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Kriegshymnen

Feb 1, 2022 | 2 Comentarios

Dejo a continuación la séptima reseña del libro Los 100 mejores discos del Siglo XX. En este caso, dedicada a Kriegshymnen de Cuib. La próxima semana me ocuparé del puesto 93 en esta lista: Dissatisfaction de The Prisioners.

Quien desee por cierto saber más del proyecto puede pinchar en el enlace siguiente:                           

http://www.averiadepollos.com/los-100-mejores-discos-del-siglo-xx/

Y quien quiera leer la reseña anterior puede hacerlo aquí:

http://www.averiadepollos.com/many-hands/

Si alguien se anima, asimismo, a leer este texto con música, le recomiendo hacerlo escuchando «Männer» de Herbert Grönemeyer.  

94. Cuib:  Kriegshymnen. (1975)

Hoy en día, aún resulta sorprendente cómo un muchacho rumano, Mihai Ciobanu, (camuflado bajo el sugerente seudónimo de Cuib; el nombre de un pájaro rebelde que protagonizaba su cómic favorito) fue capaz desde su habitación, en soledad, y con tan sólo un ordenador portatil y unos sintetizadores de engendrar un disco lleno de melodías que serían tatareadas por millones de personas conforme el imperio germano-nipón caía y decenas de países se iberaban de su yugo.

Sin embargo, como Ciobanu se encargó de indicar en repetidas veces en los cientos de entrevistas que le realizaron mientras recorría medio mundo interpretando sus composiciones frente a un público entregado, no existía excesivo misterio en su éxito.

Su familia disfrutaba de una posición acomodada. Aunque se encontraban en su contra, poseían el carnet nazi que les mantenía a salvo de las distintas purgas estalinistas contra los rebeldes apoyadas por el presidente rumano Constantin Stoica. Su padre era un reputado técnico informático. Y le había regalado todo tipo de máquinas desde que era pequeño gracias a las que se había familiarizado con diversos programas de composición musical. Por otra parte, su madre era la propietaria de una tienda de instrumentos entre los que destacaban los sintetizadores ultramodernos procedentes de Alemania o los famosos simuladores de guitarra y bajo japoneses. Así que, desde niño, pudo dedicarse a explorar pacientemente todas las posibilidades musicales que la tecnología ofrecía. Instruyéndose, por ejemplo, en el manejo del exuberante programa de sampleado musical fabricado por Nikoto o la máquina rítmica frecuentemente utilizada por los artistas trok germanos. 

Posterioremente, durante casi tres años, compaginó sus estudios en el Conservatorio musical de Bucarest con su profunda inmersión en las posibilidades sonoras que le proporcionaban los ya mentados ordenadores y máquinas. Y esta afición casi obsesiva por la música unida al ambiente bélico y al afán libertario que se respiraba en la Europa del Este (donde existía un ingente mercado negro de distribución de obras de arte) ante la inminente caída del régimen germano-nipón, hicieron el resto. Ayudándolo a convertirlo en un icono de la nueva era. 

Sin embargo, si bien tanto su particular biografía como la actitud humilde de Ciobanu permiten vislumbrar con bastante claridad el germen de su obra, no explican desde luego ni la magia ni la rotundidad que caracterizan a las doce canciones que forman parte de KriegshymnenUna sinfonía de alegría hedonista de la que medio mundo se encontraba necesitado. Un maremoto de himnos pegadizos y bailables que se introducen a la primera en el cerebro humano y ya no lo abandonan más sometiéndolo al ritmo de sus estribillos y melodías.

Difícil es destacar un tema entre los doce compuestos pacientemente y con alma de ingeniero u orfebre durante varios años en silencio por Ciobanu. Todos ellos forman parte ya de la memoria colectiva de la humanidad y si no los hemos escuchado en su versión original, nos los hemos encontrado como música de fondo de anuncios comerciales, sintonías de algunos de nuestros programas deportivos favoritos o en el transcurso de multitud de documentales que se han atrevido a conceder un testimonio fiel y digno de aquella época.

Dicho esto, y por citar tres canciones del disco, difícil todavía -a pesar de haberla escuchado en decenas de ocasiones- no rendirse a «Geheime Kriege».  A ese bajo rimbonbante que da entrada a unas notas de teclado galáctico que elevan directamente a épicas las dimensiones de una melodía única cuyo potente estribillo fue coreado por cientos de soldados borrachos en las capitales de medio mundo cuando la derrota del imperio germano-nipon era un hecho. Como, asimismo, es imposible no mencionar el mayor hit extraído de Kriegshymnen: «Melissa». Una canción en la que Ciobanu logró plasmar el deseo de multitud de hombres por besar a sus parejas en paz y sin miedo a un futuro estremecedor. Y, por supuesto, resultaría imperdonable olvidar ese inmenso tema, «Freiheit für alle», que hermanó a cientos de personas que lo cantaron con la mano alzada y el corazón en un puño emocionados porque ya se veía el final del túnel oscuro en que la humanidad en su conjunto se encontraba encerrado.

Todos hemos bailado y tatareado en alguna ocasión algún tema de Kriegshymnen. Un hecho que por sí mismo hace a este disco patrimonio de la humanidad; una obra que forma parte de nuestro inconsciente colectivo y que hubiera habido que inventar de alguna forma si no hubiera existido. Porque supo conectar con la rabia y desesperación del pueblo pero también con su alegría. Supo ensamblar armónicamente refritos de cultura popular con ciertos tics de la más elevada adaptando su lenguaje a todos los públicos que se vieron reconocidos en sus canciones inmortales, imperecederas.

Tan potente de hecho fue el impacto producido de Kriegshymnen que no resulta aventurado proferir que acabó con el talento creativo de Cuib. Quien, sometido a extenuantes giras donde era celebrado como héroe global allí donde aparecía, nunca más halló el sosiego necesario para continuar por la buena senda su trayectoria musical como lo dejan claro el continuista Hymnen des Friedens y el  deslavazado Jede Musik. Errores que no obstante no pudieron opacar la grandeza de aquella primera obra esencial para comprender y gozar de los ritmos que dejaron su huella a lo largo del siglo XX. 

No me gustaría terminar esta reseña no obstante sin aludir a un hecho relevante relacionado con Kriegshymnen que tiene que ver con su famosa portada reproduciendo un lienzo de Victor Brauner sobre Adolf Hitler. Un diseño que es necesario aclarar que no se corresponde con la portada original. Puesto que la célebre cubierta fue prensada (y a partir de ese momento popularizada mundialmente) justo un día después la decapitación del Führer en la Puerta de Branderburgo. La original era lógicamente mucho más minimalista para evitar todo tipo de censura. Shalam

الفن عديم النفع ، لكن الإنسان لا يستطيع الاستغناء عن ما هو عديم الفائدة

El arte es inútil, pero el hombre es incapaz de prescindir de lo inútil

 

2 Comentarios

  1. andresrosiquemoreno

    1ºimagen…..la oreja izq asa de taza………..
    2ºimagen…..el grito(1893) de edvard munch…….
    3ºimagen……que hacen estos dos con los aparatos de sonido…….
    4ºimagen……ordenador ibm…….personal computer vertical……
    5ºimagen…..disco cutre lumpen…………
    6ºimagen…..algunos disco-pub como este ponian tela metalica para que el personal chocara con ella y se electrocutaran…jajajjj……epoca punk….no sabian lo que hacian…….
    7ºimagen……la oreja izq asa de taza……redondo…..
    PD1….https://www.youtube.com/watch?v=VRhbDprEPug….pretty trix…elia bastida with sant andreu jazz band
    esto los «cebollinos» alemanes de 1927-28 decian que era degenerado, vaya tela!……
    PD2…https://www.youtube.com/watch?v=IKlQu-557uQ….mira a este lonnie johnson que saborazo de cantante
    …tambien degenerado…sonrisa…..(stormy weather)….

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    • Alejandro Hermosilla

      1) La tortura de la autoridad. 2) Retrato naif del holocausto atribuido a Anna Frank. 3) de la boca del chico sentado emerge un pie de micro que parece una pata de una rana gigantesca y delgada. 4) Computadora apagada tras jugar al mítico juego pong. 5) Discoteca de ciudad. 6) Discoteca de pueblo. 7) La tortura de la autoridad. PD1: Buenísimo la ella Bastida. La grabación. El Swing. todo. PD2: Buento también este degenerado. Sin dudas.

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Autor: Alejandro Hermosilla

Mi nombre (creo) es Alejandro Hermosilla. Amo la escritura de Thomas Bernhard, Salvador Elizondo, Antonin Artaud, Georges Bataille y Lautreamont.

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