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La cara

Abr 27, 2016 | 0 Comentarios

Si Édouard Levé estuviera vivo

En los últimos meses han muerto mi artista favorito de todos los tiempos -David Bowie- dos de los músicos que más amaba -Prince y Lemmy Kilmister- y la persona que más admiraba de la historia del fútbol -Johann Cruyff-. Pero también han nacido tres niños con los que, dentro de dos o tres décadas, conversaré en las proximidades de un monasterio budista, un humorista que hará crujir mi estómago de risa y una muchacha que salvará de morir de hambre a dos vagabundos. Durante estos últimos tiempos, también me he peleado con mi casera a gritos, han hospitalizado a mi madre, he deseado la muerte a un artista manco y a otro tuerto, he ansiado que el mundo estallara varias veces, he perdido un juicio importante, casi trascendental, me he quedado mirando fijamente a un lagarto por varios minutos, he descubierto que personas que creía que eran honestas no lo eran tanto, he regalado flores a una mujer, he escupido imaginando que la saliva caía en el rostro de una anciana, me he visto absolutamente solo cuando iba a realizar una mudanza y nadie contestaba mis llamadas, he soportado las miradas de desprecio de personas que acuden a reuniones espirituales, me he alegrado con el mal ajeno, he juzgado con encono a mis semejantes, he sido sometido a la indiferencia de presentar proyectos artísticos y que no se molesten en responderme ni tan siquiera con un no, he negado limosna con un violento silencio a personas necesitadas, me han leído las líneas de la mano, he recibido una carta en la que me confirmaban que mis títulos universitarios no serían homologados, me he preguntado qué sentirían los perros al follar, no he puntuado con justicia a ciertos alumnos, he llorado de dolor y abandono, he asesinado a un insecto que se estaba ahogando en mi vaso de leche, me han cerrado las puertas de un torreón en cuya empalizada iba a presentar Martillo, he mentido varias veces, no he aprendido a conducir mejor y he comprobado, ya casi sin asombro, cómo el partido político cruel y sádico que gobernó mi país durante los últimos años, fue el más votado en las últimas elecciones.

Durante los últimos meses, acudí a varias reuniones en las que, casi con actitud zen, escuché los discursos de un abogado que, supuestamente, debía protegerme y orientarme y no ha hecho más que engañarme, hablé mal, casi con crueldad, de las camareras que me sirven en el restaurante donde habitualmente como, soñé que los mexicanos eran hormigas encerradas en un gigantesco palacio de chocolate, realicé una presentación de Martillo en la que hice una pésima performance como actor, envié una carta destructiva a un gran amigo, fantaseé con contemplar en un espejo mi cabeza decapitada sobre la silla de un verdugo, volví a pasar otra Navidad sin la compañía de mi madre, conocí a un poeta loco fascinante en la playa, comí carne a escondidas, me desperté con un dolor de oídos inquietante, soñé que era un pato y nadie me entendía al hablar, tuve una cita sexual que a punto de llegar a su clímax no se concluyó, he sido despertado en mitad de reparadoras siestas por vendedores, he sido mordido por un perro al que gustosamente daba los restos de mi comida, he visto personas pelearse por una monedas, no he releído Los cantos de Maldoror, he sentido como una losa sobre mi rostro tanto mi egoísmo como el de los demás, he incumplido demasiadas veces las promesas que me había hecho a mí mismo, me he convertido en un torbellino de inseguridad, he destrozado dos ventanas haciéndome una herida profunda en la mano izquierda que, por alguna razón oscura, me jacto de que no haya cicatrizado todavía, he perdido el contacto con las personas más queridas e importantes que conocía en México, me he masturbado sobre las páginas de un ejemplar roto de Martillo, y hasta me he reído en voz alta.

En cualquier caso, no siento que la vida haya sido excesivamente injusta conmigo ni yo con ella. Continúo respirando. No he pasado hambre. Estoy vivo. Río. A veces creo que me matarán y otras que me suicidaré. Y todavía hay peces en los lagos y animales rabiosos en el bosque.

Además, he leído todos los libros que he podido y he continuado escribiendo novelas y averías a mi ritmo. Eso sí, no suelo rezar mucho. No acostumbro a orar ni a desear el bien ajeno como tampoco suelo masturbarme, rascar mi pecho, ladrar, tomar café o buscar pelea. En realidad, eso sí, creo que voy a poco a poco entendiendo cuál es mi misión en la vida: seguir escribiendo, beber agua, comer, asearme, dormir y volver a despertarme para tener el privilegio y fortuna de ser testigo de la muerte lenta de las personas que me hicieron daño o bien observar con precisión sus ojos de satisfacción cuando lo haga yo. Shalam

مُّ الْجَبَانِ لاَ تَفْرَحُ وَلاَ تَحْزَنُ

Los cobardes acusan a la espada de no tener filo

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Autor: Alejandro Hermosilla

Mi nombre (creo) es Alejandro Hermosilla. Amo la escritura de Thomas Bernhard, Salvador Elizondo, Antonin Artaud, Georges Bataille y Lautreamont.

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