Terminé ayer por cierto El malogrado. Y no puedo más que aplaudir y aplaudir. A veces, creo que Thomas Benhard es capaz de dejar en ridículo a la mayoría de narradores de su tiempo. Esas frases tortuosas, hierros que se clavan en la piel de los lectores hasta hacerlos sangrar, son realmente impresionantes. Sólo pueden brotar de la mente de un iluminado. Una inteligencia salvaje y feroz que descuartiza a los personajes y medio mundo. Quedará para siempre grabado en mi memoria el recuerdo de otro de esos tortuosos personajes construidos por el autor austriaco: Wertheimer. Un músico angustiado, sin esperanza, aniquilado por la vida, cuyos últimos días se reconstruyen en una escena final espeluznante.
Bernhard es realmente demoledor. Es capaz de carcajearse en medio de la molicie y el delirio. Es el escritor del exterminio. Un escritor sin consuelo. Un sátiro que hace aún más amplia la sombra que se cierne sobre este mundo en ruinas y sin esperanza. En la obra de Bernhard, los lobos devoran los cuerpos de los seres humanos que encuentran y sus víctimas no sólo no se resisten a esta muerte sino que se abalanzan sobre los animales rogándoles por favor acaben con ellos de una vez y para siempre. La obra del arista austriaco está llena de esquizofrenia. De seres humanos deseosos de suicidarse. Ya sea arrojándose desde un desfiladero al vacío o cortándose las venas. Cualquier cosa antes que seguir respirando este aire infecto que describe con tanta malicia y sutileza Bernhard. Un aniquilador obsesionado con destruir el arte de una vez y para siempre y jamás. Shalam
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