Pocos escritores nacen maduros. Es fascinante por ejemplo comprobar la evolución de William Faulkner. El primer libro que publica es La paga de los soldados. Una novela notable con cierto interés pero que queda muy lejos de sus grandes obras. No tanto por el tema sino porque el escritor norteamericano todavía no había alcanzado a desarrollar la óptica adecuada para tratar una historia literariamente. De hecho, la trama del libro es muy faulkneriana. No se diferencia en el fondo tanto de las desarrolladas en sus más célebres textos: un piloto que ha combatido en la Primera Guerra Mundial y ha por tanto experimentado todo tipo de experiencias traumáticas vuelve a la ciudad natal donde había sido dado por muerto con un enorme cicatriz en su rostro y una grave enfermedad. Y al poco de llegar, intentará restablecer lazos afectivos con su prometida y sociales con su comunidad sin lógicamente conseguirlo.
Como podemos ver, el argumento se presta al profundo abordaje bíblico y mítico de Faulkner. A que convirtiera su prosa en rasguños y heridas que traspasaran la experiencia de su personaje y nos narraran su vuelta a casa con un tono profético, dantesco y mortuorio. Tanto es así que con otra perspectiva narrativa podría haber desembocado en una sobresaliente odisea caótica sobre los perdedores. Y sin embargo, se queda en obra anecdótica que destaca más por sus ágiles diálogos y las buenas intenciones que por su calidad literaria.
De hecho, al menos yo la he leído porque pertenecía a Faulkner. Intentando encontrar esas incontables dosis de talento entres sus páginas que sí comenzaría a desarrollar posteriormente. No todavía en Mosquitos. Novela que todavía no tiene el aliento eterno de las posteriores y posee demasiadas deudas tal vez con la narrativa de F. Scott Fitzgerald. Y tampoco en Sartoris. Primera obra perteneciente al esplendoroso ciclo desarrollado en el condado de Yoknapatawpha que, aun así, todavía se encuentra demasiado constreñida por los parámetros habituales de las novelas de su tiempo. (Algo que nunca favoreció a Faulkner y con lo que, en gran medida, rompió para construir su propio mundo). Pero sí ya al fin en El ruido y la furia. Una novela irregular y caótica y desmesuradamente ambiciosa pero también gigantesca. Una enorme masa de palabras experimentales que extraen a los personajes de su tiempo y lugar y convierten al sur de los Estados Unidos de América en un cosmos violento y perdido, sinónimo del Universo y producto de la mano ciega del creador. El primer desgarrón espiritual de Faulkner.
La distancia que hay entre La paga de los soldados y El ruido y la furia es parecida a la que existe entre alguien que escribe libros y alguien que crea obras de arte. Que se adentra en lo desconocido. Las tres primeras novelas de Faulkner le sirvieron para conocer el oficio. A unos cuantos editores, críticos y escritores. Agarrar confianza. Comprender la mecánica interna de la narración. Pero en cuanto dominó las más rudimentarias técnicas, no se quedó ahí. Dejó de hecho de escribir y comenzó a aullar. A capturar la frondosidad de los espacios. Llenar de sudoración los párrafos. Transcribir sentimientos generalmente destrozados. Convertir una casa abandonada y desbordada por la vegetación en un mito y la mirada entre un hombre a caballo y una mujer sentada en una terraza en un episodio bíblico, al tiempo que se trascendía a sí mismo y a su profesión. Se transformaba en un alma errante. Un desconocido. Que es lo que al fin y cabo debe ser todo escritor que se precie. Un fantasma. Shalam
ألماسة زرقاء منها واحدة من جنوب
La experiencia no suele conseguirse hasta después de necesitarla
Acabo de terminar de leer Hormigón de Thomas Bernhard. Otro maleficio inolvidable. Otro atentado terrorista en contra de la literatura. Otro delirio...
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