, porque si se enfadan es que no han comprendido al escritor ni su obra, aunque esto no significa que yo no sepa quiénes son ellos. Porque Mario Bellatin está convencido de que todos los que se acercan a él lo hacen por determinados motivos ocultos, latentes, que él refleja sin pudor. Por ello nunca diferenció entre personas que lo admiraban o lo detestaban, porque todas ellas eran Mario Bellatin y estaba convencido de que se interesaban por su literatura o la repudiaban por un motivo oculto que nunca confesarían a nadie, ni siquiera a sus hijos o esposos. Siempre pensé que mi literatura era una especie de prostíbulo en el que todos podían introducirse y disfrutar, podían vivir sus fantasías. No me parece justo que luego pretendas que estas no han existido. Yo no las voy a decir, no es mi tarea, pero antes o después aparecerán en tu vida, porque soy el espejo para que pongas a prueba tu salud mental y en qué consiste tu enfermedad. Mario Bellatin no existe. Yo no soy nadie. Que quede esto claro o confuso, nunca dependió de él. Es tarea tuya. Vuestra. Yo ya he entregado demasiado amor.

 —ECP: De eso no tengo dudas. Shalam

القافِلة تسير والكِلاب تنْبح

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Autor: Alejandro Hermosilla

Mi nombre (creo) es Alejandro Hermosilla. Amo la escritura de Thomas Bernhard, Salvador Elizondo, Antonin Artaud, Georges Bataille y Lautreamont.

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