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Bley

Mar 12, 2021 | 2 Comentarios

He disfrutado mucho leyendo Jacques B. Bley; un delicioso libro de Ricardo Blasco Romero con leves aires de relato teosófico que recomiendo abrir mientras suena música instrumental de fondo. Un texto breve, muy bien escrito y con un aire enigmático que cumple una función espiritual, otra esotérica (casi ufológica) y una última (y para nada deleznable) histórica. En realidad, hubiera gozado igualmente de esta obra si no hubieran aparecido encuentros con lo desconocido y tan sólo se nos narraran las hazañas de la peculiar vida de Bley porque la clave es la fuerte y misteriosa personalidad de su protagonista así como la ágil e intuitiva manera de narrar de Blasco Romero. Un autor al que se le siente fascinado e intrigado por el personaje al que retrata y termina transmitiendo un contagioso entusiasmo que no obstante, no avasalla sino que deja asimismo espacio para la duda.

Blasco no es autoritario. No nos agobia con datos ni tira de efectismos épicos. Es más bien tanto un cómplice de Bley como del lector. Un canalizador más interesado en abrir interrogantes que en cerrar círculos o buscar soluciones. Romero estimula la curiosidad a medida que comparte su perplejidad. No intenta convencernos ni asombrarnos sino acompañarnos. Da la impresión, tras terminar el libro, de no saber sobre Bley más de lo que contó. De haber disfrutado con un texto que escribió más por convencimiento ético que por un afán de reconocimiento. Para vislumbrar algunas notas de aquel palacio de la sabiduría al que remitía William Blake en sus poemas.

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Jacques B. Bley es un texto con vocación minúscula. Casi una breve pieza pianística. Uno de esos libros que, sin necesidad de abrirlos, casi que podemos escuchar hablar. Nos llaman. Nos envían mensajes secretos aunque pasen desapercibidos en librerías y copiosas bibliotecas.

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Todos los que leemos Jacques B. Bley tenemos la impresión de haber conocido al robusto señor que lo protagoniza. De que es un personaje familiar con el que pudimos cruzarnos en algún momento.

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Jacques B. Bley fue un catalán nacido, a principios del siglo XX, en el seno de una familia muy trabajadora (en la que no obstante, pronto se destacó una hermana postrada en cama capaz de desentrañar mensajes en varios idiomas gracias a potentes poderes parapsicológicos), que con los años, desarrolló un físico superior tras asegurar haber contactado con fuerzas y emisarios cósmicos. Más tarde, sufrió prisión durante la Guerra Civil, desempeñó todo tipo de trabajos en Francia donde perdió a un hijo y vivió discretamente hasta casi el centenar de años en Barcelona junto a su última compañera (una linda francesa llamada Odile que aún continúa viva) dedicándose a la sanación.

Si nos fijamos, aun siendo realmente destacable, su existencia no parece demasiado agitada para considerarla excepcional. Pero eso es por mérito de Ricardo Blasco. Quien, a pesar de contarnos un par de encuentros con fuerzas ocultas, espíritus o visitantes, los narró de forma muy verosímil. Integrándolos en el conjunto de su vida. No le dio una dimensión excepcional a los mismos logrando así una narración bastante apegada a la realidad. Sin sensacionalismos. Lo que finalmente, la convierte en sugestiva. Creíble.

Sin necesidad de pruebas flagrantes, yo al menos me creo todo lo que se narra en este libro. Algo que no me sucede con otros precisamente por la torpe, abusiva insistencia de sus autores en que consideremos su testimonio fiable. Todo lo contrario de lo que ocurre con este sugerente libro de Romero parecido a una postal procedente del más allá, a un saxofón solitario sonando en el pico de un monte, a una brizna de pelo de Madame Blavatsky y a una gota de aliento de George Gurdjieff en donde se sigue a rajatabla la regla de menos es más. Algo consustancial a un hombre, Jaume Bordas Bley, que nunca intentó destacar ni poner de relieve sus dones y cuyo paso por el mundo fue sigiloso. Cultivó su anonimato mientras disfrutaba de su trabajosa estancia en nuestro planeta.

Dicho esto, su personalidad e historia es tan magnética que estoy convencido que, de ser norteamericano, hace tiempo que algún guionista de la Marvel o DC se hubiera inspirado en él para crear un personaje de cómic. Y por supuesto, puedo imaginar, sin ir más lejos, a M. Night Shyamalan complacido de filmar algunos de los episodios de su vida.

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Durante años se creyó que este texto podía pertenecer al ufólogo Antonio Ribera. (De hecho, esta cuestión continúa en el aire para ciertas personas -no para la inmensa mayoría- tras la reciente publicación de una carta de Ribera aludiendo a Bley). Y también se dudaba de la existencia de su protagonista. ¿Había existido o era un personaje ficticio?

Jacques B. Bley fue durante un tiempo un libro raro e inclasificable y durante otra buena temporada, uno inencontrable. De esos que pueblan con sus páginas rotas llenas de manchas las bibliotecas de viejo y se encuentran amurallados en las de los cultivados apasionados del misterio. Uno de esos minúsculos y mágicos que tienen un breve mensaje para elegidos. Hasta que, finalmente, una serie de casualidades que se encuentran muy bien explicadas en su prólogo y epílogo (además de, claro, en una emisión realizada el 17 de marzo de 2019 del programa Cuarto Mileniohicieron que viera a luz de nuevo bajo el sello de la editorial Reediciones anómalas.

Una prueba más, al fin y al cabo, de que en la vida existen los milagros. Que el misterio llama al misterio. De que Jacques. B. Bley no fue nunca un libro cualquiera. Siempre fue un proyecto especial que creo que incide en la fe y nuestra dimensión exploradora. En la confianza en las virtudes del ser humano frente a las doctrinas nihilistas y obstáculos tan opresivos como las guerras, el odio o la miseria.

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La mayoría de reseñas que he leído del libro se centran en el problema sobre la autoría del mismo, pero a mí me gustaría llamar la atención sobre la historia. Me encanta, por ejemplo, su principio. Una ágil descripción de la España de principios de siglo con aires de artículo periodístico y relato de misterio. Y, por supuesto, adoro su final in media res. Uno de los escasos momentos en lo que el narrador permite que Bley profiera un mensaje directo y claro a la humanidad advirtiéndonos de nuestro egoísmo, la necesidad de conectar con la partitura celeste y de la vida en otros mudos. Esa conclusión es casi bíblica. Digna de una ópera hippie o el relato de la vida de un santo hindú. Pero, en realidad, toda la narración me recuerda a una novela de Paul Auster debido a la concatenación de azares y destino.

Estoy seguro de hecho de que el escritor norteamericano podía haber realizado una excelente narración con estos mimbres y que le hubiera interesado saber de Bley. A mí todo lo que hay alrededor de este texto me recuerda un poco a El libro de las ilusiones al que no obstante le falta el toque esotérico e iniciático que Romero le imprime. Ese que confiere a sus páginas de una magia única. De tal modo que parece una mezcla entre una novela de posguerra, una carta de tarot y un relato alquímico. Y debido a varios lances que cuenta en ellas permite incluirlo (a modo de atípico crossover) dentro del amplio círculo de la narrativa ummita. En medio, sí, de los pliegues y repliegues de múltiples universos y dimensiones conocidos y desconocidos. Shalam

من المستحيل أن تتذكر نفسك

Es imposible acordarse de uno mismo

2 Comentarios

  1. andresrosiquemoreno

    1ºimagen:…..sensacion de oido interno…..
    2ºimagen:…..el colega hace un posado…………
    3ºimagen:….materiales diversos hacen otro posado………….
    4ºimagen:…la que se nos viene encima!!!!!!!!………….
    PD:….https://www.youtube.com/watch?v=g1BOPdlG_cs……rare-mucha diversion bowie-lennon……

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  2. Alejandro Hermosilla

    1) Joan Miró teosófico 2) Abuelo Antonio. 3) Anuncio de café. Un Nescafé entra con libros. 4) Terror catrense. PD; Increíble y divertida jam. La desconocía totalmente. Bowie tuvo que sentirse muy conmovido por el asesinato de su compañero.

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Autor: Alejandro Hermosilla

Mi nombre (creo) es Alejandro Hermosilla. Amo la escritura de Thomas Bernhard, Salvador Elizondo, Antonin Artaud, Georges Bataille y Lautreamont.

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