Leyendo el magnífico Niebla en el Mont Ventoux y otras historias de ciclismo de Wilfried de Jong, me entero por casualidad y al fin, del verdadero trasunto de una legendaria anécdota relacionada con Federico Bahamontes que ha ido corriendo de boca en boca entre los aficionados al ciclismo a lo largo de las décadas. Me refiero a la que se produjo en el Tour de Francia de 1954, en la etapa del Col de Romeyère. Donde, al parecer, el escalador español «sacó tanta ventaja a sus contrincantes que, al llegar a la cima, desmontó y se tomó un helado tranquilamente. Y sólo volvió a subir a la bicicleta cuando el número dos llegó arriba».

Era tanta la confusión de hecho que yo creía que esta versión era real. Aunque no transcurrió de este modo.

El escritor y actor holandés nos saca de dudas: «Las cosas no fueron exactamente así. Bahamontes me contó la versión correcta.«Me había lanzado en solitario en el descenso. Uno de los coches escoba me dio por detrás y me rompió el cambio de marchas. Como el director de mi equipo no estaba cerca, me bajé de la bicicleta. Vi un carrito de helados, uno de esos que tienen dos grandes cubas con agujeros anchos. No había nadie atendiéndolo, así que metí la mano en un agujero y me serví el helado y lo puse en mi bidón. Mientras esperaba ayuda, me lo fui comiendo.» Shalam