El primer disco de Dexys Midnight runners, Searching for the young soul rebels, mantiene intacto su carisma en el tiempo. Algo lógico porque es una obra instantánea. De esas que parecen haber sido grabadas en vivo y en directo y en una sola toma. Un cruce mágico y alocado entre el soul y el jazz con un cierto aroma decadente que la sitúa cerca del post-punk y el revival mod. A mitad de camino de decenas de lugares y en primer plano de la música de baile orgánica. Esa en la que el saxofón ejerce de sintetizador y el trombón de caja de ritmos. De estimulante sexual.
La banda de Kevin Rowland y Kevin «Al» Archer estaba obsesionada hasta tal punto con la estética y la política que parecía un grupo de obreros. En su primera etapa, por ejemplo, su aspecto era similar al de los estibadores. Trabajadores con las manos rugosas dispuestos a quemar unos cuantos coches y quebrar cristaleras antes que dejarse manipular por las propuestas de Margaret Tatcher. Y por eso, podían confundirse perfectamente con albañiles o trabajadores portuarios. Una actitud que se extremaría en sus posteriores etapas haciéndoles protagonizar distintos cambios de atuendo (se rumorea incluso que Rowland no permitía ducharse a sus músicos varios días antes de las fotos de promoción para intensificar su aspecto) que se corresponderían con los virajes creativos de una banda muy difícil de clasificar. Marcada por un deseo de experimentar y una voluntad de provocación que no obstante, no terminaba nunca de opacar su faceta bailable. Esa que convertía sus conciertos en pogos desde el primer acorde e hizo que miles de jóvenes occidentales desplazasen su atención de los movimientos pélvicos de Travolta a los de Sam Cooke, Major Lance y un sinfín de minoritarios crooners negros de los 60.
Searching es un disco lleno de clásicos. De temas tocados por la varita mágica. De esos que hacen olvidar penas e invitan a mover los pies y beber alcohol sin freno. Pero aun así, es muy cerebral. Posee ciertos aires intelectuales que convierten esta sesión de baile en un reflexivo maremoto. Una obra elegante, adictiva y canalla que, a pesar de ser muy selectiva y meditada y poseer un toque vintage muy acusado, puede gustar a todo tipo de públicos. De hecho, su inteligencia y mezcolanza son tan amplias que estoy prácticamente seguro de que podría poner de acuerdos a mods y rockers y conseguir que ambas tribus urbanas danzaran sin medida en pequeños clubs al ritmo de sus cálidos temas. Esas explosivas canciones que por momentos incluso se aproximaban al ska y podían escucharse perfectamente en medio de una revuelta callejera o acompañando los besos de jóvenes enamorados, cuyo aroma a clásico antiguo hacía ideales para sonar en una vieja radio o en uno de esos jukebox cuyos sonidos acostumbran a acompañar partidas de billar y poker y miradas furtivas.
Searching es furia y lírica. Un disco poético que, a pesar de la ucronía temporal, podría aparecer perfectamente en una novela de D.J. Salinger. Un disco violento. Un disco hipnótico. Una obra que miraba tanto el pasado que acabó convirtiéndose en emblema del futuro. Porque, en realidad, era ambigua. Era contestaria y hedonista. Sensual y trágica. Ninilista y optimista. Visceral y muy meditada. Y, ante todo, se encontraba llena de melodías avasalladoras, entrañables y salvajes que podían sonar tanto en un cumpleaños adolescente plagado de jóvenes deseosos de desvirgarse, en un bar de París lleno de existencialistas o en los camiones y barcos de militares. Pues, al fin y al cabo, Searching es orgullo y violencia. Elegancia y destrucción. Nostalgia y presente. Es una obra visceral que convirtió al soul de los sesenta en un acontecimiento diabólico. Pura mitología pop. Documental épico. Es, sí, una novela de Dickens ardiendo de furia, rabia y deseo sexual. Una bella borrachera de arte sensual y callejero. Orgullo tanto de chulos de barrio como de dandys. Shalam
من تسمّع سمِع ما يكْره
Es mejor salir de la ratonera que degustar el queso
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