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Fiume

Ene 29, 2022 | 2 Comentarios

 

Hace unas semanas leí Fiume. Una novela de Fernando Clemot centrada en un alocado y excéntrico (a nuestros ojos actuales) evento histórico protagonizado por el escritor Gabriele D’Annunzio. Quien, en septiembre de 1919, junto a un puñado de militantes afines a su credo, invadió ilegítimamente la ciudad de Fiume (actualmente, la croata Rijeka) reivindicando los derechos italianos sobre esta urbe que su país se disputaba con la futura Yugoslavia tras la Primera Guerra Mundial.

El libro de Clemot deja muy claro lo mismo que expone Julián Elliot en un artículo de La Vanguardia. Que D’Annunzio estableció allí «un régimen que, sin ser exactamente fascista, iba a señalar el camino al partido de Mussolini, aún en formación. Muchas señas de identidad de la ultraderecha italiana, desde parte de sus ideas autoritarias, elitistas e imperialistas hasta el saludo a la romana, se copiaron de esta andanza de D’Annunzio, no en vano recordado como el primer Duce».

La novela de Clemot (narrada desde el punto de vista de un antiguo corresponsal del New York Tribune) me ha servido no sólo para conocer este hecho que, aun siendo célebre para historiadores y el pueblo italiano en general, yo al menos desconocía totalmente, sino también para realizar una serie de reflexiones que dejo a continuación. Ahí van.

Fiume

Tengo la impresión de que el fascismo italiano estaba lleno de nostalgia y odiaba el presente. Los italianos miraban con ira  su reciente pasado. Esos barcos que habían conducido a buena parte de su población hacia América buscando un fructífero destino que su país no le podía proporcionar. Sin embargo, ellos eran  resultado de la Roma Imperial. De siglos de elaborada cultura. Sus iglesias, catedrales y museos se encontraban repletos de tesoros artísticos de diversas épocas que harían fruncir el ceño de envidia a cualquier Dios. Así que, por activa o por pasiva, con razón o sin razón, debían recuperar su posición privilegiada en el mundo.

Su fascismo fue fruto del resentimiento. Un intento desesperado para alzarse con el mando. Imponer nuevas reglas que hicieran justicia a su legendaria historia. Mussolini y antes D’Annunzio no clamaban tanto por un resarcimiento social sino que anhelaban una victoria sin importar el contenido de la misma. Si es posible, un triunfo con el menor esfuerzo posible. Por el mero hecho de ser italianos. Algo que, dada su impotencia, la pérdida de poder militar e influencia política del país transalpino en relación con otras emergentes potencias, provocó todo tipo de delirios y sobreesfuerzos en los sobreexcitados invasores de Fiume que quedan magníficamente reflejados en la novela de Clermot. Cuyo narrador rememora hechos que no dejan de provocarle estupor y sorpresa por más que, debido al paso del tiempo, en apariencia debiera tenerlos asimilados.

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Según creo, existía un consumo muy elevado de cocaína en la filas de los acólitos de D’Annunzio. En Fiume, la cocaína era (casi) tan popular como el tabaco. Algo que no me extraña teniendo en cuenta los efectos de esta droga. La propulsión del ego que realiza. El empuje que da a las fantasías megolamaníacas. Un cocainómano se cree capaz de realizar el triple de actividades de las que en verdad puede hacer y obtiene momentáneamente una visión de sí mismo idealizada que provoca una euforia incontestable.

Los protofascistas que invadieron Fiume se sabían internamente vejados. No es que no estuvieran de acuerdo con el reparto de tierras tras la Primera Guerra Mundial (que también) sino que, ante todo, desconfiaban profundamente de sí mismos. Muchos eran dechados sociales. Excrementos políticos y humanos. Oportunistas sin méritos humanos necesitados de un golpe de efecto para congraciarse consigo mismos y con el mundo. La invasión de Fiume se la dio en parte. Y la cocaína terminó de proporcionarle la imagen de sí mismos que deseaban tener.

Si su temeraria acción les provocó algunas dudas, la cocaína las erradicó completamente. ¡El pueblo italiano recuperaría su esplendor perdido! ¡Saldría de su postración!

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El amor al uniforme fascista no tiene sólo un sentido de orden y marcialidad. En realidad, revisando las fotos de D’Annunzio y muchos de sus prosélitos se detecta rápidamente que gran parte de ellos no era un dechado de belleza física. Algunos eran contrahechos y tenían kilos de más. Nada que objetar, claro, de no ser por sus altas exigencias estéticas y sus deseos de formar parte de una raza o grupo superior.

A este respecto, el uniforme no sólo (valga la redundancia) uniformaba y daba coherencia y consistencia al grupo. No sólo era un estandarte que provocaba respeto sino que borraba defectos. Transformaba a hombres vulgares en soldados. Símbolos del orden temibles a los que se les justificaba todo: violaciones, insultos, alcoholismo, violencia, etc..

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Fascinantes por cierto los pasajes dedicados a los caballos en la novela de Clermot. Dignos de un enjundioso ensayo sobre la guerra y la utilización de los recursos escuestres en ella.

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El fascismo tenía algo místico que entiendo que pudiera enganchar a las multitudes. Esto es; su visión del presente. El fascismo aspiraba a imponer en el futuro las condiciones de un pasado idealizado. De un cielo heroico. Y para realizar este descomunal deseo tenía que volcar todas sus fuerzas no sólo en gestos más o menos superfluos sino en el presente. Odiaba tanto el presente que su mayor deseo era modificarlo. Creo que ahí radica una de las grandes victorias del fascismo: conseguir volcar la atención sobre el momento actual. Hacer del día un día un reto. Un momento de necesaria superación para imponer el destino de la raza.

Llegados a un punto, el fascismo es combate, lucha. Una imposición continua que (como los grandes místicos) obliga a poner la vista en el aquí y ahora. Prestar atención a cada segundo. Con el fascismo, (al menos mientras irrumpe) los días cotidianos no existen. Sólo los históricos. Y cualquier gesto es trascendente. Desde un saludo hasta un eructo. Todo colabora con el asentamiento de los hombres-dioses.

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Hay algo cómico en D’Annunzio. Algo excéntrico. Una de sus novelas se llamaba El placer. Y creo que en gran medida ahí se basa su atractivo. En que era un hombre que no seguía aparentemente las normas. Las fabricaba. Las construía. Y prometía un nuevo paraíso político sin demasiado esfuerzo. Más centrado en el placer que en el trabajo aunque fuera obviamente consciente de que para llegar a ese cielo había que realizar locuras y heroicidades incompatibles con el sentido común.

D´’Annunzio no sólo mentía. También creía sus mentiras. Y eso lo convirtió en un líder irresistible. Un seductor que ni en sus peores momentos perdió ciertos encantos. De hecho, su años de decadencia coincidieron con el lento ascenso del movimiento que ayudó a erigir gracias sobre todo a su capacidad de unificar contradicciones. A la manera en que su personalidad se afirmaba en medio de todo tipo de mareas de tal modo que la realidad parecía responder a su voluntad y no al revés.

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Leer Fiume me ha hecho recordar aquello que respondió Samuel Johnson cuando se le preguntó qué placer podía encontrar el hombre al convertirse en bestia. El poeta británico contestó: «El que se convierte en bestia se deshace del dolor de ser hombre». Shalam

يمشي الكسل ببطء شديد لدرجة أن الفقر سرعان ما يلحق به

La pereza anda tan despacio que la pobreza no tarda en alcanzarla

2 Comentarios

  1. andresrosiquemoreno

    1ºimagen…..el que va detras no puede beber agua de la cantimplora, desafia la ley de la gravedad…»el gran dictador»… chaplin….1940….
    2ºimagen….actor japones «mifune»….jajajjj
    3ºimagen…..buñuel en «el discreto encanto de la burguesia»..1972…hubiera dicho que esos sombreros le parecian «afeminados»……(al igual que el de napoleon )……sonrisa….
    4ºimagen…..sera posible, y ese sin llegar todavia……..
    5ºimagen…..horror a los uniformes……….
    6ºimagen…..y despues del «postureo» todos se van marcahando, solo queda «el cayado»…..(magnifico ejemplo de «minimal art»………..
    PD1…..https://www.youtube.com/watch?v=us3Kgy52XAg…amarcord theme…nino rota…1973….
    PD2….https://www.youtube.com/watch?v=sb9Vk3cxCUs…..escena del avion….chaplin….

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    • Alejandro Hermosilla

      1) Collage moderno. El conductor es el escritor Mario Bellatin y el pasajero Antoine de Saint-Exuspery. Performance sobre el accidente del autor de El Principito. 2) Librerías como castillos. Los libros como barreras. Acá cada libro ejercería de ladrido de una fortificación grande. 3) Aquí la estrella de la foto es el hombre de atrás que mira a la cámara asombrado. Sobre esto podría hacer algo interesante Woody Allen en Zelig. 4) Parece franco con sus tropas. 5) El origen de los dioses. Precuela del filme de Visconti. 6) Foto de mili pasada de rosca. Los generales y comandantes se emborrachan con las tropas. No hay respeto por las costumbres. PD: Buenísima la escena del avión… podría combinarse perfectamente con el Amarcord de Rota.

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Autor: Alejandro Hermosilla

Mi nombre (creo) es Alejandro Hermosilla. Amo la escritura de Thomas Bernhard, Salvador Elizondo, Antonin Artaud, Georges Bataille y Lautreamont.

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