Dejo a continuación un nuevo avería dedicado a John Lydon y sus deseos de presentarse a Eurovision. El cual recomiendo escuchar con el tema que ha grabado especialmente para la ocasión: «Hawaii».

Hawaii

Alguien me dijo que John Lydon deseaba presentarse a Eurovision como representante irlandés. Sí, el mismísimo Johnny Rotten había grabado una mediocre balada con la que pretendía conquistar los corazones del público y del correspondiente jurado para poder aparecer en el mes de mayo encima del más kitsch de los escenarios. Obviamente, la noticia me dejó un poco sorprendido al principio. Aunque no duró mucho el golpe. Más que nada porque rápidamente sentencié que, actualmente, en el mundo posmoderno, pocas cosas pueden ser más punk (un movimiento, recordemos, destinado a no perdurar y a ser engullido por la fiebre del tiempo) que el hecho de que el mayor icono nihilista escupa contra su leyenda y su propio legado con tanta frivolidad.

Al fin y al cabo, Lydon es adicto a la fama. O más bien, digamos que le gusta ser el centro de atención de todas las miradas de tanto en tanto. Desde muy joven se acostumbró a recibir escupitajos en los escenarios e insultos y adjetivos denigratorios desde todas las plazas. Para Lydon, ser tachado de mamarracho o energúmeno no es tanto una afrenta como un biberón para su ego. Lydon y sus compinches, de hecho, llevaron a otra dimensión el dicho «que hablen de mí aunque sea mal». Una sentencia muy bien aprendida que continúa explotando al límite. Porque, aunque en sus declaraciones confiese que el tema está dedicado a honrar a su mujer y su lucha contra el Alzheimer, todos sospechamos o intuimos que esa buena intención no es más que la coortada necesaria para desembarcar en las televisiones en horarios de máxima audiencia, romper los prejuicios de la sociedad bien pensante y aspirar de nuevo a vivir un momento de gloria. Ese instante de éxito total ya imposible de conseguir con los discos de PiL y que sólo podría obtener resucitando a los Sex Pistols de nuevo.

¿Alguien puede creer que a Lydon le importa lo que piensen los viejos punks («¿queda, de hecho, alguno?»)? Lo que creo que le molesta, repito, es que no hablen de él. Pienso que, en realidad, las críticas destructivas a su canción son gasolina para su cerebro. Un motor vital. Una razón para seguir vomitando, destruyendo, levantándose parecida a sus delirantes, frecuentes participaciones en realities shows. Porque a Lydon lo que le gusta es epatar. O más bien, se encuentra tan acostumbrado a ello que es capaz de hacer cualquier cosa con tal de no dejar indiferente.

En realidad, la canción con la que pretende presentarse a Eurovision parece un decadente descarte de un disco de Pet Shop Boys o de una nimia estrella pop. Lo lógico sería escucharla en un supermercado a la hora de comer. A esas horas en las que apenas hay unos cuantos clientes despitados recorriendo sus pasillos. Aunque he de reconocer que, con las horas, me ha terminado gustando y no la percibo tan mala como al principio, lo normal sería, por tanto, que todos la olvidáramos al instante de escucharla. Pero probablemente termine trascendiendo porque su grabación demuestra que Lydon no ha perdido punch. Que sabe dónde está el negocio y el escándalo. Y, sobre todo, es consciente de que, grabando discos respetables (ese el signo de estos tiempos) no va a otro lugar que al olvido. Un ignoto abismo en el que nunca desearía adentrarse alguien para el que las críticas y los insultos son, en cierto sentido, elogios y bendiciones y necesita seguir rompiendo mentes e ideas preconcebidas con sus palabras y ocurrencias. Shalam

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